Orlando Araujo | Foto: Max Aguilar
Oralndo Araujo escribe una entrevista realizada a Gabriela García Rivas, realizadora del cortometraje La boca del diablo, presentado en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia.
Tuve la encantadora fortuna de platicar con una realizadora cinematográfica, ella reflexiona sobre su contexto, aborda problemáticas que, si bien devienen de una perspectiva suya, nos involucran y afectan a todos. Se trata de Gabriela García Rivas, con motivo de su más reciente trabajo audiovisual La boca del diablo (2020) película que escribe y dirige ella misma.
Debo decir que es un cortometraje pequeño, como los niños, pero complejo, como los niños, donde hay un momento decisivo que puede hacerte estrellar contra el concreto de la realidad más cruda, o puede hacer que te eleves hasta la infinitud tétrica de la fantasía. Como sea, es una buena oportunidad para volver a mirarnos, identificar cómo podemos herir a quien tenemos cerca, qué está prohibido en un deber ser masculino hegemónico, ese que tanto daño nos ha hecho desde pequeñxs y que replicamos de adultxs. Es desde la intimidad de una mirada infantil que descubrimos que a veces los monstruos no están bajo la cama, están más cerca.
Gabriela García Rivas (Chiapas, 1987) Egresada del Centro de Capacitación Cinematográfica, ha trabajado como directora y guionista en los cortometrajes: Pleamar (2013), Deshojando Margaritas (2016) y La Boca Del Diablo (2020). Así mismo en su largometraje El silencio es bienvenido (2017). También ha trabajado como scrip supervisor en proyectos de formato serie.

Orlando Araujo (OA): ¿Cómo es que llegaste al mundo del cine?
Gabriela Rivas (GR): Llegué al mundo del cine jugando, tenía doce años cuando encontré una cámara de video en casa de una amiga, se nos ocurrió usarla para jugar y hacíamos remakes de películas. Me llamó la atención todo lo que sucedía para poder generar una escena; la música, dónde se coloca la cámara, las instrucciones que en ese entonces eran muy básicas que yo tenía que dar para que pudieran suceder estas escenas que hacíamos. Yo no sabía si la gente estudiaba para hacer cine.
Cuando terminé la preparatoria tomé un curso de video, después me mudé a la Ciudad de México donde estudié en una pequeña escuela de cine, y tuve la oportunidad de tener mi primera experiencia en una película como asistente de dirección, esto me ayudó a entrar al CCC donde pude tener una educación más formal.
OA: ¿Cuáles son las diferencias que identificas entre trabajar para una plataforma de mucha visibilidad, de consumo de entretenimiento y trabajar en tus propios proyectos audiovisuales?
GR: Sí hay muchas diferencias, por lo general los proyectos que yo he hecho son de muy bajo presupuesto, en realidad en La boca del diablo es la primera vez que trabajo con un presupuesto elevado. Hay una forma diferente de acercarte a la gente con la que colaboras, porque no les estás pagando un sueldo enorme, encuentras piezas como de relojería, personas que leen el proyecto que uno está haciendo y se vuelve una colaboración. Por ejemplo en el Silencio es bienvenido intentábamos no pasarnos de las horas de rodaje, no quitar lo que no podíamos dar, ser muy respetuosxs. Con presupuestos altos los guiones están sufriendo cambios incluso momentos antes de rodaje, y hay una forma distinta de aproximar al proyecto, a la forma fílmica y se dialoga diferente.
OA: ¿Consideras que tu idea sobre el cine ha cambiado desde que empezaste en el ámbito audiovisual?
GR: Supongo que sí ha cambiado, ahora lo pienso como un lenguaje, una ventana a diferentes realidades, como una forma de reflexionar sobre la vida: procesos, un país, un momento. Antes lo veía más cercano a lo estético.
OA: ¿Cómo surge el interés por contar esta anécdota, la soñaste, la viviste, la leíste?
GR: A finales del 2014 había sucedido lo de Ayotzinapa que removió un montón de cosas y encontré una nota sobre el Pozo Meléndez en Guerrero que por mucho tiempo sirvió como un depósito de cuerpos hasta los 90’s, lo que más me impresionó de esta historia fue que al lado de este lugar, los niños del lugar tenían puestos de piedras para los turistas, les vendían piedras para que las aventaran y no pudieran escuchar el golpe con el fondo y se decía que el pozo no tenía fondo, además de que se decía que era un lugar a quien nadie le teme. Claro que le temían, de una forma distinta, de una forma dual del espacio, no entendía cómo es que funcionaba como lugar de tortura y asesinato y como patio de recreo, fue lo que detonó mi interés.
La violencia ha ido escalando, cada año es peor y cada año es más cruda y cuando la violencia comenzó a entrar en las dinámicas de los niños, leía notas de cómo jugaban al “secuestro”. Por ese tipo de situaciones comencé a escribir para tratar de darle sentido a algo que estaba sucediendo, pero no podía entenderlo, era indescifrable, escribir fue la forma de reflexionarlo.
