Lo que le falta a la arquitectura en México

“El mexicano, fácil a la efusión sentimental, la rehúye.”

Octavio Paz

Todas las bellas artes son el reflejo de la sociedad, por lo que se debe ser cuidadoso con lo que se expresa. La función del arte es la de la representación o imitación de los ideales que se tienen. En este caso, la Arquitectura posee una doble intención que para nada debe ser dicotómica: forma y función.

Las posibilidades artísticas, materiales y técnicas se consumen en una mezcla amorfa de sentimientos en función a lo desechable, a lo breve, a lo novísimo y algunos casos lo ostentoso. La función del artista va más allá, ya que el fenómeno estético es prioridad que debe ser compartida con los demás seres humanos que viven en el mundo. Heidegger presumía la idea de que la razón es enemiga del pensamiento, por supuesto, entonces con mayor razón (tolérese la redundancia) se debe crear con cualidades imaginativas.

El leitmotiv del arquitecto mexicano es variado. He llegado a creer que vivimos en una urbanidad que se esfuerza por cumplir de modo pulcramente capitalista, sin creatividad, con un horario, con una fecha de caducidad.

Me arriesgaría a afirmar que somos muchos los que alaban cómo se distribuye y lo que representa el centro histórico de Oaxaca, Querétaro, Puebla, CDMX, Zacatecas, Chiapas, entre muchos otros: nos sentimos en armonía con el pensamiento de aquellos grandes arquitectos que dieron vida a la república dentro de la cotidianidad que se experimenta en el fenómeno estético. Entre esos nombres destacan Juan O’ Gorman, Teodoro González, Juan Sordo Madaleno, Pedro Ramírez Vázquez, Abraham Zabludovsky, Enrique Norten, entre muchos otros. Y es que el arte obedece una necesidad interior, una expresión que obedece finalidades variadas, entre ellas fomentar la contemplación y conocimiento de lo universal. En el orden y armonía de los elementos surge la emoción.

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"Edificio Corcuera" del arquitecto Juan Sordo Madaleno. Fotografía de Joe Scherschel.

En México se ha perdido el sentimiento cooperativo, somos terriblemente ensimismados. Como consecuencia de esta filosofía, nos encontramos en la decadencia de muchas ramas del conocimiento, muchas veces consecuencia de la modernidad. Entre más individual, menos alcance universal, como afirman los griegos: más alejados de lo bello y sublime y más cerca de la banalidad de la materia.


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Eso sufre la arquitectura mexicana: una ruptura y muchas veces un rechazo sin sentido hacia quienes nos preceden, seguido de una acción ignorante de los fundamentos que nos rigieron (y nos rigen ahora). La función no lo es todo, falta el espíritu creador. Vivimos cada vez más inmersos en una ciudad vacua y hueca que sólo repara en las necesidades inmediatas. ¿Por qué creemos entonces que las demás naciones crecen? Lo vemos reflejado en su arte.

En México, el sensacionalismo, falsa espectacularidad, el terror por enfrentar a los grandes que nos preceden, rehuir a la efusión sentimental como diría Paz: ¿hasta qué punto dejará de existir el espíritu en lo cotidiano?

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"Museo Rufino Tamayo" de los arquitectos Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky.

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