Era extraño aquel hombre, / o por tal lo tomaron,
porque besaba todo / lo que hallaba a su paso.
Besaba a las personas, / al perro, al mobiliario
y mordía dulcemente / la ventana de un cuarto.
Silvio Rodríguez
El 28 de septiembre de 1932, en el pueblo de San Ignacio (Chile) o, quizá, en el de Quiriquinga, porque quién sabe dónde nacen los poetas que aman de forma tan particular a la Vida, nació la sonrisa de un pueblo; quien, más adelante, sería homenajeado bajo el nombre de Víctor Jara Martínez.
Durante su juventud, Víctor mostró su curiosidad por la Vida. Su pasión por los paisajes cotidianos tan hermosos ante sus ojos, lo convirtió en un hombre poco común: sensible al mundo que habitaba. Jara decidió, en esa época comprar su primera cámara fotográfica con la cual intentar imitar a la Vida misma para que los demás la vieran tal cual era: bella. Amigos, familia, montañas, atardeceres; todo aquello que pasaba inadvertido ante la vista de lo objetivo y lo eficiente inspiró a Víctor para estudiar al arte y entregarlo al mundo.

Víctor Jara, el escenografo Sergio Zapata, la diseñadora teatral Bruna Contreras y Alejandro Sieveking, colegas de la Escuela De Teatro de la Universidad de Chile, en un retrato de Luis Poirot.
La inolvidable sonrisa de Víctor Jara lo caracterizó por toda su vida, e incluso su muerte; producto de una creciente euforia por disfrutar la compañía de grandes amigos y el cariño del pueblo. Jara se sentía identificado plenamente con una naturaleza sencilla, austera; donde el mayor bien era la alegría de estar vivo y el amor hacia la Vida.
Y, gracias a esta naturaleza de hombre amante, Víctor se formó plenamente como músico y cantautor del pueblo; emisor de las desgracias y las alegrías de la gente. Canciones como El arado o El derecho de vivir en paz son algunos de los mejores ejemplos que muestran al Víctor Jara que denuncia la injusticia, la mala calidad de vida y la esperanza por la paz de los pueblos.
Vuelan mariposas, cantan grillos
La piel se me pone negra
Y el sol brilla, brilla, brilla
Y en la tarde cuando vuelvo
En el cielo apareciendo
Una estrella
Nunca es tarde, me dice ella,
La paloma volará, volará, volará
Como el yugo de apretado
Tengo el puño esperanzado
Porque todo cambiará
Fragmento de "El arado" de Víctor Jara
Sin embargo, durante el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile, que tuvo el objetivo de derrocar el gobierno democrático de Salvador Allende, los hombres y las mujeres a favor de la libertad y de la paz fueron presas de una carnicería liderada por los tiranos de la opresión universal.

Víctor Jara fue una de las víctimas de aquella cacería. Capturado el 11 de septiembre de 1973, mientras daba clases en la Universidad Técnica del Estado, lo llevaron, junto con otras miles de personas, al Estadio Chile, donde sufriría profundamente las heridas del pueblo y de la tortura.
De repente él saca la pistola. Con el cañón del arma empieza a golpear a Víctor en la cabeza. Y su cabeza, su pelo, y su frente empiezan a colmarse de sangre. Y lo mantiene con el fusil apuntando (…).
Boris Navia, testigo en el Estadio Chile.

El rostro de Víctor Jara, del poeta, del cantante, del músico, del dramaturgo, del actor; era el rostro del pueblo. Cada arruga de su frente formaba parte de la geografía comunitaria: depresiones, cordilleras y estepas. Las lágrimas que caían por sus mejillas eran ríos donde la gente bebía hasta el mar. Las cicatrices negras del cráneo como cañonazos en la Moneda. La sangre que escurría desde su frente, pasando por sus ojos, hasta su sonrisa, como el pueblo herido, agonizante, en busca de su inextinguible esperanza.

Sin duda alguna, era extraño aquel hombre de Chile. Extraña fue su forma de ser, de pensar; amante de lo cotidiano. Víctor encontraba belleza en la Vida. Careció de dinero toda su vida, pero disfrutó de algo que para muchos parece inservible e innecesario: el amor. Y aunque su cálida sonrisa no le salvó de la muerte aquella tarde del 16 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile, sí lo convirtió en un símbolo de lucha en contra de quienes buscaron dominar la libertad y enterrarla para siempre; pues, aun frente a su muerte, Víctor le sonrió a su asesino y dijo:
Tú no eres dueño de mi consciencia. No te pertenezco. No me has derrotado.
Víctor Jara
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