OA: Noté una reflexión sobre la masculinidad hegemónica, donde el niño es violentado en su propio contexto ¿Qué tan relevante fue para ti abordar lo masculino?

GR: Creo que era un libro de Marcela Lagarde donde habla sobre cómo la masculinidad se creaba a partir de quitarle algo a otro. Me acordé de cómo mis compañeros jugaban en la primera, las cosas que se decían entre ellos, me parecían toscas y fuertes, el no poder llorar y ante cualquier debilidad o señal de sentimientos, eran como pirañas. Eso me llamó la atención y quería recrear esta cuestión, no solo con los niños, esas relaciones de poder con la madre y el hermano, porque algo que identifiqué es que en las familias de San Cristobal, donde el padre se ha ido, los hermanos mayores toman el control de la casa. Incluso cuando buscábamos locaciones las madres nos decían que tenían que pedirle permiso a su hijo y eso me llamó la atención, cómo a cierta edad el hijo iba tomando el papel del padre y la madre se veía supeditada al poder del otro, a través de esa masculinidad, donde el ser más masculino maltrata más a otros.
OA: ¿Cómo fue la experiencia de trabajar con niñxs?
GR: Fue cansado, en general. El niño principal se soltaba al juego, el niño antagonista, era muy disciplinado, lo hizo bastante bien. El problema era que cuando estaban todos juntos, hablabas con uno y el otro volteaba a otro lado. Mantener la atención de todos para hacer una escena grupal era complejo, además de los detalles técnicos. No creo que sea difícil, una vez que entran lo hacen muy bien, pero en general es agotador.
OA: Iba preguntarte qué fue lo más difícil de hacer esta película, pero más bien, ¿cuál o qué fue lo más bonito o la mejor experiencia durante la preproducción, producción y/o postproducción, qué fue lo que más te significó?
GR: Fue un proceso complejo, tuvimos fechas complicadas, quizás lo que más rescato, es que tenía muchas ganas de trabajar en los lugares donde crecí y que vi de niña, quería trabajar en San Cristóbal. Además lo veo como un laboratorio de aprendizaje, tanto narrativamente o en la exploración del lenguaje y en encontrar a las personas correctas con las que puedes contar una historia porque saben leer el proyecto, quizá esas son las cosas que más disfruté.
OA: ¿Cuáles han sido tus preocupaciones cuando decidiste hacer una película, dónde está tu enfoque?
GR: Cambia constantemente, tiene que ver con tratar de explicarme a partir de articular con obsesión los mundos que creo, tiene que ver con la reflexión y poder entender, cuando comienzo en la escritura hay elementos sociales que quiero remarcar pero no de forma de denuncia, sino integrarlos a la historia, eso me interesa mucho. El lenguaje llega mucho tiempo después y depende de la sensación que quiero con el proyecto, entonces cambia de uno a otro, tiene que ver la idea de un idioma, cada vez lo aprendes mejor y puedes armar mejor la frase. El interés de experimentar la gramática cinematográfica, como una frase escrita si cambias algunas palabras, también así quizá con la imagen.
OA: ¿Cómo ha sido el proceso para poder exhibir tus proyectos?
GR: Lo primero que empecé a hacer fue en el CCC, que tiene un gran órgano de exhibición, envían a festivales y entonces parece muy fácil. Cuando empecé a hacer proyectos fuera de la escuela, me di cuenta de lo costoso que es enviar a festivales y que tienes que planear bien una ruta por que cuando comienzas por fuera de la escuela aspiras a enviar a Cannes o a Venecia, pero tiene que ver con aprender a leer de forma correcta los proyectos y pensar mucho en qué es lo que quieres que suceda con el proyecto para que sea una escalera a los próximos proyectos. También me he apoyado mucho del IMCINE, me di cuenta de los aspectos en que pueden ayudarte como realizadorx, es complejo porque también lidiar con el rechazo es difícil, he aprendido a darme cuenta del error y a partir de ahí encaminarme.
OA: Para finalizar, ¿tienes algunos proyectos a futuro que te gustaría realizar?
GR: Llevo cuatro años trabajando en un documental que me gustaría que no se quedara parado pero por la pandemia el futuro es algo ambiguo.
*Orlando Araujo
Estudiante de Artes Visuales en la Escuela Nacional de Pintura Escultura y Grabado (ENPEG) “La Esmeralda” (INBAL). Estudió la preparatoria con especialidad en Literatura en el CEDART Miguel Cabrera (INBAL). Es cineasta documental por parte del programa Imágenes en movimiento del Centro de Capacitación Cinematográfica. Durante el 2015 y 2016 estudia la especialidad en Arte Contemporáneo en las Clínicas de Especialización en Arte Contemporáneo de Oaxaca (CEACO). En 2019 cura la exposición colectiva “Ya no quiero ir a la escuela” llevada a cabo en la Escuela Normal Superior de México (ENSM). Actualmente se dedica a la producción artística y audiovisual y a la investigación curatorial.