La cueva | Cuento

El pasado viernes 25 de mayo Eduardo Andrade leyó en el programa radiofónico Ficciones su cuento titulado La cueva. El autor compartió micrófono con Mariam Rojas**, colaboradora de este sitio.

El programa lo dirige Juan Carlos Báez*** (igualmente colaborador de Vertedero Cultural) y se transmite por la estación digital loboradio.com.mx. La repetición puede escucharse en Mix Cloud (clic)

El texto puede leerse íntegro aquí:

La cueva

Eduardo Andrade*

Entrar a una cueva es explorarte a ti mismo: mientras más te adentras en las sombras, más pierdes la concepción de lo que hay afuera. Te olvidas de quienes te rodean, de tu trabajo, del lugar donde vives; y te das cuenta de que estás solo, en medio de la nada, dando pasos ciegos hombro con hombro junto al  Olvidado, aquél que siempre evades cuando miras al espejo. 

Vax Gadling,  El rostro del vacío

Me es complicado explicar cómo llegué aquí, pues cuando voltee la vista por primera vez hacia el sendero que se iba borrando, ya estaba muy lejos de cualquier sitio conocido. Me encuentro en lo profundo del bosque, más allá de la barda de contención que advierte sobre el enorme peligro que representa esta zona. Ni los guardabosques, ni ninguna clase de investigador privado se atreven a buscar a nadie en este lugar, a pesar de las exorbitantes sumas de dinero que se les ofrece. ¿Qué hago yo tan lejos? Aún no me lo explico.

Compruebo que llevo todo lo necesario para adentrarme en la cueva: amarrada a mi muñeca tengo una linterna, pequeña pero potente, y mi teléfono celular, con el 90% de batería, suficiente para grabar o fotografiar cualquier hallazgo interesante.

No lo he mencionado antes, pero soy un periodista bastante… bastante… mediocre. Con mi recortado sueldo no me alcanza para comprar una cámara más o menos decente. Mi esposa sabe lo estúpido que fue casarse con alguien como yo, teniendo tantos buenos partidos insistiéndole. Por eso, en ocasiones, cuando discutimos su vergüenza salpica sobre mi rostro.

Atravieso el umbral con la linterna encendida y rápidamente mis pies son devorados por la tierra. Forcejeo pero no puedo sacarlos. Estoy atrapado y me hundo. Mi dorso se pierde en el lodo.

«¿De verdad creíste que lo ibas a lograr? Él tiene más poder que tú. Él tiene más dinero que tú. ¡Déjalo ya! O “la noticia de tu vida” te costará mucho más que tu trabajo».

Entierro mis uñas en el fango y me aferro a él igual que a la vida. Me arrastro y mi cuerpo sale poco a poco. Me libero. Debí hacerle caso. Fue una tontería salir de casa. Tengo que huir.

Doy media vuelta pero ya no puedo volver: detrás de mí el bosque se ha esfumado, y lo único que queda es un inmenso muro de roca en donde debía estar la entrada.

Tomo una bocanada de aire y me adentro en lo profundo de la cueva. El agua estancada gotea en algún sitio y envuelve con su eco todo el lugar. La linterna sólo me deja ver el segmento estrecho en el que estoy, que se contrae mientras más avanzo. Camino de costado para poder caber en ese hueco, hasta que logro salir. Escucho murmullos que rebotan en las paredes, pero ya no por el eco, sino porque esas voces saltan de un lugar a otro.


También puedes leer: Mis mejores lecturas del 2017


—¡¿Quién anda ahí?!

Me responden susurros.

—¡¿Quién anda ahí?!

—Eg Ok’bitado.

El haz de luz tiembla, volteo hacia todos lados, pero sólo veo sombras. Aumento el paso. Huyo de esas voces que me acosan, que me juzgan en la oscuridad. ¡Cobardes! ¡Dejen de ocultarse tras la pantalla! La luz, entonces, descubre a unos seres pequeños que escalan las paredes con rapidez. Doy un paso atrás, sobresaltado, y aprieto los ojos. Mi corazón corre sin aligerar la marcha.

