Salí corriendo del apartamento: Edificio 6, Sección 9, Área Sur del Estado; faltaban cuarto para la media noche, creo; y, con mi paraguas en mano, llegué a la puerta principal de la oficina Fármacos y Medicamentos, lugar donde pasaba la jornada laboral archivando expedientes y registrando nuevas matriculaciones.
Al abrir la puerta, la luz blanca se lanzó violentamente hacia mis ojos; una fugaz ceguera me ahogaba mientras la enorme máquina comenzaba el registro:
— Matrícula.
— C-1690-GAO.
Aquellos ojos me miraban fijos, eternos, perfectos.
La ceguera se fue. Avancé directamente hasta el pequeño cuarto gris del monitor. Sus tres paredes frías de metal me ocultaban; el mundo a mi alrededor era incambiante: la misma limpieza impecable, y el eterno silencia sordo.
Ya en mi silla, empecé a teclear los dígitos que la voz del megáfono rojo dictaba. Recuerdo instrucciones de la jornada anterior: control estricto de los alimentos, grandes porciones de pastillas para el dolor de cabeza. Tiempos difíciles hacen grandes hombres; habrá que racionar más los productos mientras perdure la guerra.
Después de archivar cerca de medio millón de matrículas, tenemos un tiempo para la hidratación. Agua nos venden; sabe a tal, según la pienso, pero tal vez no lo es. Hace cinco jornadas, alguien de la oficina Procesos gritaba que la garganta le quemaba; se lanzaba contra el reflejo del piso recién pulido. No le he vuelto a ver.
Terminé mi botella, y regresé a la silla oculta entre los muros. Antes de continuar con los nuevos registros, mi mano fue al bolsillo de la camisa blanca; sacó temblorosa de ahí los restos de una pastilla para el dolor de cabeza.
Al final de las jornadas laborales, nos envían al Área de Alimentación asignada por el Estado: Edificio 6, Sección 9, Área Sur; ahí nos entregan las porciones necesarias para sobrevivir: algo de comida, más agua y pastillas para el dolor de cabeza. Acabada la ingesta, pasamos al Gran Salón. La instructora dicta los protocolos a seguir para la siguiente jornada; además de informar las nuevas hazañas del ejército al frente del Estado, y el clima de la Semana Productiva. Terminada la formación, una máquina de metal reluciente y frío nos escolta al Área de Limpieza. Después, quedamos desnudos unos frente a otros, esperando que inicie la lluvia de los aspersores colgados del techo. Finalmente, la pálida máquina recorre las filas para actualizar el registro y reparar fallos.
— Matrícula.
— C-1690-GAO.
Con la pupila rígida y mi brazo sin fuerza, vuelvo al monitor tranquilo y confiado. La secuencia de datos continúa, pero mis dedos tiemblan y marco números en falso; la voz sale del megáfono:
— C-1690- GA0, ¿Hay algún problema?
— No, me equivoqué.
Terminó la jornada; me dirigí a la salida. La luz blanca ataca nuevamente, pero cierro los ojos.
— Matrícula.
— C-1690-GAO.
Son violentos, aterradores aquellos ojos sobre mí; me ven.
Se abre la puerta, y camino al Edificio 6.
Es una enorme habitación blanca la que me rodea. Hay que hacer fila ordenada para la entrega de las porciones. Todos somos de la misma oficina, edificio, sección y área; pero no conozco a nadie. Cuando nos movemos de un lugar a otro, siempre vemos dónde pisamos; llevamos la cabeza al suelo. Nadie se ve al rostro.
— Matrícula.
— C-1690-GAO.
Ya en mi banco gris, comienzo a comer. Alzo la mirada, y puedo ver a la mujer frente a mí: joven, hermosa y encantadora; en la muñeca lleva atada una pulsera, y en ella escrito:
O-1865-HEB
Finaliza nuestro tiempo, y caminamos al Gran Salón.
La instructora nos ve firme, y comienza con el protocolo:
— Este partido no se construyó con simples idealistas y políticos; lo crearon hombres y mujeres libres y valientes, con una visión al futuro. Si bien fue un proceso largo, hoy tenemos la dicha de llamarnos soberanos. Y aunque las tiranías monárquicas y dictaduras amenacen constantemente a nuestra patria; sepan, hermanos, esta nación crea hijos y solados en cada uno de nosotros.
Una extraña sensación invade mi cuerpo. Los párpados me pesan, y mi respiración se ralentiza. Escucho aquella voz dura, pero se va perdiendo en un profundo abismo; mis pensamientos bajan a través del oscuro acantilado, pero vuelven sin respuesta.
— ¡Viva el Estado!
Camino lentamente siguiendo la fila al Área de Limpieza. Mis pasos resuenan en los pasillos, y sólo escucho murmullos de máquinas.
Todos nos desvestimos, y esperamos la lluvia. Cuando el agua cae, cierro los ojos.
Salí del agua a orillas de una pequeña playa que acariciaba el sol, pero la arena no era gris ni blanca, sino amarilla y cremosa. Di la vuelta, y observé un hermoso mar azul, no blanco ni negro. Entonces, miré hacia arriba, y un inmenso cielo celeste llenó mis ojos: ¿Hace cuánto tiempo está allá arriba?, ¿Hace cuánto tiempo no miro el cielo?
— Matrícula.
Despierto.
— C… 1690-CAO.
Los aterradores ojos me observan; y aquella mujer de la pulsera grita:
— ¡Es él quien no se ha tomado la pastilla!
La máquina me toma del cuello, y yo dejo de soñar.
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