Lecturas para la cuarentena | La mujer rota y la codependencia en el ideario femenino

Imagen deMax Aguilar

Tercer día del Dossier Lecturas para la cuarentena. Tania Magallanes nos recomienda La mujer rota, de Simone de Beauvoir, una de las obras maestras que nos dejó el siglo XX.

Tania Magallanes Díaz (@negramagallanes)*

Una pasa en silencio molestias, irritaciones para las cuales no  encuentra palabras, pero que existen

Monique, en La mujer rota.

El hogar. Lugar por antonomasia de las mujeres: soy ama de casa, decimos con orgullo. Dueña de mi casa y de todo lo que ahí habita, la cuido, la limpio, porque ese es mi papel en esta vida. Junto a mis hijos y mi marido, el mundo de afuera no me importa si ellos están conmigo, si se dejan atender y querer, ¿una golosina a media tarde?, ¿qué tal el planchado de la camisa? ¿Estudios, trabajo, amigos, noticias? Eso es de allá afuera, a donde no pertenezco porque mi lugar es dentro, muy dentro de mi hogar y en el corazón de mi familia.

Marzo, 2020: la pandemia del coronavirus se ha extendido por los cinco continentes. La indicación es clara y puntual: todos en casa y a mantener la sana distancia para limitar el contagio. Gastar el tiempo. Invertirlo. Leer. ¿Las amas de casa leen? Por supuesto. Después de alimentar a los hijos y al marido, de limpiar el desorden, de guardar silencio para no interrumpirlo, de hacer un poco de tarea con los niños, de jugar de bañar de dar de cenar de regañar de contar cuentos… de ofrecerle hacerlo gozar. Leer antes de dormir.

Leer una novela, una novela de desamor, tal vez. El tema siempre la ha hecho llorar, le duele el dolor de las protagonistas de películas u obras como si fuera el suyo porque las entiende, porque conoce ese sentimiento de impotencia y frustración, de desencanto, de soledad.

Diciembre, 1967: Simone de Beauvoir lleva años enteros, décadas, escribiendo sobre la emancipación femenina y sin embargo tanta teoría no le alcanza en la práctica como para dejar de padecer por amor, sacudirse el mito del cuerpo, arrancarse las estructuras, de luchar contra la neurosis y los celos al saber que Sartre sale con otras, habla con otras, duerme con otras. Publica La mujer rota como una especie de exorcismo contra la dependencia conyugal y el fracaso individual que siente una mujer cuando el amor del otro le es negado. No es una novela de desamor, aunque parezca, sino una novela de encierro en una misma en la idea del amor.

Y Monique sufre de ese amor, de rabia de celos de humillación de codependencia de rencores y nada de esto lo puede controlar cuando se entera de labios de Maurice, su esposo, que sale duerme ríe cena come coge con una mujer que no es ella. Ella, que siempre ha sido la madre y esposa ejemplar, la señora de la casa que sacrificó su potencial, empleos y autonomía por dedicarse a su hogar en cuerpo y alma como le fue mandatado en las tablas de la ley de los estereotipos de género, para aparecer como una mujer frágil y rota porque tal vez su marido no sólo tiene una relación sexual con otra, sino de amor, de intimidad, de tazas de café en medio de la mesa, de contemplaciones largas en medio de la cama.

Monique, la que no sabe estar sola ahora que las hijas han crecido y se han ido y el marido pasa las noches con su amante, la que se resiste a ser la típica mujer llena de reproches y prefiere soportar a que él termine su idilio, porque debe terminar, porque no puede dejarla, porque no es tan malo, porque tal vez le mintió porque la creía incapaz de soportar la verdad, tal vez el pobrecito sentía tanta vergüenza. O no, y tal vez un día no puede más y escupe todos los rencores y maldice y vocifera y quiere morir porque Maurice no termina con aquella y ahora resulta que se la lleva a cenar a los restoranes que eran de los dos, que la llevará a vacacionar a donde vacacionaban los dos, que salen con amigos que eran amigos de los dos. Monique, la del orgullo digno, dice, un orgullo imbécil que justifica a Maurice, quizá rompió los acuerdos que hicieron para toda la vida porque se siente viejo, incomprendido, impotente, porque necesita la atención y la aventura que ella no le dio en los largos años de casados, tal vez ella lo descuidó o se descuidó a sí misma, envejeció, engordó, dejó de teñir su cabello y usar cremas, pero es que las niñas y la casa y las obligaciones de una ama de casa como ella son tantas, que no tenía tiempo para cuidarse, nutrir su cuerpo y su alma, sí, es su culpa, es cierto que no prestaba atención al trabajo de su marido pero es que ella es inferior, menos, de qué va a hablarle, no quería mostrarse torpe ante temas desconocidos, tan chiquita comparada con él, brillante, maduro, seguro de sí, soberbio, encantador, es cierto que estaba atrasada en las novedades literarias y musicales, es cierto que de un tiempo acá tenía más achaques, es cierto.

De este infierno doméstico y mental aún no hemos escapado el grueso de las mujeres. 50 años después de publicada La mujer rota, las estructuras sociales, políticas y culturales siguen situándonos en la misma construcción identitaria que plantea la novela, vigente precisamente por eso: la narrativa de la definición y el encuentro de lo femenino, nuestras obligaciones y dolencias, el permanente estado cuidador, la idea del romance, la angustia por el adulterio, el desasosiego por el amado, la abnegación, el deseo, la celotipia ancestral, la misma contra la que luchó Simone de Beauvoir, la pelea contra ella misma al sentirse enajenada por una dependencia culturalmente femenina hacia Sartre. 

La mujer rota, una novela clásica de la literatura de género por su fuerte intento, visto en la desesperación de Monique, de evidenciar las prácticas de dominación patriarcal, no masculina, que aún vivimos las mujeres con todos nuestros sentidos involucrados, la dominación que nos vuelve más vulnerables e inmóviles: la codependencia. Escenas demenciales, monólogos internos y destructivos que ni el mejor antidepresivo logra arrancar de la cabeza femenina, llena de deberes y roles que atender, y que no logra recoger los pedazos de sí misma.

Porque mientras en el 2020 muchas mujeres pintan monumentos y calles para evidenciar las discriminaciones y violencias de género, adentro, en las casas, en los hogares construidos de siempre, con o sin Covid-19, aún están muchas otras que han hecho de la sumisión y de lo que les han implantado como amor, tal vez, su único intento por adaptarse y sobrevivir, la única salida para no perder la razón en el encierro. 

La mujer rota, Simone de Beauvoir. 1967

El texto se puede leer aquí: La mujer rota


*Tania Magallanes. Jefa de Redacción de LJA. Arma su columna Tres guineas. Fervorosa de lo mundano. Feminista

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