Mis textos, la gran mayoría de veces, son infantiles o tienen un toque de ello.
Sin embargo, recomiendo a nuestros posibles lectores que no tomen este texto como un cuento infantil.
Sigo abogando por la increíble comprensión que puede tener un niño con respecto a diversos temas que se callan por pudor o vergüenza. Pero aún hay cuestiones que los padres prefieren alejar de los oídos de sus pequeños. Y lo encuentro comprensible.
También estoy de acuerdo con preservar la inocencia tanto como se pueda, y para esto quiero aclarar el significado que le doy a este término.
No creo que la inocencia derive en la ignorancia. Creemos a alguien inocente cuando parece no conocer de asuntos relacionados a las pasiones bajas del hombre, o cuando aparenta nunca haber leído una nota roja.
Nada más alejado de la verdad.
Había alguna vez visto (y me disculparán si no puedo citar esto, gracias a la memoria que va y viene) que la inocencia es la falta de maldad en el alma.
También me apoyaré en la definición que le da la RAE, con quien existe una relación de amor-decepción, la cual nos dice que la inocencia es el “Estado del alma limpia de culpa”. Y ambas me han parecido descripciones un tanto románticas, pero sirven para el caso.
No se debe ocultar la realidad social, sino explicarla para su comprensión a edad temprana. Pero esto no significa que los problemas deban normalizarse. Educamos a los niños para aprender a desconfiar, los preparamos para enfrentar una sociedad conflictiva en la que siempre se está alerta, donde las cosas no cambian y hay que resignarse. Y ahí se encuentra el error, pues la transformación colectiva no se inicia fuera de casa. Pueden aprender a ser confiables, a saber del mundo sin esperar lo peor de él. Tampoco sin pasar por ingenuos.
Ya que nadie está ajeno a los problemas, ellos son parte de la problemática. Y aquí es donde los educamos para estar del otro lado de la igualdad. Debemos enseñarles a ser el cambio.
Cualquier tema puede ser hablado con un niño, usando las palabras correctas.
Así que, ahora puedo estar de acuerdo en que este no es un texto infantil. Y es precisamente por la inocencia.
Para poder explicar un asunto sensible, recomiendo abordar todo por soluciones. Los más jóvenes no necesitan una llamada de atención a su moral, no necesitan que les abran los ojos por las acciones perjudiciales que realizan. Simplemente porque aún no las hacen, o no viene de ellos el hacerlas.
Comentar los problemas sociales empezando por las soluciones, por lo que es correcto, es para mí la mejor manera de educar.
O lo que es más simple, no alarmarlos, y tomarlo todo por lo positivo.
Mole de sueños
Sólo unos pocos humanos somos privilegiados de vivir en casas propias.
Mientras salía al jardín con sumo cuidado, mi padre me contaba hermosas historias.
Me contó de cuando los hombres eran libres, existían grandes ciudades donde todos vivían tranquilos; los niños podían salir con sus padres, ir a otros campos a jugar, podían ir a la escuela. Yo nunca vi nada de eso.
Pero también me contó de cuando llegaron aquellos seres verdes, que a la vista eran muy agradables. Pensaron que podrían convivir, que les enseñarían cosas y que los protegerían. Porque los humanos somos cariñosos por naturaleza, nos gusta querer y ser queridos. Aunque también nos gustaba la libertad.
Los hombres cósmicos empezaron a tomarlos como mercancía.
Decía mi padre que al principio no vivían tan mal. Parecía que aquellos seres buscaban proteger, y hasta sentían cierto afecto por sus humanos.
Tiempo después, los encerraron en espacios cada vez más pequeños. Y el propósito de aquel confinamiento no era otro sino el de devorarnos y usar cada parte de nuestros cuerpos para algo de utilidad.
Cuando llegaba a estas partes, recuerdo que mi padre lloraba pensando en su pequeña niña. De no estar ahí, nunca supe qué cosas me hubieran ocurrido. Pero él sí sabía.
Siempre llegaba mi madre por detrás para consolarlo. Con un carácter más firme, ella pudo contarme lo que le sucedía a las mujeres.
Los hombres cósmicos las criaban, en muchos casos, para que produjeran alimento que esos seres ni siquiera necesitaban. Para esto, arrebataban de sus brazos la única fuente de luz que podían tener en espacios tan oscuros.
A veces evocaba la memoria de mi tío más querido. Él era sano, lucía imponente y era fuerte. Con él me sentía cuidada. Pero los hombres cósmicos también notaron esas cualidades, y ni toda su fuerza pudo con ellos. Lo utilizaron como la humanidad solía usar a los esclavos hace tantos años. Exhalo su último aliento al lado de la carreta de carga que halaba, esa que fungió como instrumento de tortura el resto de sus días.
Hoy era uno de esas mañanas en los que me sentía afortunada, como si no ocurriera nada malo en el mundo.
Mientras desayunaba, por el radio color amarillo mostaza, se oían las noticias matutinas. Con toda normalidad, como si del estado del tiempo se tratara, se escuchó:
“Hoy comienza el tradicional festival de matanza, por la temporada de mole de caderas. Esta vez, por la competencia con otros lugares, sólo se sacrificarán 3 500 personas” La voz universal del locutor sonó con decepción notable.
“Incluye ballets folklóricos, además, habrá un concierto de Big Band 131 ese mismo día”.
En mi cabeza resonaba, corriendo como una fiera, matanza. Una y otra vez. Es curioso. Entre su misma especie, esta palabra provoca desolación. Los seres lloran, se lamentan. En un halo de tristeza, se abrazan los unos a los otros buscando consuelo.
Las masas verdes se regocijaron.
“El día sábado 20 de octubre se dictará una conferencia sobre la matanza, asimismo, estará en concierto Martha Toledo y el domingo se presentará la Sonora Santanera en un concierto con María Fernanda.”
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