Tecito de Jamaica | Cuento

El Pasado Viernes 25 de mayo Mariam Rojas (Puebla. 2000) leyó en el programa radiofónico Ficciones su cuento Tecito de Jamiaca. La también colaboradora de este sitio compartió micrófono con Eduardo Andrade, quién actualmente estudia en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.
El programa lo dirige Juan Carlos Báez* (igualmente colaborador de Vertedero Cultural) y se transmite por la estación digital loboradio.com.mx. La repetición puede escucharse en Mix Cloud (clic)
El texto puede leerse íntegro aquí:

Tecito de Jamaica

Mariam Rojas**

Cierro la computadora feliz de por fin terminar el último capítulo y camino a la cocina. Examino la caja de tés con sabores surtidos. Tomo mi favorito: Jamaica, es curioso que a la mayoría no le guste el té de Jamaica. Tú no puedes decirte escritor, todos aquí están tomando café y tú pides te de Jamaica, ¡y de Jamaica! ¿A quién le gusta el té de Jamaica? Quién sabe, pero a los escritores no, los escritores toman café y vino con pan y algún queso raro. Tú con tu facha de ingeniero eres un remedo de escritor. Recuerdo el tono desdeñoso con que me lo dijo Claudia cuando la conocí en la fiesta de Manchas (como le decíamos a Armando por el gran parecido con su perro del mismo nombre).

Conocía a Armando de la universidad donde nos volvimos grandes amigos, él jamás ejerció y en vez de eso empezó a trabajar de cocinero en un restaurantito del centro; donde al parecer conoció a Claudia que era mesera. Durante la fiesta Claudia había estado bailando bastante sensual  por todas partes y con todos los invitados, haciendo honor a su fama de chica alocada. Manchas ya me había hablado sobre ella en alguna ocasión cuando fueron a un concierto juntos y ella se emborrachó tanto que tuvo que llevarla llena de vómito hasta su casa  y yo no lo dudaba que hubiera sucedido pero no le di la mayor importancia. Cuando su comentario me atacó por la espalda yo estaba demasiado distraído preparando el té en la barra de la cocina, su interrupción se alargó por muchos meses.

Prendo la cafetera para calentar el agua. La cafetera me la compró Claudia cuando se desesperó de que lavara la ollita cada vez que caliento una taza de agua. ¡Solo calentaste agua y calentarás otra taza en 30 minutos, déjala así un momento, no te quita nada! Y se siguió desesperando cuando empecé a desconectar la cafetera cada que la terminaba de ocupar y cuando no deje que pusiera café. Es una cafetera, para hacer CAFÉ la cafeína no me va a matar, tú eres el único loco que le tiene miedo. También vivo aquí y tengo derecho a poner café.


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Claudia comenzó a tomar mucho café por el mero capricho cuando entró a trabajar a El Panal porque se sentía toda una escritora con su sección cultural, así intentaba encajar con sus compañeros de trabajo. A ella no le gustaba que yo pidiera té de Jamaica cuando me llevaba a las reuniones con esos amigos pero intentaba ignorarlo porque le encantaba presumir a  su novio “el escritor”.

Por esas fechas, los primeros meses en que se mudó conmigo, comencé a escribir Rojo Transparentoso. Fue una época tranquila, ella iba a trabajar y yo me quedaba en casa a escribir, las palabras fluían y yo me sentía escribir más rápido que mi vieja computadora, casi termino el libro en 4 meses, era una sensación de vitalidad extraordinaria con la casa llena de vida y las ventanas abiertas que dejaban entrar el olor a pasto del jardín que Claudia empezó arreglar desde que le propuse mudarse.

Escucho el sonido extraño que hace la cafetera cuando se queda sin agua y corro a ponerle más aunque la apague de inmediato. Un tiempo deje de utilizar la cafetera pues -no sé en qué momento, quizá a los seis meses o quizá antes- comencé a tener migrañas intensas cuando intentaba escribir y ningún te ni pastilla lograba ayudarme, tampoco el doctor encontró nada mal en mi salud pero yo estaba cada vez más irritable, no quería tomar ni comer nada y Rojo Transparentoso se quedó enterrado en el disco duro de mi computadora cuando le faltaba menos de un tercio. Me pasaba las tardes sentado frente al escritorio, mirando el teclado o me recostaba en el piso junto al espejo que Claudia instaló provisionalmente cuando llegó y que se quedó ahí, en los peores días me sentaba en el patio y me quedaba dormido bajo el sol.

Claudia se desesperó, su sueldo no era el mejor y comenzamos a tener que reducir gastos. No quiero un castillo pero no podemos vivir así, ¿qué te está pasando? Termina ese pinche libro o escribe otro, o mejor consigue un empleo ¡pero haz algo! Pero yo no podía seguir escribiendo, ni ese libro ni cualquier otro y no podía hacer nada más que escribir.

Claudia siempre fue la mujer de mis sueños, comprensiva, después de algunas peleas consiguió otro empleo en el que ganaba mejor y con su sueldo nos alcanzaba para vivir. Aunque me daba mi espacio para que pudiera escribir yo simplemente no tenía ideas. La casa parecía muy pequeña y comenzaba a sentirme incomodo, los muebles parecían sucios todo el tiempo y la comida no tenía sabor alguno para mi, los libros se llenaron de un extraño olor de humedad y el cachorro que Claudia trajo murió apenas unas semanas después.

