Cristales

Por Tinta Congelada*

En un par de días se harán cinco años desde que comencé a trabajar en este lugar. Jamás he visto mi fotografía en aquel marco de madera; que contiene una placa dorada con la frase “Empleado del mes”.  Cada vez que colocan una nueva fotografía, un suspiro se me escapa y termina justo cuando veo que una vez más, no soy yo.

Durante casi cuatro meses el rostro de Ricardo ha ocupado ese lugar y lo único que cambia son sus gesticulaciones. En la primera, alzaba sus cejas, una mirada confundida y su sonrisa se ajustaba a la derecha.  La posterior a esa consistía en un intento de chico malo; tenía el ceño fruncido y en lugar de la sonrisa conquistadora, tenía un poco alzados sus labios.

Lamentablemente este cuadro está justo enfrente de mi área de trabajo y todos los días veo como mis compañeras de trabajo hacen una pausa en su trayecto para admirar el rostro de aquel muchacho. Negar que posee en su mano el corazón de todas las damas es inútil.  El único que no ha sido conquistado es el de Marta. Justamente por eso la quiero.

Marta me fascina desde la primera vez que cruzó aquella puerta. Cuando vino por primera vez, sólo fue a jugar como todos los jóvenes que visitan Roxicanitas. En mi memoria reposa ese día; llevaba un vestido azul con zapatitos blancos. ¡Ay, pero qué ojos tan encantadores! Pasó corriendo y su mirada se clavó por unos instantes en mi zona de trabajo. Sin embargo, le interesó más el juego de carreras que recientemente había sido instalado. No la culpé, ese juego de realidad virtual es mucho más atractivo que dónde yo estoy.

Dos semanas Marta estuvo sólo en mis pensamientos. Después regresó, pero esta vez para quedarse no solo en mi mente.  En su mano llevaba una especie de papeles alborotados y unos cristales en su rostro. Entró al cuarto por donde pasan los que podrían ser nuevos compañeros de trabajo. Cuando salió, yo estaba pegado a la ventanilla, como siempre. Pasó una vez más por mi juego pero no descansó hasta llegar al sanitario de mujeres.

Cuando salió, traía puesta la playera rayada con el símbolo de Roxicanitas. La playera era para hombres grandes y ella, era un frágil y diminuto tesoro. La gorra de trabajo se le resbaló y cuando la recogió, unos jóvenes observaron sus piernas. ¡Qué horror! Lo más probable es que se hubiera ensuciado su pantalón y los pobres hombres no sabían cómo decirle. Por eso me encantaba Marta, porque era distraída. Los chicos no se acercaron a decirle algo, sólo la vieron una vez más desde la cabeza hasta los pies.

Si pudiera dejar el juego y no estar encerrado en este cuarto de cristal, le hubiera comentado lo que seguramente los chicos querían decirle. Aunque me llevé una sorpresa cuando volvió a pasar por mi juego y no tenía alguna mancha, por el contrario traía los pantalones bien puestos y un poco ajustados.

Ella llega más tarde que yo, al igual que todos los que laboran en este sitio. Las diez horas se han vuelto mis preferidas, ella es sumamente puntual en su hora de entrada. Es la primera en pasar y cuando lo hace, le acompaña una pequeña sonrisa en su rostro. A pesar de que no la he observado conversando demasiado con las otras compañeras de trabajo, nunca olvida desear un buen día a quien se cruce con ella en la mirada. Marta parece tímida pero sé que adentro de ella hay un libro de aventuras. Cuando salga de mi zona de trabajo, ojalá pueda comprobarlo.

Su trabajo es respectivamente sencillo, pues a comparación de la labor de Jorge, ella no debe fingir ni mantener una actitud que pueda ser calificada con cinco estrellitas en las encuestas al cliente. Tampoco debe llevar siempre una sonrisa; yo debo hacerlo, pero desde aquel día que observe mi reflejo en el cristal, me percaté que no puedo cambiar de expresión.

De lunes a jueves limpia las pantallas y todos los cristales de Roxicanistas. Eso significa poder admirar las perfectas facciones que hacen resaltar su rostro. En la posición en la que estoy ahora, puedo disfrutar de los cinco minutos que tarda en pasar su trapo desde arriba hacia la parte donde esto yo. Cada vez que exhala en el cristal para darle un reluciente brillo, siento una carga eléctrica; de aquellas que hacen funcionar el artefacto metálico de mi juego.


También te recomendamos: En la Biblioteca Central de la BUAP: “Donde no hay dios”


Lamentablemente, cada día es un niño menos el que se acerca a jugar donde estoy. Por lo que son menos las manchas de grasa de palomitas y nachos las que Marta debe limpiar en los vidrios de mi juego. A lo largo del tiempo he descubierto que son cuatro las ventanas que me encierran trabajando, he estado recargado en cada una de ellas y las he podido diferenciar gracias a que desde cada una se observan los juegos. Sin embargo, ahora no otra más importante que en la que estoy ahora.

