Tacto escarlata

Tony Bécquer

El reportero Caraballo se dirigía rumbo a la zona aislada de un hospital, lugar de urgencias en donde los casos más raros y complicados de la salud se atendían. Llegaba antes de que la noticia se extendiera por toda la Ciudad de México, él tenía la oportunidad de tener el titular antes que otros periodistas gracias a tener contactos con los directivos.

Pensaba en el nombre del titular, una idea antes de ver al extraño caso: “Un suceso en que Dios le dio una segunda oportunidad”. Al entrar por las puertas del hospital pudo observar con mucha claridad la ausencia del personal, pudo reconocer a las enfermeras apuradas y algunos internos tratando de hacer todo lo posible para atender a los pacientes, pero no observaba los suficientes doctores. El Sr. Carballo se presentó con el guardia y con sólo presentar su identificación tuvo la oportunidad de entrar a su gran éxito anticipado.

Al estar en la misma habitación con la gran cantidad de doctores, el señor Petrowski tuvo una larga charla de cuidados, preparación mental y la seriedad del caso para tener una adecuada atención al paciente. No duro 5 minutos para que se pusiera la pijama quirúrgica y pudiera estar al frente del paciente.

Petrowski tenía una delgada sabana verde que cubría hasta los hombros y lo poco que se podía ver de piel, lo tenía cubierto con vendas de yeso. A simple vista podría verse un cadáver pero los tubos que salía de la parte central de la dura máscara blanca, los pitidos que mostraban los monitores les hacía indicar señales de vida, pensó Enrique Caraballo. Además de ser un periodista con cierta reputación, también tenía el trabajo de traductor polaco.

Enrique preguntaba a los doctores sobre más detalles, lo que obtuvo una satisfactoria y cruel respuesta. El reportero recibió el expediente, el cual contenía un resumen clínico, múltiples radiografías, algunas tomografías computarizadas y las fotos del antes y después de la intervención quirúrgica. 

La imagen quedó penetrada de por vida y el asco se exacerbaba en todos sus sentidos. Era una descripción difícil de proyectar, su rostro no tenía perdón de Dios. Su cara en general presentaba una gran deformidad que abarcaba desde los huesos parietales hasta la mandíbula del lado izquierdo, con un notorio aplastamiento de la hemicara. Una notable fractura expuesta de la mandíbula, la cual dejaba visible muchos de los músculos desgarrados hasta el interior de la boca. Su prominente pómulo derecho poco común se encontraba intacto a comparación del izquierdo; el cual, seguramente, presentaba multifracturas, por lo que generaba un hundimiento de su mejilla. Una presencia oscura rodeaba ambos ojos, inflamados por la sangre acumulada en aquella zona. El estremecimiento le genero inquietud al ver aquella masa rosada y viscosa asomándose de la bóveda craneal. La impresión de ver un cerebro fresco imponía a su concepto habitual del órgano.

Tras vivir la pena y el terror, paso la mano en una libreta pequeña en donde tenía la esencia de cada caso, mientras que la otra sostenía un lápiz del número dos. Caraballo escribía trabada y estúpidamente, no podía concentrarse en su escritura por la inundación de la imagen deforme de Robert. Tenía miedo, no podía dejar de realizar las cosas de manera automática, tachaba cada frase que escribía y volteaba con nervios las hojas. Él sabía que no era momento de mostrar cobardía, pero el escalofrío subía lentamente en sus brazos y de vez en cuando agitaba inútilmente la mano izquierda para espantar el miedo.

Por un momento sintió un sobresalto de terror al sentir la mano de un doctor, no lo había percatado tras estar rodeado de aquella imagen. El reportero recibe la indicación de presentarse a la Dirección General de Investigación Pericial.

Mientras se dirigía hacia la secretaria para obtener nuevas indicaciones, trataba de bloquear las sensaciones generadas por la fotografía. Su atención se volvió a centrar al recibir las nuevas pruebas. Un sobre de color café pálido, el cual era de un papel grueso y rasposo. Enrique mira el sello rojo con un logotipo, observando con mucha determinación cada detalle, la silueta era una copa reposando sobre un cráneo.

Caraballo recibe la indicación de revisar el contenido, tras realizar la petición pudo observar un papel doblado, de las mismas características del sobre. Voltea a su alrededor: aprecia el gran interés del equipo interdisciplinario y prosigue a abrir la carta. Está escrita en polaco, pero le llama la atención la narración y la tipografía antigua, el reportero estaba seguro de que era reciente. Lo peculiar era la sangre seca en la parte inferior izquierda de la hoja, así que, toca de manera sutil aquella sustancia casi marrón que alguna vez fue de un rojo vivo. Tras pasar su tacto nota una pequeña sensación inquietante y sobresaliente. Sin perder un minuto más, comenzó a leer la carta.