Ella era libre, es el mejor adjetivo que encontrado para definirla. Una chica segura de sí misma, risueña, atrabancada, que hacia las cosas solo porque le parecían interesantes o divertidas y no le importaba si eran peligrosas o difíciles pues cuando una idea le llegaba jamás salía sin realizarse. La clase de chica a la que no le gusta quedarse en casa y siempre tiene un amigo con quien salir o un evento al cual ir. Era todo lo contrario a mí que como una planta me quedo quieto y apenas oscilo un poco cuando hay viento. Sin embargo ella se quedó, intentando ser libre junto a mí y me compro un cachorro cuando me puse mal y me llevó a sus eventos para no quedarme en casa. Intentó cuidarme y ayudarme un año pero no podía soportar mi estado de ánimo, tan libre como era, se fue, silenciosa e intentando no causar estrepito en mis emociones. Simplemente se fue.

Yo dejé de dormir, el poco sosiego que tenía por las tardes desapareció. Todas las plantas del jardín murieron al igual que el pez, lo cual provocó en la casa un olor a planta muerta que se impregnó en todas partes y me perforaba la nariz. Las pocas cosas que publicaba en la revista de un amigo para subsistir ya no me llegaban a la cabeza. Me enferme y mis nervios terminaron de quebrarse.

Manchas intentó  sacarme de casa, sugirió que me mudara, que conociera a otras personas o fuera al cine o a cualquier sitio con tal de no pensar en cómo la casa se venía abajo.

Tomo una taza y mido una cucharada de azúcar para mi té. Yo no acostumbraba tomar  azúcar en el té, eso lo aprendí de Claudia, ella bebía té con azúcar los días que estaba muy feliz… o muy triste para levantarse el ánimo y para levantar el mío. Ese fue uno de los hábitos que no pude dejar en la casa cuando me mudé; deje todo lo demás, los muebles y hasta algo de ropa, me renté un departamento pequeño como para estudiante, amueblado. Y continué publicando cosas viejas en la revista de mi amigo.


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En el departamento intenté retomar mi vida y mi tranquilidad. Como ya habían pasado algunos meses desenterré Rojo Transparentoso y me puse a trabajar pero no resultó tan bien  como lo esperaba; escribí el final tres veces pero jamás estaba satisfecho y lo borraba completamente. Cada vez mis nervios se erizaban, ya no era tan fácil escribir, apenas podía hacerlo unas horas diarias  y a veces no resultaba nada en algún tiempo así que cada final fracasado representaba mucho tiempo perdido. Intenté cambiar algunas partes del desarrollo pero nunca estaba seguro de si mejoraba o empeoraba.

Comencé a dudar, de todo, no podía escribir dos líneas sin pensar en que me había equivocado. También me sentía indeciso con respecto al resto de mi vida, a cómo decorar el departamento o si debía comprar ropa nueva. El insomnio no se había ido y empecé a sentirme inmovilizado, si me movía un poco las cosas irían mal, lo sentía, así que me quedé quieto, detenido.

Decidí llamarle, la busque con sus amigos de El Panal pero no quisieron darme su número. Tampoco Manchas pudo persuadirla para que hablara conmigo. Claudia tenía un nuevo trabajo y un nuevo apartamento y un nuevo amigo con quien emborracharse en los conciertos. Yo no podía estar sin verla.

Sirvo el agua y dejo caer la bolsa de té de la cual emanan nubes rojizas que se expanden en el contenido de la taza. Me encanta esa imagen, mi color favorito es el rojo desde que era un niño. “¿recuerdas que te pintaste el cabello de rojo poco después de venir a vivir a la casa y que manchaste las almohadas de rosa pero no me importo porque yo amaba tu cabello rojo?” había encontrado su número telefónico en el directorio y deje largos mensajes en su contestadora. Llamaba a media mañana y me pasaba el día esperando que contestara, que escuchara los mensajes. A veces visitaba la casa y me sentaba en el jardín muerto y me quedaba dormido en el sol.

Las tardes eran veneno, sentado en la cama sin poder moverme ni salir a los eventos en las noches ni escribir, ni ver a Manchas que era el único que aún me llamaba; solo podía dejar mensajes en su contestadora con las paredes del departamento tan frías mirándome, oprimiéndome.

Visitar la casa, aun agonizando era mejor que sentarme en la cama; por eso lo hacía tan recurrentemente. Un día, antes de quedarme dormido en el sol, cuando ya comenzaba la respiración de persona dormida, pasó, en su auto muy lento y miró la casa con las flores muertas y las cortinas recogidas como siempre las ponía ella y me vio; sentado en el pasto antes de quedarme dormido en el sol.


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Desde que conocí a Claudia siempre fue impulsiva, eso me gustaba de ella, solía decirle a las personas lo que pensaba la mayoría del tiempo, por eso hacía muchos cumplidos y a muchas personas no les agradaba. Contestó mis mensajes sin decir nada, solo pidió vernos.

Era tarde y entré a la casa cuando la luz natural te ilumina solo la mitad del rostro pero aun se puede ver bien. Estaba ahí, recostada en el suelo entre los vidrios rotos junto al espejo que instaló provisionalmente y se quedó ahí.

Muevo mi té con la cuchara y lo pruebo para saber si es suficiente azúcar. El té de Jamaica es mi favorito, el color rojo siempre fue mi favorito.


* Aquí puede leer los textos de Juan Carls Báez: Autor/JCB

** Aquí puede leer los textos de Mariam Rojas: Autora/MR

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