Día 14, Flores

A todas las chicas (y algunos chicos) nos gusta que nos regalen flores y los tulipanes son el sueño de cualquiera, pero no el mio, a continuación entenderán porque.

Un día un chico me regalo un libro naranja (creo que por Navidad), el libro es Ariel de Sylvia Plath, una preciosa antología. Si ustedes conocen un poco de la vida y obra de esta grandiosa poeta estadounidense entienden porque me pasé una semana llorando mientras leía Ariel. He aquí mi poema favorito.

Tulipanes

Los tulipanes son muy sensibles, es invierno aquí.

Mira qué blanco está todo, qué quieto, qué nevado.

Aprendo a estar en calma, yaciendo sola e inmóvil

como la luz sobre las paredes blancas, esta cama, estas manos.

No soy nadie, no tengo nada que ver con estallidos.

Les di mi nombre y mi ropa a las enfermeras,

mi historia al anestesista y mi cuerpo a los cirujanos.

Han puesto mi cabeza entre la almohada y el rebozo de la sábana

como un ojo entre dos párpados que nunca van a cerrarse.

Alumna estúpida, no puede sino tragárselo todo.

Las enfermeras van y vienen, no me molestan,

van y vienen como las gaviotas, con sus cofias blancas,

haciendo cosas con las manos, todas iguales,

de manera que es imposible saber cuántas hay.

Mi cuerpo es un guijarro para ellas, lo atienden como el agua

atiende a los guijarros por sobre los que pasa, puliéndolos suavemente.

Ellas me traen sopor en sus agujas brillantes, me traen el sueño.

Ahora que yo misma me he perdido, estoy harta de equipajes.

Mi maletín de cuero para la noche como una negra caja de remedios,

mi esposo y mi hija sonriéndome desde una fotografía;

sus sonrisas se meten bajo mi piel, pequeños anzuelos sonrientes.

Dejé que las cosas se deslizaran, soy una balsa de treinta años

obstinadamente aferrada a mi nombre y dirección.

Han borrado mis asociaciones amorosas.

Asustada y desnuda en la camilla tapizada con plástico verde

veía mi juego de té, mis armarios de ropa blanca, mis libros,

hundirse y desaparecer, y el agua cubrió mi cabeza.

Ahora soy una monja, nunca fui tan pura.

No quería flores, quería solamente

yacer con mis manos hacia arriba y sentirme totalmente vacía.

Qué libre es una, no tienes idea hasta qué punto…

La paz es tan grande que te deslumbra,

no pide nada, una placa con tu nombre, algunas chucherías.

Es a lo que se aferran finalmente los muertos, me los imagino

cerrando sus bocas sobre eso, como si fuera una hostia.

Para empezar, los tulipanes son muy rojos, me lastiman,

inclusive en su papel de seda podía oírlos respirar

ligeramente, a través de sus envoltorios blancos, como a un horrible bebé.

Sus pétalos encarnados le hablan a mi herida, y ella les corresponde.

Son sutiles; parecen flotar, pero me hunden,

perturbándome con sus súbitas lenguas y su color,

una docena de pesadas plomadas alrededor de mi cuello.

Nadie me observaba antes, ahora me siento observada,

los tulipanes me miran, y también la ventana

donde una vez al día un rayo de luz lentamente crece y decrece,

y me veo a mí misma, chata, ridícula, una sombra recortada en un papel,

entre el ojo del sol y los ojos de los tulipanes.

Y no tengo apariencia, he querido desaparecer.

Los vívidos tulipanes me devoran el oxígeno.

Antes que ellos llegaran el aire era lo suficientemente calmo,

entrando y saliendo con mi aliento, sin agitación.

Luego los tulipanes lo volvieron vibrante como un fuerte ruido.

Ahora el aire choca y se arremolina alrededor de ellos, como un río

choca y se arremolina alrededor de un barco hundido, oxidado y rojo.

Atraen mi atención, que era feliz

jugando y descansando sin comprometerse con nada.

También las paredes parecen estar entibiándose.

Los tulipanes deberían estar enjaulados como animales peligrosos;

están abriéndose como la boca de una terrible pantera,

y soy consciente de mi corazón: él abre y cierra

el cáliz de su roja flor sólo por amor a mí.

El agua que pruebo es tibia y salada como el mar,

y viene de comarcas tan lejanas como la salud.

Nota: Gracias Saúl.

Foto de Loseta Rojas

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