Por Diego Castelán*
El invierno ha llegado; los fuertes vientos y la abundante nieve golpean con fuerza estas amplias tierras, para los que las habitamos, la vida se torna difícil.
Durante días hemos estado buscando un lugar para asentarnos una temporada. Nuestro alfa, un gran hermano mío, ha sido bastante precavido en cuanto a las decisiones que se toman en la jauría; siempre muestra un gran aprecio por cada uno de nosotros. Daría mi vida por él.
¡Parece que hallaron algo! Aquéllos que iban delante de mí, salieron corriendo en un segundo cuando estaba desprevenido. Espero que hayan encontrado una cueva enorme para descansar hoy, caminar por la densa nieve es agotador.
Perdí de vista a todos. Cuando corría tras sus pasos, una intensa nevada comenzó a atacarme ¡Tengo que refugiarme enseguida si no quiero morir a causa de la helada como mis padres!
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La noche ha caído. Durante largo rato grité en espera de recibir respuesta alguna de mis hermanos, pero fue inútil. Me resguardé en un pequeño agujero que encontré vagando por la llanura. Estrellas, esas son la única compañía que tengo en esta ocasión, ya que, por algún motivo, no he escuchado murmullo alguno de otro animal; será la hora quizá, todos ellos deben estar durmiendo y yo debería de hacer lo mismo.
Al despertar, percibí un olor que me recordó a mi manada. Sí, deben de ser ellos. Salí de mi refugio con gran energía, y me dirigí a toda velocidad al lugar de donde provenía el rastro. Aunque el camino es rudo, y las poderosas ráfagas de viento hacen que me ahogue en mi propio aliento, no puedo dejar de correr en busca de los míos. Espero encontrarlos pronto; se me congelan las patas.
Un silencio abrumador me rodea. Veo la cima de aquellas montañas que, en algún tiempo, fueron parte de mis mayores deseos: escalar completamente esos gigantes de piedra que rodean todo esto, y, desde la punta, observar lo que me hace sentir vivo; pero ahora estoy perdido en la inmensidad de la nada, que se extiende hasta donde el sol se oculta en la tierra.
El tiempo sigue transcurriendo, pero los miembros de mi manada, mis amigos y mi familia no quieren ser encontrados. El sonido del viento arrastra susurros que no comprendo: dicen aquí, indican allá, pero jamás concluyen con el cuándo o porqué.
Aún estoy solo, cansado, sediento. No siento ya mis extremidades, y mis orejas se congelan a tal grado que comienzan a dolerme. No entiendo dónde estoy. Hay una luz cegadora en la cima de la siguiente colina; no sé qué sea, pero tampoco sé qué más hacer. Mi cabeza da vueltas; yo continúo, andando, hacia la punta de aquella colina.
- CC (by) | Diego Castelán. Foto tomada de su facebook
* Diego Castelán
Soy estudiante por profesión y escritor por gusto. Un fiel compañero para las hazañas más heroicas y los momentos más tristes. Tengo un gran interés por la vida de los demás, lo que me ha hecho experimentar más aventuras de las que tendré por delante. Si algún día quieres platicar con alguien, y a tu pluma se le acabó la tinta, puedes contar conmigo siempre.
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