Dos cortos para ver por la noche

Un Juguete de Madera Soñó con Barcos de Papel

En medio de la oscuridad se observa un juguete de madera contraído; flota en el inmenso mar navegando sin dirección. La armonía de la música que guiará la pieza fílmica da inicio. Bajo estos ritmos los elementos, unos pequeños barcos ordenados, se vuelven danzantes. Intercambian posiciones, se cruzan, y bajo una sinergia se acompañan. Los barcos, enfilados con una estructura rígida, en una radiante luz incandescente, ascienden: se despliegan figuras circulares. Es inevitable el acompañamiento del observador en todo este juego sincrónico de lo audiovisual; esto es así hasta verse interrumpido por efectos intermitentes de sonido, luz y movimiento, los cuales navegan, retroceden y, algunos, desaparecen.

La alta dinámica de las escenas anteriores se observa ahogada por el orden enmudecido de filas de barcos. La tensión del silencio se quiebra donde se vuelve necesario escuchar los gritos de alguien. Se rompen filas. Pero pronto se vuelve un bullicio, un caos para quien observa de manera general, aunque en las partículas unos rodean a otros. Un golpeteo exige que paren y los reordena. Barcos arrumbados, sin hallar un acomodo, toman dirección ante los llamados de chasquidos; provienen de distintos lados, confluyen entre retumbos de tambores entorno a unas manos próximas a su unión, hay cambios en las tonalidades de las luces y se muestran a punto de converger mientras se hallan en su gran diversidad.

Ni caos, ni orden, solo el fluir que acompaña y abriga al desolado.

Así se muestra la tesis fílmica Un Juguete de Madera Soñó con Barcos de Papel, de Mauricio Hernández, que se presentará en la Selección de cortometraje animado en la edición Número 18 del Festival Internacional de Cine de Morelia.

Este trabajo, como se apuntó anteriormente, tiene como mayor acierto la realización sonora, la cual está articulada como la columna de la obra desde un inicio. Es apreciable el esfuerzo para la creación de la animación, que cuenta con materiales hallables en espacios comunes, además de que refuerzan a la obra misma, pues ante la inquietud y desorden de la mente, siempre viene bien algo de música que permita, como los barcos, las ideas, sentirnos acompañados, desembocando aquello que nos encontramos entre sueños, que conmueve, preocupa y alivia.


Kuxlejal

Jóvenes de San Andrés Larráinzar, comunidad indígena hablante del tzotzil, cuentan los episodios que han enfrentado frente al suicidio de familiares y amigxs. “Crecemos siendo un número”, jóvenes a quienes se les rechaza la libertad de su lenguaje, explican; en las escuelas está prohibido hablar su lengua: quienes desconocen el español son relegados y apartados en su propio pie. El uso de su lengua para conectar con la comunidad se hace inminente. Se reúnen, escriben y practican su lengua; así se siente viva, ellos se sienten vivos, el hip hop se vuelve expresión y su lengua el canal. Se vive una liberación, una apropiación suya y de sus espacios para su cultura, una cultura no estática que ellos siguen construyendo. Difunden el evento, se preparan y hacen su presentación. Un fragmento de toda esta epopeya donde tienen como mayor objetivo proclamar vida, sintiéndose vivos, haciendo sentir viva su comunidad y su lengua. Alguien muere y de aquellos que quedan vivos restan las dudas de su partida, expresarse, liberarse con aquello que les palpita y los hace recordar aquello que compartieron y que comparten.

Mediante esta ruptura con la folklorizacion en las comunidades hablantes de lenguas originarias. Kuxlejal hace visible una problemática de carácter humano; proclama la vida ante escenarios desalentadores, donde se pierden amigxs, familia e inclusive un correr del tiempo que amenaza la vida misma de su lengua. Se trata de un trabajo paralelo en tanto dar vida a partir de las expresiones artísticas y hacer arder las brasas de su lengua, que no es relegada a funciones de exhibición, pues es más que ello, es con lo que sienten, hacen sentir, con lo que viven y comparten su vida.

Este documental forma parte de la edición número 18 del Festival Internacional de Cine de Morelia.


*Max Rodríguez Aguilar

Max Rodríguez (Puebla, 2001) es estudiante de Arte Digital en la Escuela de Artes Plásticas y Audiovisuales de la BUAP, ha participado en diferentes proyectos en pro de las artes.
Como parte de las Brigadas de Trabajo Comunitario del Centro Universitario de Participación Social de la BUAP, trabajó talleres y actividades dirigidas a niños,
jóvenes y adultos desde el eje de arte y cultura en 2018. En 2019, junto con un equipo de compañeros, realizó un mural entorno a la continuidad de la lucha iniciada por Emiliano Zapata, esta obra reside en la preparatoria del mismo nombre, perteneciente a la BUAP. Destaca su trabajo independiente por medio del cual hace difusión de distintos ejercicios, y proyectos personales como dibujos digitales y animaciones; en ellos echa a andar la fantasía e ilusión dentro paisajes, escenas y retratos, esto bajo la firma de El Mats.


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