Su risa pueril

 No necesito decir que esto es para ti. También es para nuestros amigos en común, Brenda S. en especial.

Llevo varios días soñado con mi amigo muerto. Voy caminando por la calle y de la nada aparece, sonriéndole a la nada, yo lo saludo, no me hace caso, no puede verme.

A veces estamos –él, varios amigos en común y yo- contagiados por su risa pueril, nos llena de alegría su presencia y en nuestra arcaica manera de demostrárselo lo llenamos de zapes.

Otro: me comenta una foto de Facebook con “jajaja”, yo me desconcierto, estás vivo, me digo, claro, soñé tu muerte, pero estás vivito y coleando, y lloro de alegría. Despierto y siento ganas de llorar: no puedo, pienso que quizá lloré dormido y me quedé sin lágrimas, pero la verdad es que no sé llorar, al enterarme de su muerte quise hacerlo y no pude, su imagen se me metió por todos lados, como cuando un golpe al pecho te llega súbitamente. Eso es lo más triste: recordar a alguien que siguió un camino diferente al propio sólo porque murió, eso es lo que me desconcierta, no apreciar lo suficiente la vida como para saber que se acaba y uno no debe estar preparado, como muchos lo dicen, simplemente tranquilo con todos. Y esto no significa que ya no fuéramos amigos, después de la secundaria optamos por cosas diferentes y dejamos de frecuentarnos. Me consuelo pensando que después de todo, así son las cosas, ¿no?

No pude llorar. Al día siguiente sentí muchas ganas en la escuela, traté, de verdad traté, en vez de eso abracé a mis amigas y grité lleno de coraje. Y ahora lo veo cuando se me atraviesan personas similares en complexión, en rostro, en apariencia; lo veo en los árboles, en las plantas, en la tierra, en los niños que juegan, los adultos que regresan del trabajo, en los ancianos que ríen, en los pisos de mi colonia. Está en mi mente, tímido, discreto, sí, él fue así, pero además mi cerebro me lo recuerda  de esta manera para que no duela tanto, verlo en ensoñaciones es más fácil.

A veces no me gusta tenerlo en la cabeza, quisiera que se fuera, es egoísta, sí, pero no lo quiero en mis recuerdos, bastante difícil es saber que ya no está como para que mi cabeza lo evoque todo el tiempo.

Escribo lo anterior y de inmediato me arrepiento, sí, es duro, pero tal vez así sea mejor. No podemos –quienes lo conocieron y yo- olvidar al Fredo que no daba abrazos más que en fechas especiales; al Fredo del cabello corto peinado con harto gel; al Fredo de la sonrisa vigorosa; al Fredo amable; al Fredo amigo de las niñas; al Fredo cómplice; al Fredo que no se rasuraba el bigote; al Fredo que podía guardar secretos mejor que nadie; al Fredo atento, al Fredo que apreciaba el amor adolescente; al Fredo que te explicaba algo y cuando veía que no entendías usaba la misma expresión: ¡oh, o me entiendo!; al Fredo inconsciente de su humor, «Fredo, ¿por qué no te compras una sandía y te la metes por el ano?» «No tengo dinero»; al Fredo que se acercaba con la simple intención de pasar un buen rato.

Ahora que le escribo pienso: ¿no será que porque ya no está exagero sus cualidades? En realidad no, él fue una excelente persona, me cuesta recordar alguna vez en la que estuviera enojado, ni cuando sacaba malas notas, caray.

Sería un error olvidarte, amigo. Espero que con el tiempo todas nuestras experiencias regresen a mi mente, mientras, evoco las que están, melancólico, sí, pero también tranquilo, paciente. Entendí rápido que la única manera de venerar la muerte de alguien tan joven es con nuestra propia vida, experimentándola al máximo. Y ahora que ya no estás no me cierro la posibilidad de encontrarte en un futuro, no queda de otra más que decir: ojalá exista un “del otro lado”.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *