Mil gracias por leerme. 🙂
Ayer por la noche llovía: chido. Desperté 6 am, una hora tarde, y lo primero que escuche es el golpeteo del agua contra la acera: ¡me lleva!, por mi mente circulaban las imágenes de mis pies mojados, mi espalda, mi cabello con el gel aun fresco escurriendo asquerosamente, y para el gran final, yo, apestando a humedad.
Mientras desayunada mis donitas espolvoreadas remojadas con el café, escuchaba en la radio al torpes Díaz: ciudadanos, por favor, tomen precauciones, amanecimos con tormenta tropical. Minutos después narraba, “el gobernador fue a visitar a los pobladores de la sierra, les otorgó sus condolencias por los muertos, víctimas de la tormenta y se ofreció a pagar, en algunos casos, los gastos fúnebres”. Claro, ni ha terminado de gobernar y ya comenzó con su campaña electoral para el 2018, es obvio, primero sale en la revista central, luego se va a Tlaxcala a pedir apoyo, y ahora, al estilo de la dictadura perfecta, se va a la sierra. me decía.
El reloj marcaba las 6:40, era tarde. Tenía que salir a prisa, tomar el ruta y ponerle la otra mejilla al día lunes. No me importa que me digan que al odiar los lunes y amar los viernes demuestro que soy un esclavo del sistema y un monótono destinado a fracasar. No me importa, me gustan los viernes y dan hueva los lunes. Mas hueva me da reflexionar y aceptar que soy un hipócrita cuando, por un lado, critico al gobernador, y por el otro, uso (escasos minutos después) una sombrilla del pan.
Al final, muchos momentos me dan hueva. Tal vez son las pastillas para la cabeza, me ponen un poco zombie. Si le dijera esto a mi mamá me regañaría por evadir la culpa. Pero no, de verdad me ponen Zombie.
Ya en el ruta, sintiéndome sardina, cavilo un poco en mis actividades de hoy: tomar clases; leer en receso; abrazar a Cesia; hacer mi labor de gato del salón, digo, de jefe. Hasta ahí no había inconveniente, éste llegó cuando recordé que hoy tenía un examen de inglés a las dos en la facultad de lenguas, que aún no pagaba su costo en el banco y por lo tanto, no me daría tiempo de ir al banco a pagar y de ahí correr hacia la facultad para hacer el examen. Con eso perdería mi curso y me ganaría un regaño de mamá por descuidado. Bueno, concluí que mínimo intentaría pagar y llegar a tiempo.
Antes de notarlo llegué a mi parada, de esta a mi escuela aún hay medio km de distancia, todavía llovía y yo soy muy tacaño como para gastar 6 pesos sólo por medio km, ni madres, me dije. Caminaré.
Tenía razón. Me dieron las once de la mañana y ya apestaba a humedad, pero quería ahorrar…
En fin. Eso de ponerle la otra mejilla a lo malo resulta atractivo, la inteligente de Rendón (¡qué no tendrá esa mujer!) me aconsejó que le pidiera a Abdiel que fuera a pagar mientras yo estaba en clase, para que así, al salir de la escuela me concentrará en llegar a la facultad. Accedió sin problema, él toma clases en la tarde pero llega desde las 11 para ver a su novia, el punto es que pudo ir sin inconveniente.
Como no pasó nada más importante después, me saltaré tres horas: llegue a la facultad, siempre he sido un baboso, olvidé poner mis datos en la hoja que me solicitaban, entonces ahí me veía, buscando una banca donde sentarme para escribirlos. Regreso al aula donde me toca el examen y, ¡me vuelven a regresar!, tenía que pasar antes a CALE para que me sellaran el pinche Boucher de pago, bueno, voy. Buenas tardes, sí sí, ya cállese y dese prisa.
Les juro que, por más inspirado que hice mi examen, no pasé del nivel uno. ¡Me lleva la fregada!, para un nivel tan bajo mejor hubiera comenzado los cursos desde cero. Pero en fin, ya con mi resultado voy a que me asignen grupo, a que me digan cuando debo pagar la inscripción y demás asuntos. Sí, gracias, hasta luego.
Ya libre, tenía de dos sopas: ir a casa o caminar un rato. Chingue su cola, decidí caminar un rato. Voy al centro, ahí pasé a mis lugares favoritos, mis librerías de viejo favoritas, me compré un churro relleno, lo comí con esa hambre de gordo que me caracteriza. Continué visitando librerías de viejo y de repente, ¡madres!, me topo con sopita de fideo, de mi columnista favorita Cristina Pacheco. Creo que nunca les he contado lo mucho que me gusta adquirir libros editados en el siglo pasado, libros viejos en buen estado. Y además ya no encuentran ejemplares con la portada original, una más curiosa y hasta significativa que la que tiene ahora. ¡Y luego el precio!: $30. Me dieron ganas de besar al vendedor.
Salí de la librería. Ya ni la llovizna estaba. Tampoco había sol. Se quedaron las nubes con las que da gusto convivir: la grises que no amenazan con agua. Las que tapan el sol y te brindan un clima menos tibio. Era un lunes que me sonreía. Qué bueno que di mi otra mejilla, recibí un buen regalo a cambio.
Ya en el camión valoro más mi viejo libro.
Sí, amo leer.
También amo las librerías de viejo, es totalmente agradable encontrar tesoros que iluminan el día. Un abrazo Iván.
Enserio?, sí, es genial.
Dos abrazos Gaby. 😉
Sí, muchos de mis libros son usados y son mis favoritos sobre todo esos publicados hace años.
Un día de estos deberíamos hablar de nuestros libros. Te invitaría un café, pero no eres de Puebla, ¿cierto?, por lo que sólo quedaría dialogar por mensajes.
Me encantaría eso, aunque tienes razón estoy a estados de diferencia. Si algún día paso por ahí te lo acepto :). Y claro cuando quieras hablamos de nuestros libros.