“Decir que fui un niño, como si fuera tan fácil dejar de serlo; como si perder la infancia fuera una prenda que ya no nos queda, una moneda que se salió del bolso” Pag. 52
Me gusta creer que se debe leer con los ojos cerrados, en otras palabras: no sólo leer los libros que año con año se publican en las editoriales monstruo, también hay que checar los títulos que son publicados por las independientes, subsidiadas por universidades o por instituciones culturales, pues ahí también hay libros asombrosos. Y muchas veces se pueden encontrar ahí a autores jóvenes que están revolucionando la literatura de nuestro país. Sé que mucha gente sigue esta idea, y en ese sentido confío en que el libro más reciente de Gabriel Rodríguez Liceaga, ¡Canta, herida!, llegará a los lectores indicados.
Ganador del premio Agstín Yañez 2015 y publicado en 2016 por Paraíso perdido, editorial independiente nacida en Jalisco y consolidada como casa de diversos autores jóvenes.
El libro nos muestra personajes llenos de características propias, las cuales bien pueden tomarse como patrones que se repiten entre las personas que vivimos en este país, pues sus cuentos son eso: un gran reflejo de la sociedad actual, una que va sin un rumbo fijo, con pocas esperanzas, es apática, rencorosa y, sobre todo, está infestada de personajes peculiares. La mayoría de los personajes se hallan concentrados en una de las urbes más grandes del mundo, lo cual les puede quitar algo de identidad, cosa que ellos saben y, sobretodo, sienten.
¡Canta, herida! Tiene grandes aciertos, incluso desde el mismo título: genera desconcierto e intriga. Al verlo por primera vez el título hace eco en la cabeza mientras que la portada se adueña de la vista por lo peculiar e increíble de ésta (a cargo del artista plástico Smithe). La pregunta más importante que me hice al verlo, y de la que estoy seguro que toda persona que vea el libro se hará es: ¿de qué van los cuentos?
Pues me atrevo a definirlos con una sola frase: los textos nos muestran el comportamiento humano cuando éste está siendo asfixiado –o ya fue- por un hecho o varios.
¿Qué se puede hacer por conseguir un poco de dinero estando preso? ¿De qué manera lo que vivimos de niños permea en nuestra mente y nos forma como adulos? ¿Qué le puede importar a un señor con pie y medio en la tumba? ¿En qué lugar vivimos? ¿Cuándo o qué hechos nos hacen perder la infancia?
Son preguntas que los cuentos nos responden.
Gabriel nos presenta en sus historias a personas apagadas, sin ganas de vivir, confundidas, temerosas, melancólicas, reflexivas, sucias… pero al final de cuenta, humanos.
“No estoy guapa ni soy particularmente ingeniosa y todos los hombres que salen conmigo acaban diagnosticándome que soy medio aburrida. No me lo dicen así directamente pero segura estoy de que a sus cuates les dicen con ese tono desenfadado y de camisa sin fajar: <<a la pinche Verónica ya no le voy a hablar, es de hueva esa vieja, buey>> Ni siquiera es que me aburra tanto, simplemente, no sé, esta es la cara que tengo y no puedo poner otra. Por ejemplo, ahorita llevo aquí sola 10 minutos y ninguno de los fresongos de la mesa de enfrente me ha siquiera volteado a ver. ¡No tengo otra cara, qué quieren! Y mis amigas nomás no llegan. Si se les puede llamar amigas a esas dos cotorras vestidas siempre como para recibir un Grammy latino y maquilladas como prostitutas que atienden exclusivamente a payasos.” Pag. 91
Como comentaba arriba, un gran detalle del libro es la descripción de la ciudad de México (una de las más grandes urbes del mundo) tal y como es: decadente, sucia, con evidentes extremos, sobrepoblada, llena de inseguridades, de corrupción, de miedo… Eso interviene en las actitudes de los personajes y hace más verosímiles los relatos, pues sea cual sea el cuento, todo el tiempo se siente palpable a tal grado de hacernos creer que el protagonista de la historia es el señor que atiende la tienda, los niños de la otra calle que dicen muchas groserías, los teporochos de la esquina, o hasta el amigo de un amigo que terminó en la cárcel.
“Siempre te ha parecido tan sarcástico como grotesco que justo al inicio de la Zona Rosa esté ubicada la escultura de una mujer cargando a su bebé.” pag. 78
La ciudad se hace aún más presente en los cuentos Cielo no lluevas, donde un personaje acude a una misteriosa casa a hacer un misterioso trabajo del que sólo sabe, tiene que ver con una cosa de unos libros; o en Génova, que corre a cargo de un solitario personaje que nos muestra la ciudad mientras se dirige a un restaurante que resulta ser un asco; incluso, quien haya visto el video de la canción Paranoid andriod podrá encontrar una sutil referencia cuando el protagonista del video va caminando por las calles de su ciudad y ve lo peor de ésta (vandalismo, exhibicionismo, suciedad), pues algo así ocurre con el protagonista de este cuento. Otro cuento con la ciudad muy muy presente es Gallenas, chompelo, vigajas, donde el protagonista se ve directamente afectado por la ciudad y sus hechos curiosos.
Por cierto, el título de esta reseña nació gracias a un tuit que leí del autor, cito: “… agradezco mucho a quienes les interesa mi limitada forma de traducir al mundo en palabras”. Por aquel entonces ya había leído este libro, y con esas palabras regresó a mi memoria, cuento por cuento, para, después de analizarlo un poco, darme cuenta de que su obra habla por sí misma. Es un compendio sólido, en el cual una historia complementa a la otra.
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