Magali Tercero escribe una crónica sobre los 25 años del tianguis cultural del Chopo. Esta crónica fue incluida en el libro A ustedes les consta. Antología de la crónica en México, compilada por Carlos Monsiváis.
Magali Tercero**
Que los bloqueos creativos me agarren confesada pienso mientras dificultosamente decido por dónde comenzar esta crónica: 1) ¿por el enjaulado corazón de cerdo parecido a un corazón humano que hipnotiza a 40 espectadores mientras un performancero encadenado –nalgas desnudas asomándose por el pantalón roto– baila con una sinuosa maniquí de alambre?; 2) ¿por un regordete rasta rubio de nombre Sol, quien pregunta con voz dulce y aniñada “¿quién eres amiga quién eres?” 3) ¿por cierta frase de Bukowski resplandeciendo en mi mente mientras la grabadora registra las ideas de un altísimo y desnutrido punk de cresta flamígera diciendo con gravedad resentida “en San Juanico estamos los más puteados, yo lucho contra la injusticia”? 4) ¿por la muchacha bajita de bermudas rosas y trenzas ralas que se agarró a madrazos con otra chica junto al puesto de tatuajes?; 5) ¿por el talonero que agarraron robando en el estacionamiento y corrieron a golpes, a dos milímetros de esta cronista, por pasarse de lanza?; 6) ¿por la Mujer Zanahoria enamorada de Caballo Loco, un poeta muerto en el arroyo como se decía en las novelas del siglo XIX?; 7) ¿por el joven editor de Eje Central –la revista de carátula roja con Dalí mirando inquisitivo al lector– negando enfáticamente que el Tianguis Cultural del Chopo, a punto de cumplir 25 años, sea un lugar para “chamacos mugrosos y mariguanos”?
¿Por dónde empezar pues? ¿Por el principio, es decir por Pablo, el menudito músico tepiteño de las calles de Londres –compositor con su grupo Los Traviesos de Historia de un minuto, rola célebre durante los noventa en estaciones de metro, peseros y autobuses y luego lanzada comercialmente por Efecto Tequila y por Interpuesto? ¿Por el “caminante de todos los caminos”, como se autonombra, quien, sabiéndome periodista, propuso ser mi Virgilio del underground londinense hará unos seis meses? ¿Por El Pablo, como lo bautizó el performancero mexicano Raúl Piña, que aquella madrugada, con su pinta de olvidado, mostró su perfecto ojo falso made in Germany, sostenido entre los dedos pulgar e índice, y gritó violento, desesperado: “¡ve la realidad, ve la realidad!”?, extendiendo ambos brazos bajo la luz blanca del antro baratísimo de bagels judíos?¿Por dónde comenzar, pues, si decenas de imágenes se agolpan en la cabeza impidiendo contar cómo la noche oscura del East londinense sembró la semilla de esta crónica sobre el Tianguis Cultural del Chopo que este año cumple 25 de existencia?
EL CHINASKI CHILANGO
“¡Me quitaron la bolsa! ¿Tienes diez pesos? ¿Tienes una pluma? ¿Me alcanzas el volante de la tocada en Ecatepec para escribir atrás?”. Digo todo esto cual si fuera ametralladora. El blanco es el “Chinaski”, de Generación, la publicación que según Guillermo Fadanelli conserva su espíritu de fanzine underground, súper solicitada en este lugar y a la cual ninguna supera en ventas, ni siquiera Sangre y cenizas, Verso o destierro, Deriva o Eje Central. Me agarro al Chinaski como si alguien pudiera salvarme. Es la primera cara conocida que veo al llegar por tercer sábado consecutivo al Tianguis Cultural del Chopo, en la colonia Guerrero, a unos pasos de Insurgentes y la estación del metro Buenavista. Mi interlocutor –rizos enredados, pachoncito, con una cojera notable, buen verbo, pancita chelera y mucho ángel– se ve discretamente espantado. “Cómo, a qué hora, dónde, pues cómo traías la bolsa…” Las preguntas le traban la lengua, pero Jaime Magaña Chinaski “para servir a usted porque nadie se parece a Bukowski como yo”, se apresura a esculcarse los bolsillos. Rápidamente, pues sé que la Delegación trae al tianguis entre ceja y ceja, aclaro: “fue cuando venía para acá, allá por Insurgentes y Londres, lejos de aquí. Le pedí aventón a un camión de la ruta Insurgentes–Indios Verdes que traía un enorme Cristo negro de madera junto al espejo y rosas rojas como ofrenda”. Chinaski me mira fijo y, finalmente, del pantalón beige de tiro bajo y valencianas arrugadas emergen relucientes una moneda y una bic negra. “Papel no tengo pero buena suerte”, desea con sonrisa de conejo asustado, preocupándose otra vez. “Por aquí voy a andar”, replico, desapareciendo cuando un chavito con aspecto de charal –a lo mejor es sólo el ansia que lo encoge– pide al Chinaski el ejemplar de los vampiros, agotado según pude comprobar en el Tianguis Cultural donde los oscuros o darkies fueron conquistándose la peor de las famas desde 1981. La vez anterior pregunté a nuestro Chinaski chilango si las becas de Conaculta no traicionan el espíritu de su revista. “¿No le tienen que hacer la barba a nadie?”, dije, y Magaña respondió muy serio “si el Fonca censurara algo o diera línea, ¡olvídate!”.
