Día 23, atardecer

No sé cómo le hacen los árboles para crecer tan rápido.

Fue hace apenas unos años, cuando yo tenía 6 o 7 que este árbol estaba casi pelón. No era un árbol recién plantado, ya tenía un tronco grueso y alguna vez una de sus raíces le provocó problemas al suelo; fue por crecer tanto y tener ramas tan largas que lo tuvieron que podar.

Es bueno que sea así, el cantar de las aves cada vez se escucha más, el aire que respiro seguro es más limpio y, bueno aunque suene raro, me siento más protegido.

Viene a mi memoria un epígrafe. El autor escribe como la naturaleza se renueva constantemente, pero no nosotros. Yo tenía ese epígrafe pegado en mi pared, junto a las fotos de los viajes de Marina, mi esposa, y yo, debajo de varias listas de personajes de mis novelas favoritas, y arriba de mi lista de pendientes de la semana. Ese epígrafe estuvo en medio de mi pared sin que yo lo notara… hasta que mi esposa murió y tomó otro significado para mí, porque, tal y como lo dice, la primavera renació, pero ella no. La noche de su muerte lo arranqué de la pared y jamás volví a evocarlo. Hasta hoy, que siento mis brazos dormidos, un ligero dolor en mi pecho y el aire me comienza a faltar. Sé que es un paro, sé que llegó mi hora, por eso trato de reconciliarme con aquel poema de José Emilio Pacheco que algún día tanto amé, trato de evocarlo con la misma facilidad de antes:

Al lugar que fue nuestro llega el invierno

y cruzan por el aire las bandadas que emigran.

Después renacerá la primavera,

revivirán las flores que sembraste.

Pero en cambio nosotros

ya nunca más veremos

la casa entre la niebla.

 Y yo, ya nunca más veré este árbol que me acompañó toda mi vida.

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