Por Vanessa Juárez Ruiz*
Hace ya un tiempo que Lirio se liberó de aquella horrible jaula. Tenía todo lo que un ave pudiera desear. Comida, agua, un techo; y no fue suficiente.
Sus padres le contaron que, antes de quedar encerrados, ellos volaban libremente, extendían sus alas y podían sentir el viento entre su plumaje. A Lirio le encantaban esas historias, pero sólo podía imaginarlas pues él había vivido toda su vida dentro de la jaula.
El día de su liberación, la humana olvidó cerrar la jaula después de depositar el alimento dentro de ella. Ya era cuestión de tiempo, porque últimamente las canas en su cabeza hacían que olvidara muchas cosas.
Todos los pájaros escaparon, incluyendo a Lirio.
Temeroso, Lirio voló muy despacio. Si lo atrapaban, no tendría problema en regresar a la jaula. Pero pronto se dio cuenta que ya no había marcha atrás. Extendió sus alas, justo como imaginaba que sus padres lo hicieron alguna vez. Se volvió uno con el viento, sabía que eso era lo correcto, algo de lo que siempre escuchó hablar, la libertad.
Llegada la tarde, vio como el cielo se pintaba de rojo y todas las aves volaban a las copas de los árboles. Trató de adentrarse a uno, pero los demás lo arrimaron hasta la parte más alta. Hacía un poco de frío, y recordó que cuando comenzaba la noche la humana cubría la jaula con una tela. Aquí no hubo eso.
Temprano, a la hora de la comida, Lirio no supo donde hallarla. Siguió a todos los demás pájaros para ver de dónde la obtenían. Resulto que un grupo de palomas eran las que más comida conseguían, y las siguió.
Pero lo más grande que pudo conseguir fue un trozo de pan duro, y para él fue poco.
Recordó que había horarios para la comida cuando estaba en la jaula.
Decepcionado, Lirio voló en línea recta, todo lo que pudo. Siempre hacia adelante, deteniéndose a comer y a descansar de vez en cuando, Lirio voló tres días seguidos. Eso le recordó a algo a lo que sus padres llamaban migración. Solo que él no fue al sur ni con muchas otras aves.
Se detuvo donde el aire se sentía mojado y tibio. Pájaros mucho más amables le dijeron que se encontraba en el mar. Lirio nunca había oído hablar de semejante cosa.
No fue hasta que lo vio con sus propios ojos que se respondió la pregunta que se había hecho poco después de huir, ¿Para qué le servía la libertad?
Todas las mañanas desde que llegó, Lirio se levantaba a admirar el mar. Hundía las patitas en la arena mojada y se iba a comer. Después de que hubo tantos turistas el día anterior, había comida de sobra para todas las aves que allí vivían. Por esa razón todos se llevaban bien. Dormían juntos para cuidarse los unos a los otros. Al llegar la noche, contaban historias. Escuchó a dos pájaros hablando de los lugares que habían conocido, si bien habían pasado muchas penas, lo valían todas las experiencias.
Lirio contó su historia. Aquellos dos pájaros lo compadecieron, pero lo animaron a visitar más lugares, a no conformarse estando en un lugar.
Por la mañana, Lirio abandonó la playa.
Esta vez voló durante cinco días, claro con sus respectivos descansos. Paró cuando una nube de polvo cubrió su cara. Tuvo que quedarse allí un tiempo, pues se sentía aturdido. Ahora conocía la contaminación. Esta gran urbe fue su tercer hogar por otro periodo de tiempo. Pero aquí pasó muchas más penurias. Encontrar comida era más difícil de lo que había sido toda su vida, encontrar refugio también, pues no quedaban muchos árboles porque la gente los talaba todo el tiempo.
Incluso estuvo a punto de ser comido por un gato en una ocasión.
Desesperado, Lirio halló entre tanta polución un poco de alegría. Cerca de una alegre casa, algo extraño para ese lugar, encontró abundantes semillas sobre un pasto muy verde.
Comió y después bebió mucho. Sí, alguien estaba también en ese lugar. Y le ofreció un asilo. ¿Qué hacía un ave tan colorida y bella en esa ciudad? Definitivamente no era de ahí, era un espectáculo irrepetible.
Lirio sintió que otra experiencia agradable estaba por suceder. Un lugar agradable donde pasar la noche, comida y, algo inusual, amor. Algo que Lirio no sentía desde hace mucho.
Todas las noches, regresaba para dormir, era libre de ir y venir. Ambos se proporcionaban amor, o era lo que Lirio creía. ¿Qué más podía ser? Nadie estaría dispuesto a proporcionarle esto, asilo, comida y cariño, si no lo amaba.
Poco a poco se fue acoplando, hasta que un día no quiso salir más. Era tan acogedor, y Lirio se había olvidado de la libertad. Aunque quisiera ya no era suya.
No se dio cuenta de la diferencia entre querer y amar. Querer puede ser poseer. A Lirio lo poseían, como a un objeto. Cada vez que alguien los visitaba, la humana presumía a Lirio como a un trofeo, porque alguien se había quedado con ella sin que lo obligara, prácticamente. Aunque fue cuando Lirio se halló de nuevo en una jaula. Ya no podía salir. Y no sabía si quería hacerlo, pues tenía seguridad, alguien que le daba cariño.
Desde fuera de la ventana, una avecilla cantaba para que él saliera. Lirio se equivocaba, alguien más era capaz de amarlo sin poseerlo.
Ahora sabía que volvería a escapar.
*Vanessa Juárez Ruiz, estudiante de preparatoria, autora de cuentos infantiles que sorprenden a toda clase de público.
Facebook: facebook.com/vanebelen.juarezruiz
Pingback: ¿Dónde encuentro el amor? – Vertedero Cultural