De modo que aquí estoy: recién asaltada, jeans negros desgastados, camisa blanca, gafas de pasta negra, cabellos revueltos por la agitación de perseguir inútilmente mi bolsa robada en la gran ciudad chilanga: una dizque Luisa Lane sin Superman intentando almacenar imágenes y sonidos en el cerebro lleno de adrenalina y deseosa de apresar la esencia de lo que ahora llaman el Chopping. “¿No estaré haciendo puro turismo sociológico?”, me pregunto insegura mientras recuerdo cómo corrimos todos tras el adolescente talón: el señor atildado paseando por la avenida vacía, el vendedor ambulante, la dueña del perro que hacía sus necesidades frente a la Librería Buñuel, cerrada bajo el anuncio ya habitual en Insurgentes: “Se vende edificio completo”. Sí, la melancólica imagen de un local que vio sus mejores tiempos cuando la Zona Rosa florecía cosmopolita: los murales efímeros de Cuevas, los happenings contraculturales de Gurrola y Jodorowsky, el Kineret lleno de escritores melenudos, el cielo surcado por el helicóptero donde Vicente Leñero recopilaba información para escribir sus series sobre las ciudades de México.
CORAZÓN DE CERDO
Una multitud de ojos sigue con atención creciente los movimientos de un tipo flaco de greña larga, torso desnudo y pantalón agujerado. En el improvisado escenario del Tianguis se escucha música heavy-metalera mientras Antonio Sánchez abre una jaula plateada de dimensiones reducidas y saca un corazón de cerdo atravesado por una daga. Ustedes dirán qué mamada pero cuando Antonio arranca el cuchillo, con ese gesto absorto con el cual ha ejecutado desde el inicio su performance, 40 gargantas emiten un profundo ¡agh! Y cuando el performancero sabatino –entre semana se dedica a la mecánica– acerca la víscera a los espectadores, dos rudos darkies dan algunos temerosos pasos hacia atrás. Uno–maquillaje blanco y cresta azul eléctrico coronando su look– pregunta con algo de falsete en la voz: ¿es un corazón humano?, “¿es un corazón de vaca?” Su chava, una punk con encajes negros y ojos violeta como de ópera china, susurra “no buey, es de cerdo” mientras los demás respiramos hondo al ver cómo Antonio coloca el corazón en el pecho hueco de la sinuosa maniquí de alambre y la entierra furiosamente bajo cientos de hojas secas salidas Dios sabrá de dónde, insistiendo en dar fin a este funeral acotado por dos versos: “Ausencia que se envuelve con el frío/ vacío que se cobija con la ausencia”.
Varias semanas después, mientras habla con dos jóvenes performanceros que quieren darse a conocer, Antonio hará algunas definiciones: “Soy artista plástico y escénico. Me gusta del dolor hacer arte porque la oscuridad no es la apariencia sino la esencia. Entiendo que el performance es un producto de moda, me he topado con personas pintarrajeadas y vestidas de negro que le hacen al tonto pero yo utilizo estos vehículos para que salga a flor mi creatividad, eso que tenemos todos pero no sabemos externar. Los seres humanos estamos expuestos a lo negativo de la vida y aquél que viva sólo en lo bonito no pertenece a esta dimensión”, informa Antonio dejándome casi sin aliento con su manifiesto.
―¿Qué haces entonces con tu lado oscuro?
