Oscar Daniel Sandoval*
Una reflexión sobre la obra de Vasili Kandinski
Para Vasili Kandinski, al igual que con los otros trabajos, me dirigí a buscar mis apuntes para basarme en ellos. Fallé en el intento porque justo cuando iba a abrir mi libreta me detuve un momento, y me puse a considerar qué me diría el artista ruso si estuviese al lado de mí. Puede que ni me hubiese dicho nada, pues no hablo ruso. Intenté recordar una palabra que nos dijo el maestro sobre este trabajo: descifrar, más aún cuando se habla de un artista como Kandinsky. No es que diga que el razonamiento está en conflicto con el descifrar –si a este se le denota un sentido místico– sino ver en qué medida los razonamientos sofocan al arte. Puede que esto no lo haya dicho Kandinsky a cabalidad, sin embargo, cuando nos adentramos en una obra, sea la que sea, podemos ver si dialogamos con ella, si es que tiene algo que decirnos, si es que ella tiene un pan que nos alimente.
De antemano tuve que acercarme a la lectura de Kandinsky, en algunos casos, muy pormenorizada, pues lo cierto es que aún no me considero como un humano que pueda encontrar goce metafísico en una obra. Es más: aún no sé qué significa metafísico. Recuerdo cosas como sentir arte, colores, sinestesia, espiritualidad, materialismo, cientificismo, positivismo, pero no recuerdo descifrar. Puede que no lo recuerde porque quizá sea eso de mi parte, ante todo, no es que vea en Sobre lo espiritual del arte un manual sobre cómo apreciar arte, para eso puedo ir a los muchos libros que nos venden la idea de cómo apreciar mejor una obra de arte, pero no. Un escritor jamás sabe hasta dónde llegarán sus libros, un pintor se encierra en su cuarto buscando la mejor línea, el mejor trazo y el mejor tono de pintura y no sabe si el lienzo superará la barrera del tiempo, ¿Kandinsky se imaginó que sus obras estarían en internet? Seguramente no, pero lo que creo que sí quería es que se le diera un espacio al arte, un espacio que duramente se generó desde hace mucho tiempo, un espacio privilegiado, la cima helada en la parte de más alta de un triángulo.
Ahora que me encuentro sus variadas pinturas delante de la pantalla de la computadora, desafortunadamente, me detuve en una en peculiar. No diré algo así como que la pintura me eligió, porque no fue así, sin embargo, tendré que aceptar que esta llamó mi atención, más por curiosidad que por algo más. Su nombre es Varios círculos, en esta no hay líneas ni manchas, si se quiere ver así. El círculo se presenta como lo contrario a la línea. Los círculos abundan en el lienzo, aunque se limitan al centro, apenas y se acercan al contorno del mismo porque en esos lados se hallan las líneas que repelen la figura del círculo. Son de distintos colores, con el telón de fondo en negro para avivar más los variados tonos. Los círculos son de varios tamaños, pero uno en el centro es el que puede llamar la atención porque le rodea una especie de luminosidad que en los otros no encontramos. Recordemos la sensibilidad artística por medio del color propuesta por Kandinsky. La obra artística entra en comunión con el alma humana a través del color, ¿por qué hay precisamente en este círculo –el azul con negro del centro- un rasgo de luminosidad?, puede que sea así porque el telón de fondo contrasta con el blanco. Lo mismo ocurre con los otros colores: contrastan con su telón de fondo, como si quisiesen separarse de aquello que los ata; van de adentro hacia fuera buscando alejarse, como si fuese el mismo universo en expansión, y los círculos son los vagabundos del espacio, por la etimología de planeta. Puede que sea una representación planetaria del universo, o mínimo una parte de él que se aleja, tácitamente y sin que nos demos cuenta, de sí mismo. Pero esto sería desdeñable por la bandera de Kandinsky: la abstracción.

Descifro en la obra de Kandinsky un algo que nombro como universo, pero bien podrían ser meros círculos que el arbitrio del alma del artista buscó plasmar. No me limitaré a ello pues creo que la obra no sólo habla con el ruso, sino que también con la mía. Por desgracia encuentro mi alma racionalizada: ganó el auriga del caballo blanco en el esquema tripartito de Platón, y mi razón pide que tenga una explicación racional esta obra, me niego a creer que mi vida termine en el límite de mi corazón y lo que siento.
Ahora me iré contento por ver que un muerto me ha podido contar historias aun cuando se encuentre a siete metros bajo tierra en algún lugar de este globo terráqueo, y que esto no tiene que darme miedo pues estoy seguro de que descansaré, yo en mi cama, él en su tumba, esperando que mi alma haya descifrado algo, ¡y lo hizo!, pero como Gorgias vislumbró: esto cognoscible se me aparece incomunicable.
*Oscar Daniel Sandoval. Curso actualmente el 6to semestre de la carrera de filosofía de la BUAP.
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