Estoy solo en lo profundo de un bosque donde no existe la justicia, perdido en una cueva sin salida, rodeado de seres que nadie ha visto antes, pero que me atacan igual que ellos… Ni aquí ni allá queda algo que perder…

«¡Te dije que lo dejaras! ¡No tienes la capacidad para hacer frente a estas cosas! ¿Cómo podré salir de casa si el mundo entero piensa que eres un perdedor? ¡Adonde sea que voy todos susurran que eres un loco! ¡Nunca me haces caso y ahora tendremos que sufrir por tus tonterías!»

Enciendo la cámara de mi celular y grabo lo poco que la luz de mi linterna descubre. Ahí están ellos: pequeños y esqueléticos, de cuerpo peludo y cabeza calva, casi como la de un bebé; moviéndose por las paredes en cuatro patas de una forma peculiar, muy similar a la de los cangrejos. Se detienen cada tanto para regurgitar una esfera blanca, que luego lanzan a alguien de su grupo. El otro la atrapa y la devora, dejando escapar el sonido de los murmullos que he estado escuchando.


Te recomendamos leer: Juan Rulfo, fotógrafo 


Detengo la grabación y la reviso… ¡se ve tan nítida! Si escapo con un material así de bueno dejarán de creer que soy un loco y recuperaré mi credibilidad. Podré comprar una cámara decente, cubrir notas importantes en todos lados, encerrarlo… Y lo más importante… ella se quedará conmigo. No tendré que volver a llorar en el sótano, acariciando nuestras viejas fotos, esperando que pueda aceptarme así como soy… igual que lo hizo en el pasado. No volverá a ver en mí a ese reportero mediocre que tanto repugna.

Llego al final de esta… ¿habitación? Pero sólo hay otro muro. Reviso mi celular: 40%, espero que la batería aguante hasta que encuentre una salida. Una criatura baja por la pared. Su rostro es demasiado tenebroso, pues a pesar de asemejarse al de un bebé, su cara es alargada, con la mandíbula salida. Escupe una esfera que atrapo y acerco a mi rostro. Se revienta y el murmullo me grita «k’rre».

Unos pasos resuenan en toda la cueva y hacen temblar las paredes. Los seres caen al piso y se ocultan en la oscuridad. Apago la linterna y me escondo junto a ellos. El sonido se detiene y acto seguido una criatura enorme atraviesa el muro que está tras de mí. Retrocedo atónito. Es más grande que un gorila, no tiene ni un solo pelo en todo el cuerpo y su cara asemeja a una calavera. Parece ser el padre de esas criaturas. Jamás había visto nada tan imponente frente a mí… a excepción de León.

La bestia regurgita una esfera enorme y la arroja contra el piso. «¡Ok’bitado!», ruge, y la intensidad es tanta que derrumba el suelo. Me suspendo en el aire y busco mi linterna, pero ya no está. Se ha escapado de mis manos y ahora la oscuridad me envuelve. ¿Por qué vine a este sitio? ¿La historia?  ¿Ella? ¿O era una prueba para demostrarme a mí mismo que soy tan mediocre como todos creen?

Un manantial subterráneo detiene mi caída. No estoy muerto… Nado hacia la superficie, pero los seres que he visto antes me detienen a medio camino. Toman mis piernas con sus pequeñas manos huesudas y me jalan hacia el fondo. Lucho para escapar de ellos, pero mis pulmones ya no tienen fuerza. Mi vista se oscurece.

«Deja de hacerte ilusiones. Deja de pensar que esto puede salvarse. Has arruinado cada bello momento y has empeorado cada problema que hemos tenido. Así que hazte a la idea de que antes de que finalice el año, ya no serás parte de mi vida.» ¿Vale la pena seguir luchando? Ya lo he perdido todo…

«¡Arriba, charlatán! La “noticia de tu vida” no se va a contar sola!», dice una voz sarcástica que me arrastra fuera del agua. «Te daré una oportunidad: olvídate de ella y del periodismo. ¡Sal, vive la vida!». Levanta mi cuerpo y lo suelta. Quiero escapar, pero no puedo mover ni un solo músculo. Apenas puedo mantenerme de pie. «¿No? Tsss. Entiendo. Tu vida, tus decisiones.»