―Procesar esa negrura y plantearla con versos y acciones plásticas. Escucha esto: “La vida es un borracho/ una ebriedad de espanto/ un lugar en el cieno”. Es de Leopoldo María Panero, un poeta contemporáneo, radical.
―Me emocionó extrañamente tu performance del corazón de cerdo. Me hizo recordar una postal holandesa con la fotografía de una tal Letizia Volpi, de un corazón formado con decenas de chiles rojos que se llamaba “Desde el corazón de México”.
―Cuando enterré el corazón fue el momento catártico de la pieza que hice a consecuencia de una situación emocional. Desde tiempo atrás he arrastrado vínculos con mujeres y llegué a estar harto. La historia es muy sencilla y muy compleja: es sobre un personaje que está atado con cadenas llenas de fotos y se incorpora para encontrar su corazón. El meollo está al final cuando aparece un maniquí con fotografías que usa para traer a la mujer al presente y se da cuenta que ya no hay cabida para ella. Conforme el personaje va profundizando se mueven sus emociones. Utilizo la memoria para entrar en los estados de ánimo. Ahorita estoy pasando por otra etapa de de hundimiento a nivel existencial y exteriorizo todo eso con poemas como éste: “Como un perro me ladro a mí mismo y escarbo en los restos de mi alma/ igual a alguien que quiso ser/ y se convirtió en vapor de sí mismo/ en seda rasgada por lo lebreles del tiempo”.
―¿Qué otros temas te interesan?, pregunto pensando en el querer ser lleno de impotencia que han manifestado ya varios entrevistados que roban tiempo para su arte a trabajos mal pagados en La Merced, en fábricas u oficinas.
―La religión, aunque mucha gente me lo ha reprochado porque no caigo en los clichés de la cruz tradicional. En épocas anteriores a Cristo las crucifixiones se hacían sobre palos formando una X. En mi nuevo performance estoy utilizando alas desgastadas porque no es Jesús el que está crucificado, sino un ángel. Oye estos versos: “¿Quién grita vengativo en el palacio sin nombre? ¿Quién me fuerza a vivir con su látigo restallando a diario en mi espalda?/ ¿Quién sino esta tentación perpetua al dolor de la nada/ […] este dulce dolor como un pecado?” También son de Panero. A mí me generan una reminiscencia hacia la pasión de Cristo pero trasladada a la pasión mía, humana.
―¿El Chopping sigue siendo contracultural?
―Siempre que haya cultura va a existir la contracultura porque hay diferencias sociales. Radica en la iniciativa a nivel de organizaciones civiles, fuera de los circuitos aceptados.
La entrevista finaliza al tiempo que, por una de esas coincidencias cargadas de sentido según los subterráneos del Chopo, se escucha desde algún puesto la rola de Haragán y Cía sobre un Cristo de Iztapalapa: “Quería seguir los pasos de Jesús… lo crucificaron en una cruz/ Yo lo vi/ yo estuve ahí/ […] Él es un Jesucrito del barrio”.
OJO POR OJO: MATA GABACHOS
Una semana antes de platicar con Antonio, el sábado del asalto, me he cruzado a las cuatro de la tarde con un tipo que pasea su humanidad larga y flaca por los confines del Tianguis: piel café con leche, cabello lacio repeinado hacia arriba en una espléndida cresta roja que se cae de naranja. Lo he seguido con la mirada hasta toparme con un letrero sobre su magra espalda: “No más inmigrantes muertos. V. Fox. G. Bush. Ojo x ojo. Diente x diente. Mata gabachos”. He vuelto sobre mis pasos y Rafael, retador, desconfiado, ha aceptado hablar sólo después de ver cómo asiente con gesto severo su amigo Pedro –chaleco negro lleno de estoperoles, brazos fuertes desnudos y cabello cortado en picos muy cortos.
―¿Estás en contra de la inmigración?
―¿De qué sirve que te vayas al otro lado si te vas a morir por un cazador idiota?, contesta Rafael con voz casi metálica.
―Pero aquí no hay trabajo…
―Hay qué adaptarse a algo que ya no es remediable, pero no debemos ir con los gabachos porque nos matan. Por eso nosotros vamos a matarlos también- contesta tocándome algún punto sensible con su arisca ternura asomada por la armadura punk.
―¿Matarías un gabacho?