19 de Abril

Estoy harto de seguir viviendo, nunca pondré alcanzar la paz eterna. Trato de disimular pero mi interior me consume lentamente, ya no puedo cargar más esta ansiedad, esta energía sobrada busca la tranquilidad definitiva, pero solamente estoy en esta jaula corporal.

Me llamo Robert Krzysztof Petrowski, nací en Polonia, pero no siempre he vivido en un mismo país. Actualmente tengo 111 años y cada vez que tengo la oportunidad de escapar, lo hago. Mi situación actual no me permite estar en un mismo lugar pero ya no puedo más con esto, solamente quiero desaparecer. Despedirme de todos mis seres queridos me genera mucha envidia, y verlos descansar me transmite esperanza. Lo que era un tesoro se convirtió en una maldición.

Todo empezó por la cobardía y la estupidez. Un hombre con manos sangrientas  me ofreció algo deseado por muchos, quienes darían todo por conseguirlo. Aún recuerdo que mi atmosfera era horror puro, no podía seguir con la segunda gran guerra; los alemanes iban a conquistar Polonia y no estaba dispuesto terminar con mi vida, en mi memoria se reflejaban los ojos de mi hijo buscando un reencuentro paternal y lo pensaba cumplir. En medio de la media noche del campamento militar acepté el trato, aquel sujeto con una capucha vieja y rota no me generaba seguridad, pero no podía hacer mucho en esta situación. Tras estrechar mi mano con el misterioso hombre, la inmortalidad ya era parte de mi vida. Desde ese entonces nunca volví a ver aquel hombre con su sonrisa pícara y su piel rojiza por el sol.

Tuve dudas sobre todo esto, pero tras las primeras balas de la batalla pude apreciar todo. El dolor de la munición sobre mi cuerpo era real y las marcas del enfrentamiento aún me acompañan, pero solamente eran sensaciones. Nada me podía hacer daño, por un momento me sentí como un Dios hasta que vi mis compañeros caer. Sabía que podíamos ganar la guerra, pero en esta sociedad supuestamente humana no toleraría mi inhumanidad. No me gustaría imaginar lo que el mundo entero me podía hacer tras conocer mi nuevo don. Decidí actuar como un hombre cualquiera, aunque nadie pudiera describirlo objetivamente.

Aún conservo las características de un individuo, busco satisfacer el hambre y la sed, pero mi vida no se acaba por aquellas necesidades, me enfermo, pero no pueden acabar conmigo. Con este estilo de vida pude llegar hasta aquí, posiblemente fue la mejor decisión. Tuve la oportunidad de viajar a muchos países, experimentar nuevas cosas, pero ahora nada me llena. Ahora, el tiempo es una eternidad, mis suspiros son llanto.

Espero que comprendas mi desesperación y de mi interminable búsqueda de la autosatisfacción. Pruebo mil maneras para estar en paz, pero ya nada sirve. Estoy en México, me gusta mucho esta ciudad por la gente cálida y deseaba percibir su afecto, pero ni esto logró cumplir mi objetivo. Requiero algo para que mi alma pueda estar en equilibrio, algo para que mi cuerpo deje su inquietud.

Unos de mis edificios favoritos es la Torre Latinoamericana, desde arriba puedo comparar la inmensa ciudad con mi vida, una extensión que no se puede ver sus limitaciones. Pase mucho tiempo pensado, puede ser un alivio inmediato y una estupidez prolongada.

Espero que mi cerebro expire, deseo dejar de pensar y reposar mi cuerpo dolorosamente. Reconozco que seguiré vivo pero busco estar inconscientemente el resto de mi vida, aspiro estar en el pavimento desde esta altura y descubriré la manera de hacerlo. Al estar tú leyendo esto puedo sentirme satisfecho. Pero antes quiero hacer una última cosa, no quiero hundirme solo, como aquel misterioso hombre que me maldijo eternamente.

El reportero Enrique Caraballo sube su mirada pálida y asustada. Voltea la hoja fallidamente para buscar más información. Se pone de rodillas, la náusea sube hacia su garganta sin poder escapar y el estómago se hunde profundamente. Reviso otra vez la última frase del escrito.

La sangre de la carta es la misma de la mano que alguna vez me condenaron; aquel líquido escarlata es maldito por Lucifer. Ahora que ya has llegado a la parte final y puedes apreciar tu condena, me acompañarás en esta aventura, tu tacto no me engaña.

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