Por Vanessa Juárez Ruiz*
El otoño llegaba, y las hojas de los árboles caían. La hoja más marrón comenzó a desprenderse y en ella llegó la pequeña Paz. Cuando la hoja tocó la tierra, Paz supo que su viaje había terminado.
Para llegar a nuestro planeta, Paz tuvo que recorrer muchos mundos durante cincuenta años. Un tiempo realmente corto.
Ella vivía muy lejos, en un lugar que nadie conoce. Y si hay alguien que lo conoce, seguro no lo recuerda.
No era como las personas que vivían con ella, acostumbrados a hacer lo mismo todo el tiempo. Y después de estudiar a los humanos, quiso venir a la tierra. Su mejor motivo fue para conocer la cosa más especial que tienen los hombres: el amor.
Paz podía pasar desapercibida, parecía una niña de trece años. Con hermosas trenzas como espigas de trigo y piel muy blanca manchada toda de pecas, como todos en su pueblo.
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Había aterrizado en una colina muy alta y verde. El viento movía alegremente su vestido, como dándole la bienvenida. Fue colina abajo, riendo cada vez que el pasto acariciaba y le hacía cosquillas en los pies.
Decidió transportarse en el viento, una forma muy recomendable de viajar. Y mientras pasaba una ráfaga de aire, tomó uno de sus cabellos y subió con ella.
Con el Viento viajó diez días sin parar, porque no sabía dónde detenerse.
Por fin se detuvo cuando el Viento chocó contra un árbol.
Y cayó, para su suerte, en un gran jardín lleno de primeros amores.
Jóvenes con miradas perdidas, sentados sobre manteles a cuadros que colocaban sobre el césped crecido y húmedo. A Paz le pareció que eso era amor.
Eligió a la pareja que más enamorada estaba. Él tenía grabado en su pupila el hermoso rostro de su compañera, y mientras ella pensaba en lo afortunada que era. Paz notó esto muy bien.
Paz se acercó a ellos. ¿Dónde podría conseguir un amor así?
Ambos bajaron de su nube un instante para escucharla y reír por la inocencia en la pregunta de Paz.
“Cuando lo encuentres, sólo escucha tu corazón”, dijeron con aire de experiencia. Pero Paz observó que sus corazones corrían tan rápido que pronto se golpearían contra sus propias palabras.
Como esto no era lo que buscaba, montó un veloz insecto y salió de ahí.
Con el insecto viajó cinco días seguidos.
Cuando el bicho paró a descansar junto a una ventana, Paz vio a través de ella una pareja de ancianos, tomados de la mano y haciendo crujir las mecedoras en las que reposaban.
A Paz le pareció que eso era amor. Entró a su casa sin permiso, y se acercó para preguntarles. ¿Dónde podría conseguir un amor así?
Ambos viejitos miraron a Paz sin mucha curiosidad y dijeron “Toma a alguien y nunca lo sueltes, sólo con el tiempo te acostumbrarás a él”.
Pero Paz tenía todo el tiempo del mundo, y ella quería Amor.
No era lo que buscaba, salió, tomó un pájaro y se fue volando de ahí.
Con el pájaro viajó siete días seguidos.
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El ave bajó a tomar agua en una gran fuente dorada. Paz vio una mansión enorme y adentro había un hombre que parecía satisfecho consigo mismo. Una hermosa mujer estaba a su lado, contando un gran fajo de dinero.
Salieron para admirar los jardines de los que ambos estaban orgullosos y Paz se acercó a preguntarles. ¿Dónde podría conseguir un amor así?
El hombre, con el pecho inflado de orgullo, le dijo “El dinero trae la Felicidad, consigue mucho dinero y llegará solo”.
Paz decidió ver desde arriba para aprender del hombre, subió a una nube y veía que él iba y venía, al parecer trabajaba mucho.
Pasó seis meses sobre la nube, hasta que una mañana muy fría, la mujer empacaba sus cosas para irse lejos, llevando consigo la mitad del trabajo que el hombre había hecho, reflejado en bienes materiales.
Paz no quería eso, y decidió irse en esa misma nube.
Con la nube viajó un año.
En el cielo, escuchó hablar de París, y supo que la nombraban la ciudad del Amor.
Encaminó su nube a Francia.
Después de 364 días, una piedra muy pequeña agujereó la nube, haciendo caer a Paz.
Rodeada de flores, el dulce tacto y el olor que emitían la hicieron despertar. Nunca había olido nada tan agradable.
Un niño con ojos curiosos la observaba. Había derribado a Paz con una resortera.
La tomó de la mano para ayudarla a levantarse, pero Paz por alguna razón no podía, aunque no estaba lastimada. Entonces la cargó.
Su rostro quedó grabado en la pupila de Paz, y el tiempo se detuvo. Mientras el pequeño se llenaba de orgullo por poder tomar a tan ligera y hermosa niña, la más bella que jamás hubiera visto.
Tal vez fue instantáneo, pero estoy segura de que Paz encontró su propia ciudad del amor en una porción de jardín rodeada de flores.
* Vanessa Juárez Ruiz, estudiante de preparatoria, autora de cuentos infantiles que sorprenden a toda clase de público.
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