Ana Hurtado | Imagen: Batalla de Vertières, 18 de noviembre de 1803. CC0 Tomada de www.lhistoria.com
El 23 de agosto se conmemora el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y su Abolición, Ana Hurtado reflexiona al respecto en un contexto de postcolonialismo
La primera revolución latinoamericana anticolonial y antiesclavista tuvo lugar en Haití, isla del Caribe insular. La tendencia hegemónica de la Historia Universal ha mantenido este episodio libertario a la sombra de la Revolución Francesa, no obstante, la Revolución Francesa es un gran parteaguas para las memorias subalternas afrolatinoamericanas. Tras un combate que duró 12 años, y que implicó el derrocamiento de la monarquía francesa, que controlaba el comercio y el territorio en la colonia del caribe, el debilitamiento del ejército francés ―y con ello, el desmoronamiento de una ideología supremacista blanca― que ya en 1803 no fue sino la antesala para la consolidación de un estado negro haitiano.
Las víctimas de los sistemas esclavistas modernos son los desplazados y migrantes, para quienes es insostenible vivir en contextos asediados por la violencia
Ana Huerta
En el siglo XIX la economía mundial alcanzaba puntos inimaginables que definían las simetrías geopolíticas del sistema colonial extendido por distintas regiones del continente. Las huellas del colonialismo se develaban en los cimientos de una necropolítica incipiente con prácticas crueles que empujaban el tráfico humano instaurando jerarquías raciales. La división del trabajo, y con ello, la distribución de los recursos respondía a tal clasificación social, basada en la segregación y explotación de cuerpos. En medio de ese panorama, los ideales de la Revolución Haitiana encaraban años de saqueo y esclavitud, sosteniendo un proyecto libertador que pugnaba por la recuperación de espacios simbólicos, territoriales; trincheras de la enunciación y representación.
Este movimiento antirracista es, sin duda, un referente vital para estudiar la genealogía del antirracismo y anticolonialismo latinoamericano. En su estructura ideológica y pragmática, la Revolución Haitiana sigue aristas que amplían las posibilidades de estudio regional caribeño. Incluso, en su densidad teórica temática, rebasa algunos principios de la Revolución Francesa, la cual sí es reconocida por la Historia con mayúsculas.
Dadas sus características y el innegable impacto en la memoria afrocaribeña, la Revolución Haitiana fue retomada por la UNESCO para conmemorar el 23 de agosto como el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y su Abolición. A través de esta acción, se busca reafirmar la lucha antirracista –que debiese ser inherente a todo gobierno y política pública– y otorgar un reconocimiento histórico a la cuna de la primera revolución latinoamericana: Haití. Lamentablemente, el sistema de esclavitud nunca fue diluido, sólo evolucionó sus dispositivos. Actualmente, la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral se mantiene en la discrecionalidad de gobiernos que legislan políticas migratorias punitivas, contribuyendo a la impunidad que rodea a las víctimas de la esclavitud moderna.
El actual sistema capitalista mantiene las lógicas de deshumanización valiéndose del despojo territorial, violencia económica y precarización laboral para darle sentido a las jerarquías raciales amalgamadas en nuestra realidad. Día a día convivimos muy cerca con esa cultura a tono bajo de explotación racial, y si se preguntan cómo es posible, basta con cuestionar nuestros hábitos de consumo en todos los niveles: alimentación, indumentaria, formación académica, entretenimiento, etc. La industria textil, por ejemplo, es una de las más preocupantes por la vena del Fast Fashion, donde millones de mujeres y niños son expuestos a condiciones infrahumanas para satisfacer las apabullantes demandas del mercado de la moda.
Las víctimas de los sistemas esclavistas modernos son los desplazados y migrantes, para quienes es insostenible vivir en contextos asediados por la violencia. Tan sólo en América Latina, desde 2010, año en que un terremoto devastó la isla de Haití, los corredores migratorios del Cono Sur, Centro y Norteamérica sufrieron un notable cambio en el perfil de la movilidad humana. La migración haitiana comenzó a integrarse en el fenómeno del desplazamiento centroamericano, y se presentaba como un fenómeno sin precedentes en países como Argentina, Chile y Uruguay. Posteriormente, desde 2016 se ha registrado un incremento de migración africana que entra por los linderos de Brasil para luego distribuirse hacia Norteamérica, buscando el fin de la travesía en Estados Unidos. Indudablemente, el complejo contexto africano, donde distintas potencias mantienen una disputa por el control territorial, es tan solo una de las razones que explica este nuevo algoritmo de la migración racializada en América Latina. Detrás de esos corredores migratorios, de esa peculiar distribución está el entramado de un sistema dedicado al tráfico humano, que funciona en colaboración con gobiernos y crimen organizado.
El actual sistema capitalista mantiene las lógicas de deshumanización valiéndose del despojo territorial, violencia económica y precarización laboral para darle sentido a las jerarquías raciales amalgamadas en nuestra realidad
Ama Hurtado
Esto funciona desde lo más simple, que pueden ser traslados, cruce de fronteras o documentos falsos para evadir los controles migratorios, hasta dimensiones más delicadas como la explotación sexual infantil y de mujeres. La migración racializada es un problema mundial que ha sido duramente minimizado. Para recordar, en 2017, un escándalo sacudió las gestiones italianas y españolas al cuestionar su silencio ante los tratos inhumanos a los que eran sometidos los migrantes africanos que llegaban por los corredores de Libia y Malí. En el intento por llegar a la Unión Europea, los migrantes africanos eran vendidos como mano de obra en la más vieja usanza del comercio esclavista del siglo XIX. El 23 de agosto no es ninguna exhortación al recuerdo de la esclavitud, pues la esclavitud en sí misma no es un recuerdo sino un sistema nítido y en constante transformación. No podemos sumarnos a romantizar una fecha desde una invitación al olvido cuando la vida de miles de personas queda reducida a cifras inertes. El 23 de agosto no es el Día del recuerdo, sino el Día Internacional de la Memoria Esclavista, entenderlo así, nos permite preguntarnos ¿Qué, cómo y por qué olvidamos?
*Ana Hurtado
Afromexicaribeña (1994) Egresada de Estudios Latinoamericanos, UNAM. Especialización en Estudios Socioculturales del Caribe Insular. Cronista, periodista y coleccionista de historias. En continúa reinvención.