Seis de la mañana es la hora en la que se pasa lista. […] Dos pesos cuesta recibir una llamada telefónica. Quince días barres la cancha si no sales a la lista. Quince días barres el comedor si le faltas el respeto a la custodia. Treinta días en el área de segregados si te peleas con alguien. Doce celdas hay en la planta alta. A las seis se reparte el desayuno. A las once la comida y a las cuatro la cena. […] Dos meses permanece en castigo a quien se le sorprende con droga o celular. Ochos años es la condena a quien comete homicidio. Dos pesos cuesta un cigarro suelto. […] Ocho lavaderos y un boiler abastecen aproximadamente a 140 mujeres. Diez regaderas, cinco en cada planta. Seis camas en cada celda. Se permite un refrigerador y un cooler por cada celda. Quince pesos cuesta bailar cuando se organiza uno. Seis y doce horas duran es el tiempo que duran las conyugales. Quince minutos dura la visita de corto tiempo.
Fragmento del texto “Numeralia”, pp. 37.
Las cárceles han existido prácticamente desde el comienzo de la vida civilizada. En la antigüedad, el cómo se debía castigar al que cometiera un crimen fue una interrogante a la que le dedicaron tiempo de reflexión filósofos como Platón, Heráclito, Sócrates, Protágoras y demás.
Pese a tantos siglos de historia, lo que actualmente conocemos como sistema de justicia penal nace en el siglo XVIII con el fin del feudalismo y entró en un constante proceso de cambio hasta mediados del siglo XX. La idea de cómo debe funcionar un reclusorio ha sido más o menos constante: rehabilitar al que cometa un delito aislándolo de la sociedad para inducirlo a un proceso de meditación –casi siempre ligado a una religión, películas como Sueño de fuga o La naranja mecánica lo demuestran- que lo reforme para su posterior reintegración a la sociedad. La idea suena convincente, como mucho de lo que se plasma en papel, desafortunadamente en la realidad se interponen factores como corrupción, autoritarismo, impunidad, mafias internas y en general un ambiente putrefacto, que más que una reformación proporciona la maleabilidad del sujeto.
Al pensar en un reclusorio -o toparse con uno en diferentes medios- lo más común es imaginar un lugar de paredes grises y aspecto mortecino con cientos y cientos de hombres habitando las rejas. Resultará extraño para muchos imaginar un cerezo femenil, tal vez se daba a los matices machistas todavía impregnados en nuestra sociedad; pero también existen los reclusorios femeninos y están igual de saturados, ahí se hallan mujeres criminales y Mujeres que matan.
Sylvia Arvizu es la encargada de transmitirnos las voces que pueblan este libro de crónicas elaboradas con narraciones abrumadoras: imágenes reflexivas o contundentes, según lo necesite la historia. El volumen se encuentra dividido en tres segmentos: “Prófuga”, “Breve Azul” y “Mujeres que matan”, cada parte en un fragmento poderoso que hace de la obra un todo. El primer apartado es la presentación de la autora ante el lector y a su vez un ejercicio de autorreflexión entorno a ella y sus años venideros; elaborada magistralmente, la primera crónica, “Prófuga”, narra los meses de su corta vida como evasora de la ley por el crimen que no conocemos de una persona –la misma autora- de la que sólo sabemos que está embarazada, la fuerza narrativa que hay en cada párrafo es tal que basta con eso para sentirnos cercanos a ella; las páginas no se agotan y más bien se reinventan en una segunda lectura. Hay garantía de llanto, de sentir una fuerza opresora en el vientre al pasar las hojas, y también de profundo reconocimiento hacía Arvizu, quien no busca tergiversar las cosas para adornarlas, todo lo contrario: emplea el lenguaje como un arma contra el olvido de las historias que transitan frente a nosotros. Cada texto deja una sensación de vacío e injusticia; nada parece inverosímil, cada escena nos aproxima a una realidad probablemente ajena hasta antes de la lectura, el tabaco -se aprende con el libro- es fundamental para sobrellevar los días de cautiverio.
Las descripciones de sus compañeras y el ambiente en el penal llegan en el segundo apartado: “Breve azul”, publicado de forma independiente en 2008 (Ediciones La Cábula) y retomado para esta edición. Las reflexionas predominan aquí y su lectura en un sentido profundo induce a la interrogante de si realmente es la cárcel un reformatorio efectivo o si por el contrario se trata de un sistema errado. La respuesta parece contundente, y también entristecedora. Las reminiscencias sobre lo que dejaron afuera son una constante en las anécdotas de las reclusas, pero también lo es la efímera felicidad y la sensación de que ahí también se puede encontrar un hogar. El libro fue publicado en 2013 en paquete -e individualmente- con Matar, de Carlos Sánchez (aquí una reseña), la estructura de éste es semejante pero con historias de hombres. Hay una marcada diferencia entre la actitud que denotan las mujeres en comparación con los varones: la empatía, la solidaridad que construyeron dentro del cerezo para hacer del lugar un poco más confortable, o al menos tolerable. Por irónico que suene, en los textos de los crímenes y asesinatos perpetuados, no se encuentran a personas buenas o malas, solamente humanas. Leer, entender cómo llega alguien a prisión sin caer en juicios de valor es el mayor mérito del libro.
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En “Mujeres que matan” –la sección inédita del libro- los texto se enfocan en eso: descri’bir los asesinatos de sus compañeras, vecinas de celda que con refresco en mano vieron privadas sus libertades, o que encontraron en el fuego la oportunidad de acabar con la huella de un cadáver fresco. En las cinco crónicas que dan forma al apartado se demuestra una ardua labor periodística ya antes ejercitada gracias al programa radiofónico que condujo varios años antes de su reclusión, ahí se puede detectar el enorme carisma que fue clave en el proceso de sinceridad de las reclusas; por eso no deja de sorprender el libro, que alguien se desnude en palabras ante los ojos del lector ya es de por sí complicado, y más tratándose de asesinatos perpetuados no hace mucho, pero Sylvia lo hace ver como un trabajo fácil.
Perteneciente a la colección Letras Rojas de Nitro-Press, Mujeres que matan es un libro que cuesta trabajo terminar: al llegar por primera vez a la última página el lector querrá regresar la primera y comenzar desde cero; no hay exageración al afirmar que se trata de un libro inagotable y de una autora que escribe con el alma en la pluma.
Mujeres que matan, Sylvia Arvizu (Nitro-Press. 2013). Ciudad de México, México.
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