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Hace poco se ‘celebró’ el vigésimo cuarto aniversario de Kurt Cobain, ex líder de Nirvana. Mucho pensé al respecto. Mucho he pensado sobre la figura de Cobain, el éxito que logró, el impacto que tuvo en las generaciones anteriores a la suya y las venideras. Cada elemento que conforma la figura de Nirvana llama mi atención. Es algo que no he podido subsanar a casi diez años de conocer su música.
Unos días antes de esto, platiqué con Arturo Uriza, conductor del Wild Brunch –programa de música que se transmite por Radio BUAP (clic), de lunes a viernes–, sobre Nirvana. Dijo, y cito: “Nirvana fue un accidente. Su estética, su estilo, la música, el éxito que alcanzaron… hasta el suicidio de Cobain. Todo fue un accidente”. Concluí que, a pesar de la amplia camada de bandas que antecedieron a Cobain y compañía, Nirvana sí era un accidente. Pero a la vez que era un accidente, también era un fenómeno artístico, cultural y social muy interesante –de ello ahondaré más otro día–.
Me puse a investigar la biografía de Cobain. El tipo inició en la música a los catorce. Adoró durante su adolescencia tanto a bandas consagradas –The Beatles, Queen, etc.–, como a artistas locales, pequeños, que apenas y llenaban un bar. Por sus manos atravesaron todos los sonidos posibles. Los escuchaba y escuchaba, hasta el cansancio, hasta aprender lo que más podía de ellos. Cuando supuso tener el conocimiento suficiente para crear, decidió formar una banda. Pero nadie, en su área limítrofe, aceptó.
Cobain estuvo errando por varios años. Entre esa etapa, se volvió roadie de los Melvins, banda de Washington a la que admiraba muchísimo. Compuesta por Buzz Osborne, Dale Crover y Lori Black –en aquél momento–, Melvins es un grupo que se adelantó al sonido grunge, doom y stoner metal que tuvo auge en los noventa y años posteriores. Su estilo pesado, obscuro y agresivo influyó en las concepciones musicales de Cobain, quien buscó, siempre, texturas ásperas para su música.
En el éxtasis de conocer, convivir y ser amigo de los Melvins, Kurt les preguntó si se podía unir. Ellos rechazaron. Arturo conjeturó, cuando hablamos de esto, que a los Melvins probablemente no les gustaba la forma de tocar de Cobain. Yo creo que pensaron en su línea musical, en las consecuencias que traería incluir a alguien más, que no querían salirse de ella por incluir a alguien ajeno a la química de la banda. A modo de compensación, lo ayudaron a formar su propio grupo, pues conoció a Dave Grohl gracias a ellos.
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Quisiera decir que a partir de ese punto el resto es historia, con riesgo a sonar cliché. Pero la realidad es que no. Los Melvins se vieron beneficiados por la explosión de Nirvana en el mainstream. Si bien Buzz Osborne representó esa camada de artistas que se inclinaban por lo underground antes de lo mainstream –de lo comercial, de llenar estadios–, el guitarrista aprovechó la primera oportunidad que tuvieron de saltar a una disquera grande. ¿Y saben quién los ayudó? Efectivamente: Kurt Cobain. Cobain y compañía, firmados en Geffen, consiguieron, a través de contactos, que los Melvins llegasen a Atlantic Records –una disquera que se había aproximado, sin éxito alguno, a otros artistas, como el caso de Fugazi–.
Hasta ese momento, Melvins era parte a la oleada de bandas independientes en los Estados Unidos. Sus discos habían salido en disqueras pequeñas, con un tiraje e impacto relativamente pequeño. Ya inmersos en los noventa, Osborne y compañía se montaron en la ola de rock alternativo, y aprovecharon al máximo el momento.
Durante estos años –la fecha exacta no la sé–, los Melvins se encargarían de ser teloneros de Nirvana. Sí: abrían los conciertos de la banda del tipo al que habían rechazado hacía años, al que no le otorgaron el placer de ser el segundo guitarrista en su banda. Todo esto no lo digo despectivamente. En realidad lo digo con sorpresa, con un “¿cómo fue eso posible?” navegando en mi mente.
Estas noticias me llevaron, entonces, a cuestionar: “¿qué habría sido de Cobain si se hubiese unido a los Melvins?”. En primer lugar, lo más evidente y probable, es que no habría un Nirvana. No habría siquiera un bosquejo tangible de los Melvins –la vastedad de aquella época ha impedido que encontremos muchas bandas–. No habría un movimiento alternativo. Nuestros oídos estarían en otro tipo de música. No existirían muchas cosas, sonidos, bandas, estilos, estéticas que hoy día conocemos.
Ello reafirma la postura de Arturo y mía ante Nirvana. Fue, sin lugar a dudas, un ‘accidente’, producto de otros ‘accidentes’. Mientras escribo esto, lo veo como una cadena de choques en una carretera, que subsecuentemente traen una explosión. Sin embargo, si lo vemos con frialdad, parece todo planeado. Quién lo haya planeado supongo no existe en este plano. No quiero decir que se trate de un dios, sino de algo más. Tal vez el destino, tal vez el mundo mismo, pero algo puso a Nirvana ahí.
Dicha tesis se puede desentrañar con el paso del tiempo, con calma. Por el momento, sólo quería comentar sobre una de las situaciones más absurdas e inusitadas dentro del mundo artístico, a la par de las consecuencias que logró que haya existido esa situación.
Un accidente bastante genial.