El desfile de la ayuda

Mariam Rojas ||

Una crónica sobre el apoyo a comunidades cercanas a Tochimilco, sobre el paisaje y la población de una de las zonas más afectadas por el sismo.

Nos tomamos todos de las manos, a mi izquierda, una chica que no conozco me aprieta fuerte: sonrío, con esos lentes me recuerda a una amiga. Decimos una plegaria y los que se quedan nos desean suerte. Una buena familia se unió para llevar comida a los damnificados por el sismo del 19 de septiembre e invitaron a mi familia. Ambas camionetas están cargadas, pasa el último al baño antes de salir y tomar camino.

La idea es ir a dejar los 350 lonches a Tochimilco; cuando llegamos, apenas en la entrada, nos encontramos con dos centros de acopio llenos de víveres y solo unas cuantas casas cuarteadas. Las personas, muy amablemente nos redirigen a comunidades afectadas que quedan más arriba. Durante el camino comenzamos a repartir, la carretera de dos carriles está rodeada de árboles que dan el sentimiento de estar en costa; varias personas caminan por la carretera cargando bolsas de despensa, otras están trabajando el campo. Los ojos de los niños se iluminan cuando reciben la bolsa de papel café, todos piden para sus hermanos o papás.

Mientras avanzamos veo las casas; ninguna de ellas parece afectada por el sismo, por supuesto que tampoco están en buenas condiciones, son pequeñas y los techos son de lámina.

La gente necesita el apoyo, lo ha necesitado siempre, una mujer nos comenta, No nos llegó el temblor, pero nos llegaron las lluvias,

y tiene razón, más adelante la carretera está llena de deslaves, las rocas que cayeron, probablemente por el temblor, junto con la lluvia hacen que el camino parezca totalmente terracería: el 19 de septiembre no fue el único desastre natural.

Antes de llegar al poblado nos detiene un policía, no escucho lo que dice, pero nos deja pasar, a él también le damos un lunch; me pregunto cuánto tiempo lleva parado solo a mitad de la carretera. Llegamos a una curva pronunciada donde comienza la pendiente hacia San Miguel Tecuanipa, aquí otro camión con víveres nos cierra el paso y después de algunas palabras nos deja seguir. La carretera está bastante más transitada de lo que esperaba. Desde la entrada a los pueblos vemos los primeros camiones repartiendo despensas y cobijas. Nos detenemos un rato, pero luego decidimos subir más.

Es entonces cuando la situación cambia. Ya en los poblados el tráfico es tanto que los brigadistas tienen que controlar el paso por las angostas calles. La gente se nos acerca preguntando,  ¿tú qué das?, ¿usted da tortas, verdad? O ¿no trae juguetitos?… no gracias, quiero juguetes para mi nieto. Repartimos poco, antes de que nos pidan dar a los trabajadores, así que nos estacionamos y bajamos caminando en busca de ellos. Nos dan unos chalecos naranjas que, después descubriríamos, dan mucho poder.

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Pienso en los pueblos que he visitado, ahora las calles estás más vivas de lo que están durante todo el año, a exceptuar, quizá, por la fiesta del pueblo. En las tres calles lo suficientemente grandes para que los autos se detengan hay un desfile de éstos: sedan, camionetas de batea, camiones de pasajeros, minivan, todos llenos de despensa, ropa, cobijas y otras cosas. Da la impresión de estar en un mercado. Las personas reciben toda la ayuda que pueden cargar: una despensa en bolsa transparente, otra en una caja de cartón, una pasta de dientes suela, una cobija y un suéter, la llevan a casa y salen por más. Vemos pasar a una mujer que lleva unos 6 lunch de los que nosotros preparamos, nadie sabe cómo sucedió eso. Constantemente llegan más coches con ayuda.

Se han caído muchísimas casas y otro tanto son inhabitables, casi todas eran de adobe, en lo que queda de una de ellas aun se puede leer “se vende”. Varios brigadistas tatuados y con cascos se dedican a tirar muros peligrosos, algunos nos rechazan con un amable gracias, ya comimos,  otros toman el lunch de inmediato. Está comenzando a llover, el camino se pode resbaloso y nosotros nos apresuramos a terminar de repartir. Se me sale una sonrisa al ver a un joven de chaleco naranja caminar entre el fango, con la torta en una mano y la bolsa café en la otra.

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Todos estamos cansados de dar vueltas sin realmente ayudar y el bullicio es tanto que nos aturde, decidimos irnos. Justo en ese momento un hombre se acerca a nosotros, jóvenes, traemos seis camionetas con despensas y ropa,  veo que ustedes ya han estado aquí y saben cómo está el asunto (chalecos naranjas) ¿podrían ayudarnos a que llegue a quienes realmente lo necesitan?,  entonces me doy cuenta de que en todo el rato no me he enterado de quiénes son las personas afectadas, todos reciben la ayuda por igual. Nos cuentan que son parte de una iglesia que ya había ido a varios pueblos y les había sucedido algo similar en casi todos. Después de un rato se deciden  a darnos algunas bolsas de ropa para que la repartamos, pero ya hay otras tres camionetas llenas de ropa y nos cuesta trabajo que la gente se acerque. Intentándolo caminamos hasta el centro de acopio propio de la comunidad, es un patio techado del tamaño de un salón social y claro, está lleno.

Un hombre del centro de acopio se acerca a preguntar si vamos a ayudar con los escombros, es lo que se necesita, pero le comentamos que traemos ropa, híjole ¿ve esa lona azul?, nos dice señalando una pila del largo de un autobús y el alto de un coche, púes es ropa, si pudieran llevarla a una comunidad donde se necesite, se los agradeceríamos. Pienso en todas las imágenes que vi en facebook sobre en qué comunidades se necesita ayuda y en el bombardeo de información y desinformación de los últimos 5 días, hace un momento escuché a una mujer decir, aquí todo cambia muy rápido, cierto, señora: aquí, en la tierra, todo cambia muy rápido.

Desesperados ya, subimos a las camionetas. Nos vamos. De camino pasamos a dejar las bolsas de ropa a un centro de acopio de los varios que hay en carretera. Alcanzamos a escuchar a unas personas quejándose porque en el centro de acopio de la comunidad (el patio de la escuela) les pusieron una marquita en la mano para saber que ya se les había repartido, ni que fuéramos vacas, no quieren obedecer, pero se quejan porque el gobierno no tiene control. En general todos deberíamos organizarnos un poco más.

Escrito el domingo 24 de Septiembre.

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