Felipe Lara | Foto: stocksnap.io/
La apropiación de los animales por parte de los humanos es muy frecuente. Felipe Lara presenta un cuento que hace recordar cuan importante es la liberación animal
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Mis garras están aferradas a un trozo de madera plano, que a su vez está sostenido entre los fierros de la jaula pintada de blanco, hay un sonido bastante molesto, supongo que lo provoca un chorro de agua que cae en la lámina del techo de esta jaula, las gotas no refrescan, son frías a pesar de que la mañana es calurosa y si dejo de estar encogido para guardar calor, se qué me hará morir de frío, estuve apunto de morir de frío ya una vez y en verdad me hubiera gustado morir esa ocasión, miro a mi alrededor y sé que aún espero morir algún día, quiero morir algún día, pero no lo quiero así.
Me separaron del palomo blanco que tenía de compañero, no lo soporto, es optimista a niveles estúpidos, es obvio y razonable porque es un ave de casa. Yo, en cambio, solía volar por parques, anidar en ramas de árboles bastante altos, extender las alas y caminar en enormes suelos lisos. Un día tuve la mala fortuna de no refugiarme durante una tormenta y romperme una de mis alas, el agua era mil veces más fría que la del chorro del que me protejo y podía sentir como la corriente arrastraba el calor de mi cuerpo a la vez que entraba en mí.
El sólo recordar la sensación que provoca la baja temperatura corporal y cómo te impide el movimiento mientras pierdes la capacidad de respirar poco a poco, me sume en una crisis de la cual es difícil salir, y por eso prefiero evitar pensar en ello a veces, pero es muy irónico cómo preferiría haber muerto a que llegara él. No es malo, bueno, es lo que quiero pensar, una camisa rayada, bien vestido, pantalones de pana, ligeramente encorvado y de cabello blanco, me recogió ese día.
El calor de sus arrugadas manos me hizo recobrar un poco la conciencia, no sé a qué tipo de transporte subió, pero estuve en su regazo durante una media hora, me puso junto a un anafre encendido y con el paso del tiempo el calor aclaraba mi vista, pero también se hacía más perceptible el dolor en mi ala.
Tomó una jaula más pequeña que en la que estoy encogido en este momento, y me dejó allí, pensé que me soltaría, pasó el tiempo, perdí la cuenta de los soles que amanecían, junto con la esperanza de que pase algún día.
Aunque sé que no debo pensar en ello, pienso en la sensación de morir, los animales y los humanos lo sentimos igual, me da miedo olvidarlo porque al ser animal eres consciente de tus vidas pasadas y puedes disfrutar de todo lo que no puedes cuando estás en la cáscara de la razón que te da el ser una persona, por eso preferiría haber muerto, porque el abismo que te envuelve mientras caes en línea recta hacia la desesperación de ese agujero negro, acaba en un respiro.
Sinceramente es algo que prefiero al sufrimiento de que todos los días sean el mismo y de la incertidumbre de no saber cuándo acabará, si algún día te dejarás de sentir así, tal vez podría ser más positivo pero esto no es lo que pedí o lo que quiero, claro que es horrible el proceso de morir, pero vuelves a abrir los ojos naciendo en lo que sea, ¿eso me hace un cobarde?
Es un mecanismo bastante simple, que no sé si las plantas sientan, me vino esto a la mente porque el día que mi compañero llegó, el anciano trajo la jaula donde me encerró ahora y dos pequeños girasoles. Bien, a los dos los dejó morir, su esposa trató a uno como con odio, era un regalo de reconciliación o algo por el estilo, supongo, porque escuché gritos un día antes de que los trajera, ella sólo no lo aceptó.
Al otro girasol él lo trató con amabilidad, le habló, le prometió amor y que le regaría todos los días por la mañana. No lo hizo, y el girasol que recibió amor y promesas, cuando dejó de ser regado, se marchitó aún más rápido que el que recibió odio desde el principio, aún los puedo ver, y la posición del girasol que su esposa rechazó no es tan deprimente como la del otro, me pregunto si mientras moría secándose el pequeño girasol pensó en todo aquello que escuchó cuando el anciano lo trajo.
En fin, quisiera poder volar alto otra vez , a veces doy señales para que entienda que quiero salir de aquí, pero jamás hace caso, piqué a mi compañero que no dejaba de decir idioteces acerca de cómo el anciano nos cuidaba y lo bondadoso que era, lo piqué tantas veces como fuera necesario para que nos cambiara de jaula y tuviera la oportunidad de escaparme en un descuido, pero cuando nos cambiaron sólo metió la mano a la jaula y en un dos por tres lo sacó a él y lo puso en la jaula donde me encerró la primera vez.
Me estoy cansando y a veces sueño conmigo volando otra vez, a veces quisiera gritar, llorar y que escuchara mi petición, sin embargo, sólo soy un pichón, mi rutina era comer y defecar, esperando morir algún día y en verdad aún lo añoro, aún deseo morir algún día, pero no lo quiero así.
*Juan Felipe Lara Martínez, estudio artes plásticas pero me quiero dedicar en un futuro al cine y busco como abrirme camino dentro de la escritura y no solo compartir mis textos en mis stories de Instagram, si no, tratar de llegar a más mentes.