Recibir los fríos y punzantes madrazos de la realidad: Voces de Chernóbil

Hoy se cumplen 31 años desde que un reactor en Pripiat –ciudad en Ucrania- explotó. Las consecuencias fueron devastadoras para la ciudad y los pueblos aledaños, pues en los siguientes días fueron evacuados para siempre de su hogar, sin contar que los bomberos que apagaron el fuego inicial murieron a causa de las grandes dosis de radiación a las que fueron expuestos.

Pasaron los meses y muchos civiles fueron reclutados por el gobierno (la extinta Unión Soviética) para hacer las tareas de limpieza en la zona: enterrar la tierra entre la tierra que se encontraba más abajo, lavar las casas, pavimentar calles. Muchos, incluso, se encargaron de limpiar el tejado del reactor, por supuesto, todos ellos adquirieron una gran dosis de radiación que les fue mortal en futuros años.

Bajo todo este escenario, Svetlana Alexiévich decidió charlar con la gente que se vio afectada directamente: personas mayores que decidieron quedarse –de manera clandestina- en sus casas ubicadas en la zona contaminada, soldados que acababan de regresar de la guerra y fueron enviados al lugar, cazadores que se encargaron de matar a todos los animales de la zona, liquidadores (como se les llamaba a los encargados de disminuir la radiación), personas que fueron niños cuando ocurrió el incidente, madres y esposas de liquidadores o solados muertos, físicos, políticos, profesores… un sinfín de gente.

El libro es un eco de las largas pláticas con personas que vivieron la mayor catástrofe global nunca antes vista. ¿Qué hacer? ¿Cómo reaccionar? No había precedentes, no hubo con qué comparar el accidente, y nadie supo cómo reaccionar.

En las anécdotas cuentan que la catástrofe y los sucesos posteriores los hacían sentirse en la guerra, con la excepción de que no sabían a qué se enfrentaban.

“Yo no he estado en la guerra, pero tenía la sensación de vivir algo parecido, algo que te brotaba de alguna parte de la memoria. ¿De dónde? Algo relacionado con la muerte.”

Pag. 115

Svetlana Alexiévich nos entrega un libro dividido en tres partes: La tierra de los muertos, La corona de la creación y  La admiración de la tristeza, además de dos apartados titulados Una solitaria voz humana, que, en lo particular, me parecieron los relatos más difíciles de digerir.

“¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede matar con el amor? ¡Con un amor cómo este! ¿Por qué están tan juntos? El amor y la muerte. Tan juntos. ¿Quién me lo podrá explicar? Me arrastro de rodillas por la tumba.”

Pag. 39

En el primer apartado los relatos de la gente se centran en contar cómo ha sido su vida ahora que residen en una zona prohibida, en donde, a pesar de tener ahí su casa y su pasado, ya no deberían habitarla. Sorprenden los apartados en los que gente mayor menciona cómo ven todo normal y no encuentran razón para irse. Y, otro testimonio aún más fuerte es el de la familia que, huyendo de la guerra, decidió esconderse en la zona prohibida.


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“   ― Chernóbil. Es la peor de todas las guerras. El hombre no tiene salvación en parte alguna. Ni en la tierra, ni en el agua, ni en el cielo.”

Pag. 85

 

“¿Por qué hemos venido aquí? ¿A las tierras de Chernóbil? Porque de aquí ya no nos echarán. De esta tierra, no. Porque de aquí ya no es de nadie. Sólo es de Dios. Los hombres la han abandonado.”

Pag. 103

En La corona de la creación nos topamos con gente triste por lo que ha perdido             , confundida y tratando de asimilar las cosas, enojada por cómo actuó el gobierno soviético, científicos en defensa de la (para entonces ya satanizada) ciencia, gente que sólo podía comparar lo sucedido con la literatura, personas enojadas.

“Mi madre, sobre todo, no sabía qué decir. Da clases en la escuela de lengua y literatura y siempre me ha enseñado a vivir como mandan los libros. Y de pronto resulta que no hay libros para esto. Mi madre se sintió perdida. Ella no sabe vivir sin los libros, sin Chévjov, sin Tolstói.”

Pag. 163

 

“A veces me asalta un pensamiento sacrílego: ¿Y si de pronto toda nuestra cultura no es más que un baúl lleno de viejos manuscritos? Todo lo que yo amo…”

Pag. 188

En La Admiración de la tristeza nos encontraremos con los testimonios más melancólicos, niños que vivieron el accidente, y emociones inexplicables. El primer testimonio habla de cómo, al ocurrir el accidente, los colores que la radiación emanó en el techo crearon un espectáculo inolvidable, mientras, su destino estaba a punto de cambiar para siempre.

“Hasta hoy tengo delante de mis ojos la imagen: un fulgor de un color frambuesa brillante; el rector parecía iluminarse desde dentro. Una luz extraordinaria. No era un incendio como los demás, sino como una luz fulgurante. Era hermoso, si olvidamos el resto, era muy hermoso. […] Al anochecer la gente se asomaba en masa a los balones. […] La gente sacaba a los niños, los levantaba en brazos. <<¡Mira! ¡Recuerda esto!>> Y fíjese que eran personas que trabajaban en el reactor. Ingenieros, obreros. Hasta había profesores de física. Envueltos en aquel polvo negro. Charlando. Respirando. Disfrutando del espectáculo. Algunos venían desde decenas de kilómetros en coches, e bicicleta, para ver aquello. No sabíamos que la muerte podía ser tan bella.”

Pag. 267

 

“…he comprendido que en la vida las cosas más terribles ocurren en silencio y de forma natural”

Pag. 291

 

“Tengo un hermano pequeño. Le gusta jugar a <<Chernóbil>>. Construye un refugio, cubre de arena el reactor… O se viste de espantapájaros y corre detrás de la gente y los asusta: <<¡Uh, uh, uh…! ¡Soy la radiación!>>

Aún no había nacido cuando ocurrió eso.

Pag. 387

El libro es un trabajo periodístico sólido. Eso sí, no les recomiendo que traten de leer el libro solo, háganlo acompañado de uno literario. Cómo les dije en una de mis columnas (clic aquí) leer este libro es como recibir una perpetua madriza de realidad, que es necesaria, pero puede –y debe- ser amagada con otro libro, de esta forma la lectura sale mejor.


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Por todo esto Voces de Chernóbil adquirió relevancia e hizo a la autora acreedora del premio nobel de literatura 2015, dado por primera vez a una autora que sólo ha escrito periodismo.

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