―Es nada más una expresión, buey… En ese idiota Espacio Anarco–Punk nos dicen fascistas– explica mirando hacia el foro que Radio Chopo comparte con los anarcopunks al final del corredor del Tianguis.
―A los anarcos no les importa la música. Lo hacen para financiar actividades políticas. El PRD está detrás de sus marchas y hay mucha banda para eso”- interrumpe Pedro, rompiendo su parquedad por única vez.
―¿Por qué “Borrachos al poder”?- pregunto, señalando el parche que lleva Rafael en el pecho.
―Nací en San Juanico, ¿entiendes? Allí estamos la gente puteada, los obreros. . ¿De qué sirve que uno se mate en la fábrica para que el burgués llegue con el sucio dinero de su padre para obtener tu puesto? ¿De qué sirve todo si el burgués se va a emborrachar y no hace nada? Lucho contra la injusticia porque en la ciudad marginal la miseria se vive, me espeta Rafael con su voz acerada. Mi simpatía por él aumenta. ¿Es por qué da la batalla? ¿Es por los tropiezos en su gramática que revisten de verdad sus palabras?
―¿Tus papás rechazan lo punk?
―No te pueden reprimir si luchas contra algo injusto– responde presto Rafael.
Después su discurso se vuelve intraducible, como si de pronto huyeran las palabras para explicar su posición en la vida. Furioso, contenido, hablando sin importarle el sol inclemente cocinándonos completitos, prosigue: “¿Por qué el idiota del Papa Juan Pablo no dijo voy a mandar algo a la gente del tsunami? Si hubiera venido lo habríamos matado”. Parece notar mi desconcierto pues, interrumpiéndose, señala “no nos preguntaste por las religiones”. Entonces me entero por Pedro que ambos son ateos hijos de padres católicos. Ambos sostienes que “la fuerza de la religión afecta a la sociedad”.
―Te das cuenta cuando vas a misa, te dicen lo que conviene a los ricos– explica Rafael.
―Los Testigos de Jehová son mejores que los católicos, más honestos a pesar que no actúan lo que pregonan– informa Pedro.
Súbitamente Rafael se enerva. “¡Se vive una situación injusta, es lo que quiero que digas en tu periódico!”, exclama, casi grita, girando abruptamente sobre los talones, centelleante la cresta rojo–naranja. Logro retenerlos. El de las púas cortitas tiene 27 años, el de la cresta flamígera sólo 23. Conocieron el punk a los 20 años, escuchando música con los amigos y les parece que estuvo bien así pues, según Rafael, “no importa la edad sino el momento en que se abre la mente a la verdad”. Han sido muy pacientes. Los vendedores ambulantes no han dejado de mirarlos desde el espacio acotado por un mecate azul que les destinó la comisión del Tianguis atrasito del foro de Radio Chopo. Observo de refilón muchos pares de ojos fijos en la figura de Rafael, un Nostradamus expresionista y encrestado. Ambos se consideran más subterráneos (ni una sola vez han dicho la palabra underground) que los anarco–punks, por eso escuchan hard core punk. Cuando pregunto por la reacción en San Juanico ante su uniforme punk, Rafael vuelve al ataque: “No lo olvides: en el barrio obrero el punk es más socialista.” Así transcurren tres cuartos de hora. Mis nuevos amigos suavizan el gesto. Quiero saber porqué las crestas, los estoperoles, el piercing, el negro en el atuendo… Pedro dice que “la cresta tiene qué ver con el respeto a los indígenas y a sus costumbres y las botas rudas con el trabajo obrero”.
ENTRE BAKUNIN Y CHOMSKY TE VEAS
Minutos antes de encontrármelos, mientras copiaba los títulos de Flores Magón, Bakunin y Chomsky, a la venta en el Espacio Anarco-Punk, un cuate jetón, de unos 30 años, me ha dicho, casi amenazante: “¿qué se te perdió aquí? Estoy a punto de decirle “ya estarás muñequito de Sololoi”, cuando alguien más se acerca sonriente para invitar a la marcha contra la brutalidad policíaca del 24 de marzo en apoyo de los cinco compañeros aún presos en Guadalajara por protestar, hace un año, contra la globalización. “Estamos en contra del racismo y la homofobia y a favor del feminismo”, declara Jaime, de 28 años, graduado en Estudios Latinoamericanos en la Unam, amante de la cumbia más que del rock urbano porque no le gusta el machismo. (Semanas después dos hermanas de atuendo gótico me dirán que sí hay maltrato a las mujeres punk, que entre sus numerosos amigos sólo hay uno que no se siente superior ni les tiene miedo.)
