Querida mía:
Escribo para reprocharte, porque no pienso seguir callando tus desmanes, tu mirada por encima del hombro, tu suela en mi mejilla. Vengo a decirte, de una vez por todas, que no eres tan buena como pareces, que no eres una mujer hermosa; eres, si bien te va, una navaja Victoninox. Es mi intención publicar esto, para que aquellos con los que te has revolcado últimamente, se den por advertidos del funesto final que junto a ti les espera.
Me convertiste, maldita, en uno más en las filas de intelectuales poéticos, que pasan por la vida hablando tan tranquilos como si no se dieran cuenta de lo altareros que suenan, que necesitan vocación y pasar horas pensando en ti, mirando tus retratos, recorriendo tus líneas; pasé mucho tiempo observando la vida como me enseñaste a hacerlo. Eso es lo que menos me molesta, claro, lo que me pone furioso es saber que, después de manipularme así, te fueras como si nada. En un segundo de distracción, te fuiste sin explicaciones ni porqués.
Dejaste un hueco, que se llenó con comida, electrónicos y desesperación. Te sucedieron mil horas perdidas que me achicaron la mente. Al principio pensé que sólo estabas un poco callada, pero al notar que te habías ido me quedé en shock. Te busqué con ganas, y me negaste verte, incluso tus representaciones y lo que otros pintaron de ti en el pasado. Me quedé atrás, muy atrás.
Pero hasta ahí pude haberme quedado callado, la gota que derramó el vaso fue encontrarte con otro. Te acostaste con todos, hombre, mujeres, algunos más jóvenes que yo, otros mucho más viejos, sin importarte que fueran mis amigos o familia, simplemente te divertías saliendo hasta con mis enemigos. Con todo el descaro, hiciste exhibición pública de sus amores, hablando sobre ellos como alguna vez hablaste de mí.
Ya no me queda más que escribir estas líneas como despedida, como últimas lágrimas, para decirte que ya no te extraño. Voy a dejar de buscarte porque he encontrado otro amor, y a pesar de que se parecen, tengo la certeza de que no me abandonará; hemos nacido de las mismas cenizas, del mismo accidente, de la misma herida. Ahora paseo lento, cuidadoso, mientras descubro a mi nueva amante, y exploramos juntos nuestro santuario; descubrimos poco a poco nuevas tierras, ella me muestra partes de mi cuerpo que no conocía y yo le ofrendo pinturas de sangre. Tengo como nueva compañera a la Literatura Personal.