Viaje 13

Desde que él zarpó en aquel navío suyo, ella esperó su regreso.

Recuerdo su cara de niña cuando comenzó el viaje, llena de ilusión e inocencia. Tenía apenas catorce y ya se había enamorado por primera vez, aunque todas las demás veces fueron del mismo hombre.

Entonces, soñando con las nubes, se estancó en una porción de tierra. Aguardaba en el muelle todo el tiempo.

Contaba las horas, los días, los meses. Usaba los dedos de las manos, cuando se agotaron comenzó con los pies.

Estaba segura de que se rendiría, solía tener la habilidad para persuadirla.

Cuando accedió a irse del muelle, llegó otra vez aquella desgracia nuestra.

Era encantador, todo lo que ella imaginó cuando no lo tuvo cerca. A pesar de los celos, la vi feliz y dejé que viviera en paz con el hombre pasajero.

 

Pero no era un compañero constante, tampoco de tierra firme. Salió nuevamente a cruzar el mar en la mañana más helada que se hubiera visto.

Ella se ancló de nuevo al puerto, sin que la pudiera convencer nunca más.

Ya no contaba los días. Sabía que no lo necesitaba, o simplemente se olvidó de sus cuentas.

Cuando se acordaba de mí, que era ocasionalmente, se levantaba a comer o a cambiarse. Hasta que dejó de hacerlo.

Así es como se fue marchitando, mi único amor se me fue de las manos.


También te recomendamos leer: Invasión


La amaba verdaderamente. A veces pensaba en las veces que preparaba un desayuno majestuoso porque sentía merecerlo. Cuando se arreglaba, lucía tan hermosa que nos miraban mucho en las calles por su causa.

Conocía todo de ella, y ella todo de mí. Eran tantas las ocasiones en que nos sentía como las compañeras perfectas.

Despertar con ella, sentir su corazón latiendo y su respiración tranquila, era todo lo que necesitaba para ser dichosa.

 

Si hubiera llegado antes.

Llegué a la bahía para asegurarme de que estuviera bien. Aún tenía intención de cuidarla, de amarla toda la vida aunque ella no me amara a mí.

Sólo encontré el vacío, un espacio donde hacía falta ella.

Ya no tenía nada que hacer ahí. Ella ya se había ido, y yo también.

 

 

 

 


Si te gustó el texto, podría interesarte Por una flor

 

 

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *