Una reseña de La noche del Sandunga, libro de crónicas de Adrián Román sobre eventos posteriores al temblor del 19 de septiembre de 2017.
La noche del Sandunga. Crónicas de la ciudad desnuda
Afilar los sentidos para absorber lo que pasa alrededor, salir a las calles, andar a pie por la ciudad sobre lugares recónditos, sobre cualquier geografía; arrojarse al ruedo como un todoterreno y vivir al límite, ensimismado, alborozado por tener el ojo crónico dispuesto a captarlo todo, a experimentar lo existente, aguzando los sentidos para encargase del registro puntual: la crónica, la crónica de calidad.
En La noche del Sandunga (Producciones El Salario del Miedo), libro de crónicas del chilango Adrián Román (1978) reúne 16 narraciones que parten de la cohesión colectiva que causaron los sismos del 2017 en México; desde los ochenta años del Salón Los Ángeles, pasando por el encarnizado encuentro entre el Rayo de Jalisco y Cien Caras en 1990 donde se dio aquel sorpresivo guitarrazo; el emotivo recuerdo de uno de los más queridos campeones mexicanos de boxeo Salvador “Sal” Sánchez; así como la crónica que da nombre al título del libro, en la que el autor recuerda un épico partido de futbol llanero en una cancha instalada sobre un camellón de Río Churubusco llamada “El Maracaná”, que fue para él como la final de la Champions.
Se trata de este vertedero de la cotidianidad, del relato vivencial, retrato de los espacios de riesgo, pero también de liberación, paisaje contracultural en el que ronda también la evocación de la propia adolescencia del autor, los miedos, las filias, la niñez: fiero globo colorido en ascenso que aparca en la memoria, y es la memoria la que permea estas crónicas que exudan furia, pasión y una tremenda honestidad.
Este no es libro de reportajes, tampoco un anecdotario, es la obra escrita por un observador trashumante ávido de abarcarlo todo cuanto se encuentra de frente, de un cronista que no teme convidar al lector de su propio estado emotivo desde el que se sitúa en cada narración, por demás extraordinariamente estructurada y contundente donde hábilmente se inserta la metáfora que da balance narrativo, como se puede leer en líneas de una crónica sobre los sismos del 2017:
“Algo en la atmósfera nos hace suponer la gravedad. El miedo, amo y señor de esta tierra. El único capaz de hacernos conscientes de lo efímeros y vulnerables que somos. El maestro Miedo que nos conduce al punto donde volvemos a sentir empatía con esos que parecen ser nuestros semejantes”.
La noche del Sandunga
Y esta que es furia poética:
“Camino como un animal que va a percatarse de las condiciones de su madriguera. El edificio de Tabasco y Morelia está lastimado, duele verlo. Parece un gladiador que de tantas heridas no sabe cuál taparse primero para seguir en pie”.
La noche del Sandunga
El libro también recoge testimonios de la fauna que habita en hoteles de paso, en medio de un viaje al final de la noche en que la vida, escribe, es un cuarto de hotel que un día tendremos que desalojar; fauna que incluye músicos, franeleros, dílers, suicidas, vendedores, prostitutas, donde también él confluye dentro de esta misma fauna:
“Mi compañera paga la habitación del dinero que le di. El recepcionista le entrega una llave y un condón y vuelvo a caminar detrás de ella. Ese es mi destino. Ir detrás de unas nalgas femeninas”.
La noche del Sandunga
Algo que destaca en la temática de este libro es que Román no se atiene a la narración lineal, plana, como suelen hacer muchos cronistas, pues no acota el suceso en sí, tiene la capacidad de ampliar su escritura con otras herramientas narrativas, atraviesa por elementos metafóricos y saltos en el tiempo que potencian la lectura de cada historia.
En la crónica “Mi madre y la ciudad” aflora la naturaleza del autor, la del púgil que se rompe la madre con fantasmas y demonios que desfilan por la vida como aprendió desde morro y en la que se decanta abriendo grietas de memoria donde brota la luz de la evocación, y como escribió E.L. Doctorow “en esto radica la génesis de toda gran obra”. Así describe Adrián Román:
“Para mi madre la vida fue un ring. Esta ciudad es un tiro. Un tiro aparte del que te avientas con la vida y contigo mismo. Y mi madre siempre lo supo. Nunca se abrió. Pero no tenía recursos para ganarle, aunque haberla visto pelear me dio una idea a cómo se lucha, dónde hay que subir la guardia, a qué cosa es a la que hay que dedicarle energía, cuándo gastar tus mejores golpes. Y, sobre todo, que nadie gana”.
La noche del Sandunga
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Aunque la producción editorial de Adrián Román o “El Negro”, como le dicen sus partners, es breve y de algún modo tardía, no demerita la calidad de la cosecha porque desde que él recuerda, siempre estuvo maquinando historias que hoy por fin están impresas en este libro. La formación de Román es autodidacta y qué mejor, él confiesa que leyendo la novela Un hilito de sangre de Eusebio Ruvalcaba conoció el significado de la literatura, autor al que por cierto dedica una de sus crónicas porque vaya que fue una de sus principales guías en la escritura.
Carlos Velázquez, uno de sus carnales de vida, acierta en decir: “El Negro es cronista. Y no cualquiera, uno pesado. Autor de uno de los mejores textos que he leído en los últimos años”.
Y con toda razón, su voz es auténtica como su camaradería. Este libro es un registro narrativo entrañable, ejemplo de cómo debe escribirse la crónica de calidad, la que perdura, la que conecta como un uppercut que remueve las entrañas; es un libro que destila honestidad, acierto que poseen algunos escritores de los que vale la pena leer, un autor generoso que debe continuar produciendo obra porque es necesario hacerle frente al canon.

*Juan Carlos de León (Ciudad de México, 1981) es periodista. Ha publicado entrevistas, reseñas, cuentos y algunos poemas en revistas mexicanas e internacionales. Actualmente trabaja en una agencia de noticias, fuma y tiempo atrás se dedicó al boxeo amateur. TWT: @maesselyon