―Este espacio es una escena vital- explica Jaime -compuesta por gente menor de 30 años. Hay mucho dinamismo, editamos discos y libros para la difusión del anarquismo. Aquí hay libros de Daniel Guerin, ¿ves? Esta ideología no necesariamente está casada con el marxismo autoritario, de hecho hay anarquismo cristiano que no es punk. Este espacio anarco-punk es independiente, lo hemos sostenido con muchos trabajos y siempre está latente la amenaza del desalojo por ser joven, por vestirse de negro, por tener los pelos pintados. Ve a los chavos del Eje Buenavista: su estética es un discurso.
―¿Qué haces además de organizar las caravanas libertarias y anticapitalistas?
―Soy desempleado- responde con un gesto de impotencia no por discreto menos expresivo. Fíjate, los jóvenes tenemos un resentimiento por la falta de trabajo, por la forma en que quieren canalizar nuestro desencanto. Hay qué reconocer el mal papel que juegan los medios en esto. Quieren tenernos drogados, para no pensar, no organizarnos, para que no haya disidencia y porque es un gran negocio.
Su franqueza me hace recordar a uno de mis primeros entrevistados del Chopo: un vistoso punk de 28 años llamado Álvaro, dj en un antro de moda que lleva la cara maquillada de blanco, cresta en varios tonos de rosado y chaqueta y faldones negros sobre pantalones de mezclilla. Mientras hablamos nos escucha el chavo charalillo que andaba buscando literatura sobre vampiros. No quiere dar su nombre pero se declara fumador de mariguana porque necesita relajarse y cita a Paz, autor poco querido en el Chopo: “Él dijo que Buñuel filmó Los olvidados para el pueblo preocupado por sobrevivir”. Al oírlo Álvaro, cuyos padres tienen un negocio de sombreros de charro en la Doctores, decide aclarar algo importante: “Antes de adoptar esta vestimenta leí durante un año sobre el existencialismo y las protestas juveniles. Pero, cuidado, aunque vestirse así sea una forma de resistencia en la sociedad los punks podemos hablar muy bonito y en los hechos ser una mierda”. No parece que él lo sea, aparte qué cresta tan chida trae. Responde complacido “gracias, pero se trata de tener una postura, en la calle hay qué sufrir con un montón de cosas por esta ropa”.
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Decido que basta por hoy y me encamino hacia el Eje Buenavista. Me he quedado intrigada con la educación autodidacta de Álvaro. Paso junto a un puesto de libros atiborrado de jóvenes y me detengo a hablar con el vendedor, Francisco Vega. Tienes unos 50 años, greña larga entrecana, se ve medio malencarado y también harto, supongo, de periodistas. Está muy activo, lo apoya un hijo suyo de 27 años a quien no veo muy interesado en la cultura. Cuando pregunto por los libros más solicitados en el Chopo, Francisco me echa una mirada de miedo. Está a punto de mandarme al Sanborn´s de San Cosme: “¡No puedes hablar aquí en esos términos!”, exclama. Luego, menos reticente, contará que en el Chopo se satisfacen las necesidades intelectuales de los rocanroleros y se lee historia más que nada porque “ahorita hay una tendencia revisionista: la banda lee sobre el Holocausto –la versión judía y la versión no judía– o sobre la ex Rusia comunista. No es como cuando estudié en el CCH que era desayúnate, cómete y cénate a Marx y terminabas la prepa diciendo “¿y dónde está la otra historia?”, relata mientras un montón de jóvenes preguntan por autores diversos como Lovecraft, Thoreau, Dostoievsky, Poe, Stocker, Carroll, Castaneda…
*Crónica publicada en 2006 en el suplemento cultural Confabulario de El Universal. Está incluida en A ustedes les consta. Antología de la crónica en México, de Carlos Monsiváis (ERA, 2006).

**Magali Tercero. Narradora y periodista. Premio Nacional de Periodismo Fernando Benitez 2010, Premio Nacional de Crónica Urbana Manuel Gutiérrez Nájera 2005. Autora de Cien freeways: DF y alrededores, Cuando llegaron los bárbaros, San Judas Tadeo, santería y narco. Fue incluida en A ustedes les consta: antología de crónica en México, compilada por Carlos Monsiváis.
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