Por Carlos Octavio A.
Vivo en un submundo de marginación, lo aprendí cuando no podía hacer otra cosa más que ver como un niño pedía limosna afuera de mi preparatoria y a nadie parecía importarle, tal vez sea porque no crecí ni vivo en la ciudad, y en el lugar de donde yo vengo no es común ver algo así; pero después de casi dos años de estudiar aquí se ha vuelto un paisaje tan habitual que no cuesta trabajo imaginarse como las personas que han visto esto cada día de su vida sean indiferentes.
Hoy no pude serlo, no después de ver a dos niños de entre cinco y siete años subiendo a un autobús de regreso a Tlaxcala y trabajando como payasos. Viendo como todos los demás pretendían ignorarlos. No fue la primera vez que veía algo como eso, pero después de todo el tiempo viajando por el mismo trayecto hasta yo había olvidado lo que era sentir compasión por las personas.
A diario leemos noticias sobre deportaciones e inmigrantes ilegales que buscan cruzar a Estados Unidos, sobre los mexicanos que se ven amenazados por las políticas xenófobas, sobre familiares cuyo destino es incierto, las personas que están siendo discriminadas; ¿a qué viene todo esto? a que nosotros no somos diferentes de ellos. Aquellos niños no hablaban con un acento que sea propio de alguna región de México y los pocos pasajeros que los miraron les demostraron su desprecio.
Lo anteriormente mencionado nos obliga a pensar hasta que punto nosotros realmente somos fieles a los principios que defendemos cuando se nos amenaza. Aquella misma semana un tren se descarrilo y dejo al menos una persona muerta. Alguien que también buscaba llegar al otro lado.
Así hemos visto muchas historias, y aunque conocemos el fin de las mismas, en un desierto, debajo de un tren, con una bala en el cuerpo o simplemente desfalleciendo cuando su cuerpo ya no puede más, no conocemos su inicio. Algunos huyen de la violencia de sus países, otros de la pobreza, algunos más por ser mejores y darle una vida digna alguien, y algunas veces ése alguien parte en busca de estos últimos.
Me pregunto cuál será el destino de los niños de aquella ocasión. ¿Cuál fue la razón de su escape? ¿A dónde van y por qué? ¿Buscarán a alguien? ¿Se encontraran alguna vez en su destino? Mientras tanto les esperan miles de kilometro cubiertos de indiferencia, por la discriminación de la sociedad mexicana y estadounidense. En una tierra que no los ayudará y con gente que no les va a llorar.
Supongo los narcotraficantes son mucho más crueles con ellos que las políticas xenofobas de otros países, y que somos ciegos a lo común y tolerantes del engaño a esto me refiero que no debería ser común ver a alguien pidiendo limosna en un autobús dirá alguien de ciudad que no tendrá preparatoria mas alguien de pueblo puede responder que es un flojo ya que sin mofarse de riqueza ireal reconoce que el trabajo es importante a diferencia de la ciudad con mano de obra mejor pagada y menos esfuerzo físico.
Todo esto va a concluir que muchos de los limoneros son perpetuos, no saben hacer otra cosa y permanecen años repitiendolo.
Muchos niños son obligados a pedir dinero por padres drogadictos y madres sometidas, y por siempre me molestará que conociendo el salario mínimo digan que honradamente llevan pan a su hogar mientras te establecen una cuota mínima de apoyo con lo que ganan más que un obrero a la puesta del sol.
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