Recomendación de la casa: Fotografía artística: La música del cuerpo femenino


Toma mi camisa y me jala. ¿Quién es él y cómo es que sabe tanto de mí? Veo una silueta, pero la oscuridad es tan densa que no logro reconocerlo. «¡Reacciona, carajo!», me arroja contra un muro y me propina una golpiza. No puedo responder, cubrirme o escapar. Soy preso de mí mismo. ¿Por qué estoy aquí? Sigo sin entenderlo. Cierro los ojos. Alguien llama a la puerta. Deja de tocar. Entra, acepto el castigo. El dolor desaparece. Parece que se terminó. No habrá lágrimas esta noche. No trabajaré de nuevo en ese horrible lugar. Nunca la volveré a ver…

Abro los ojos. ¿Por qué sigo vivo? Estoy en un pasillo dentro de la cueva, a los costados hay unas antorchas con un fulgor extraordinario. El calor de su fuego me llena, hace tiempo que no me siento así. Reviso mi celular, la batería está muerta. Camino por el único lugar posible, junto a mí hay unos cristales morados que sobresalen de las paredes de roca. En cada uno de ellos veo mi reflejo. Es sorprendente, estoy tan… tan… vivo y lleno de energía. ¿De verdad soy yo?

El fuego va atenuándose con cada paso que doy. Cada vez hay más cristales, pero ya no luzco como antes. Los murmullos vuelven. Volteo hacia todas direcciones, intentando encontrar las criaturas, pero lo único que veo dondequiera que mire es mi reflejo, observándome.

Los murmullos me ensordecen, no puedo dejar de temblar. Muerdo mis uñas, me rasco el cuerpo, intento de todo, pero no logro quitarme esa sensación de incomodidad. Entierro mis manos en mis orejas y cierro los ojos. ¿Por qué no se callan? ¿Por qué no dejan de mirarme? ¡Paren, por favor!

Huyo de los espejos hasta que el sendero termina. . Suspiro aliviado, pues ya no hay más cristales. El fuego es tan tenue que apenas logro ver nada. A pesar de eso distingo su silueta al fondo, dándome la espalda, envuelto en la oscuridad.

—¿Por qué tiemblas? ¿Me tienes miedo? —dice con una voz serena que cambia al instante—: ¡Qué pendejada!

—Déjame ir, debo volver a casa… —hablo sólo para distraerlo y me acerco sigilosamente. Mis manos tiemblan, mi corazón corre cada vez más rápido. Es mi única oportunidad para tomarlo desprevenido.

—¿Dejarte ir? ¿De qué mierda hablas? La puerta del sótano siempre ha estado abierta… Eres tú quien no quiere salir.

Me petrifico un segundo antes de golpearlo. Sus palabras penetran en mí.

—No puedes temerme… —se da la vuelta. No puedo hablar—. Eso significaría tenerte miedo a ti mismo. Y eso sí que sería una pendejada.

Me apuñala con un trozo de cristal en el pecho. «Ahora tú eres el Olvidado», susurra a mi oído y penetra más profundo. La sangre llena mis pulmones. Mis brazos no tienen la fuerza para alejarlo. Este es el final… y lo único que puedo hacer es verme perder la vida a través de sus ojos.

—¡No entiendo cómo es que puedes ser tan egoísta! Te vas una semana sin decir ni una sola palabra y hoy llegas como si nada hubiera pasado. ¡Sólo piensas en ti mismo! Y para colmo traes una cámara carísima, ¿no te das cuenta de que con la miseria de salario que tienes no podemos pagar ni el agua? ¡Y vas y te compras una cámara nueva, como si le fueras a sacar provecho!

—¿Sabes qué? Tienes razón, antes de que finalice el año ya no serás parte de mi vida.


* Eduardo Andrade. Estudiante de la facultad de filosofía y letras de la BUAP.

Twitter: @LaloAnd_

** Aquí puede leer los textos de Mariam Rojas: Autora/MR

*** Aquí puede leer los textos de Juan Carls Báez: Autor/JCB

1 comentario en “La cueva | Cuento”

  1. Pingback: Génesis uno uno – Vertedero Cultural

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *