Mariano Diani / Imagen: Sísifo, Vencellio Di Gregorio Tiziano //
Un cuento con un personaje inusual
Vivió siglos, aún conservaba la apariencia de un hombre joven. Viajó por todo el mundo, contempló los sucesos de la humanidad repetirse.
La tecnología avanzaba, pero el espíritu de los mortales, movidos por un deseo incesante para obtener riquezas a cualquier costo, se mantenía extraviado, extendiendo la miseria en el mundo. El petróleo codiciado trajo la guerra a su país que nunca olvida, a pesar de la distancia. Ya no formaba parte de aquel pasado.
Presenció acontecimientos que no lograba entender, o su capacidad para eso desapareció, juzgó estar privado de esa comprensión.
En otra época, vio a dos amantes en las márgenes de un río, la mujer resbaló y fue arrastrada por la corriente, se hundía en los rápidos, el hombre se lanzó precipitado a su auxilio, después de una cascada impetuosa no emergieron. Recordó a otro hombre que tras un período prolongado de meditación en las montañas nevadas descubrió el misterio del espíritu, nunca cambiante aunque el mundo fuera otro, esperando ser descubierto.
Conocía ritos profanos, compartió riquezas de las ciudades asoladas, favoreció a quienes predicaban prometiendo falsedades a cambio de un diezmo, culpable de pervertir almas.
Estuvo sumido en un sueño inexpugnable en el cual revivía sus experiencias, tratando de comprender aquellos actos que suponían un interrogante para él mismo, convencido que aclararía las respuestas.
La sed lo despertó. La luna llena lo invitaba a calmar el hambre.
Esa noche la ciudad estaba iluminada, vehículos transitaban, gente paseaba distendida. Pasó junto a las mesas en la puerta de los bares abarrotados bajo la mirada perspicaz de algunas mujeres. Llegó a una plaza alumbrada por faroles, en el centro había un pedestal de mármol, sostenía la figura de un prócer, una mujer escudriñaba el panorama, parecía aguardar por alguien.
Se sentía atraído por personas solitarias, no porque le facilitara las cosas, en algunos momentos advertía una ausencia, un vacío envejecido por los años.
—Buenas noches —dijo al acercarse. Sabía cómo disimular pecados y agradar a las personas. Inventó un acento extranjero.
La mujer era joven, atractiva.
—Disculpe, soy turista, ¿hay algún bar cerca?
—Puede seguir esta calle —extendió el brazo y señaló la dirección—, a dos cuadras de aquí hay un bar que les encanta a los turistas.
—Quisiera un guía que me muestre la ciudad, pagaría un buen precio, ¿lo haría?
—Espero a alguien.
Unos transeúntes cruzaron la plaza, un niño hizo sonar el columpio alejado.
—No imagina quién soy —esbozó una sonrisa.
—¿Debería pedirle un autógrafo? —rieron.
—Mi nombre es Markov Záitsev, otorgo lo que nadie puede.
—No creo que pueda ofrecer algo que necesite.
—Podría intentar.
—Veamos.
—Concedo inmortalidad.
Rio y se detuvo al mirar sus ojos profundos, los vestigios verdes en el iris brillaron, profetizando algo oculto, tuvo miedo y se alejó apresurada, volteando por instantes.
El semáforo le dio paso, cruzó la calle, hizo una cuadra y se quedó en la costanera, aguardando a quien esperaba, sacó el celular de la cartera para avisar que había cambiado de lugar.
Revelado su secreto, apareció junto a ella, provocándole un sobresalto, su mirada hizo que pudiera comprender el tiempo incontable de una vida inmortal, la expresión en el rostro de la mujer fue de asombro y angustia, él no quería que sintiera temor. Sació sus ansias con su sangre, sintió algo diferente. La dejó en uno de los bancos de la costanera, el sueño eterno se apoderó de ella.
Se preguntó cómo pudo resistirse a su encanto. Quizá se remitía a ese conocimiento vago, que no comprendía del todo, aquello que estaba en poder de quien ella esperó y no volvería a ver en este mundo.
Las personas son únicas, pensó. Me consumiré hasta desaparecer en el fin de los días, cuando el juicio final me sentencie a otra eternidad diferente. He olvidado cuanto he buscado.
Apoyado en la baranda, quiso ver en vano su reflejo en las aguas del río que fluían lentas.
Su figura se desvaneció en la nocturnidad, cruzando la plaza en medio de los árboles.
*Mariano Diani (1988), Córdoba, Argentina. Publicaciones: El Umbral (2018), Realidades ilusorias (2020).
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