En mi primer día de trabajo me encontraba en la cima de todos mis compañeros; los que son semejantes a mí, no como Jorge o Marta. Algunos de ellos han subido de puesto y se han ido con los distintos jóvenes y niños que han podido engancharlos con el artefacto plateadito. A mí nunca me han subido de puesto, ni siquiera algún reconocimiento por mis años de trabajo. Por contrario, mientras el tiempo sigue fluyendo, voy descendiendo entre los nuevos y más coloridos compañeros que llegan.

Ayer Marta regresó cuando Roxicanitas ya iba a cerrar. Solo quedaba un niño que era perseguido por su padre porque quería seguir jugando. Ahí estaba Ricardo y los que trabajan en el turno de la noche, contrario al de Marta. Ella había olvidado su suéter y aunque ella no lo sabe, yo se lo cuidé todo el día con mi mirada. Ricardo había terminado de platicar con la que supuse era  la hermana mayor del niño, pero por la manera en que la que el padre la tomó por la cintura, dudo lo haya sido.  Se acercó y empezó a conversar con Marta.

Si tan solo pudiera quitar la sonrisa que tengo bordada, la habría hecho en esos cinco minutos que intercambiaron diálogos. Las mejillas de Marta cambiaron de tonalidad a un rojo suave. Ricardo tomó un par de mechones que invadían el rostro de ella y se lo colocó atrás de la oreja. Jamás había experimentado algo similar, el hombre que anda campante con una gran cantidad de señoritas, acariciando el rostro a la única dama que alegraba mi eterna estancia. Lastimosamente no puedo cerrar mis ojos, lo cual me hubiera fascinado hacer para no ser testigo de tal desgarrador hecho. Es totalmente injusto que ante tal hecho, solo pueda continuar en esta posición… un castigo que por lo que descubrí, me acompañara toda mi existencia.

La tortura siguió cuando Ricardo metió unas monedas en mi juego y empezó a manipular para intentar sacar uno de mis compañeros. Después de que la primera vez no pudo lograrlo, Marta utilizó uno de sus dedos para señalarme. Al fin podía ver un rayo de esperanza, ella me notaba. Tal vez era algo precipitado decir que sentía lo mismo por mí, pero tenía sentido utilizar a Ricardo para al fin sacarme y estar con ella. Era verdaderamente inteligente.

En ese momento me dejé llevar y aunque al principio no quería, estaba totalmente dispuesto a que Ricardo fuera quien me ascendiera de puesto a uno mejor… uno junto a Marta. El aparato de metal me sujetó hasta elevarme lo suficiente para después poder depositarme en el túnel por donde viaje pensando en toda la fortuna que me esperaba. Quedé parado justo al final del túnel, por donde había visto que recogen a mis compañeros para llevárselos. Esperé a ser recibido por las pequeñas manos de Marta y entonces, sentí por primera vez las manos de alguien. Siempre había anhelado que algún infante me mantuviera entre sus brazos y me llevará consigo a todas partes. Ahora no quería estar en algún otro lado que no fuera junto a Marta.

Seguí en mi espera de visualizar el rostro de mi soñada Marta sin un cristal que nos separara. Las manos no eran las de ella. El niño que aún estaba en Roxicanitas, ya había parado de correr y ahora se encargaba de  moverme bruscamente con sus pequeñas manos. Entre agitación y agitación pude visualizar como Marta le sonreía a ese pequeño agresivo y como también me miraba con cierta felicidad. ¿Por qué estar feliz sino estaba conmigo?

Una fusión de tristeza, enojo y confusión invadió de una manera que jamás había experimentado. Marta ya no estaba del otro lado del cristal pero si estaba junto a Ricardo. Y entonces, confirmé que todos estos años había anhelado con vivir tal situación; pero ahora ya no me importaba subir de puesto ni tener una foto en ese despreciable pero reluciente cuadro de honor. ¡Caramba! Marta nunca tuvo que regresar por su suéter, yo aquí se lo guardaba. Jamás se hubiera encontrado con el cara de telenovela barata de Ricardo y ella seguiría pensando sólo en mí. Ese niño, su padre  y su madre o hermana, no sé qué sería; ya era hora de que estuvieran muy lejos de Roxicanitas.

Ahora el niño me toma con su mano derecha y me lleva. No sé a dónde, pero sé que es lejos de Roxicanitas, de mi cubo de cristales, de Ricardo y los otros compañeros, lejos de Marta. Mientras cuelgo sobre el suelo, pienso en que tal vez, Marta nunca pensó en mí como yo en ella y por eso decidió entregarme con tanta facilidad y alegría. Siento cómo a cada paso que da el niño, me quedo sin mi Marta. Después veo como se aleja cada vez más, el foco fundido que anuncia a Roxicanitas.


*Brenda Aylén Rodríguez Orea. Escritora. Estudiante de la Preparatoria Emiliano Zapata de la BUAP. Autora en Z. Antología de cuentos, con “Un reposo nada más…” y de la crítica publicada en Neotraba, hacia La sal de los días (clic), libro escrito por Azucena Rodríguez.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *