Ana Hurtado | Imagen: Doodle de Google en conmemoración del natalicio de Clarice Lispector ||
La nueva entrega de #LaGuagua es una conversación entre Ana y Clarice Lispector, una de las autoras más admiradas por Ana y con quien más significado encuentra en sus textos sobre una pandemia de la que no habló pero cuyos problemas colaterales sí que retrató.
No sé cuántas personas alguna vez imaginaron vivir un tiempo tan caótico como el que nos está signando ahora. Posiblemente, entre en el grupo focal de los obsesivos, hubo alguien que consumó ese miedo remoto a un diminuto bicho, o entre los amantes de la ciencia ficción habrá algunos consternados, o incluso motivados, a seguir nutriendo las posibilidades de la sordidez. Me retracté de calificar la ficción como una fantasía porque viviendo la etapa inaugural de la segunda década del siglo XXI, ya no estoy segura de que lo fantástico sea el calificativo más adecuado.
Para fines académicos sigo contextualizándome en todo lo que puede caber en las acepciones de contingencia, crisis o emergencia sanitaria, pero, aunque quiera, no puedo quedarme en la rigidez del análisis crítico, obligado a la azarosa racionalidad. En un futuro no muy distante, olvidaré esas preocupaciones que me asechan cada mañana, con la desesperación de sentir cómo mis huellas dactilares se han acostumbrado a brincotear entre teclas o a deslizarse en una pantalla táctil. Mi piel ya no es el archivo olfativo que solía ser cuando transitaba por las calles, atrapando fragmentos de espíritus cotidianos, ya no están todas esas historias que en cada travesía diaria se apeñuscaban en mi ropa. Esta ansiedad constante la olvidaré, puede ser por la eficacia de la memoria selectiva, o porque la normalice a tal punto de olvidar su génesis.
En otras palabras, más sinceras, 2020 es la primavera de los miedos. No han parado de germinarse, desde que en marzo del 2019 el confinamiento cobijó gran parte del globo terráqueo. Para muchos, esto significó el retorno a los núcleos familiares, para otros, un tiempo para sanar cuerpo y espíritu, pero sin excepción, la soledad nos ha tocado la puerta a todes.
He retomado algunas lecturas, entre ellas las tuyas, Clarice. Hace ya bastante tiempo le perdí gusto a la poesía, en su lugar me hice aficionada a la narrativa. Volví al universo mítico de Lispector, a ese mundo repleto de descripciones, de contrasentidos, de turbulencias e intertextualidades donde se alojan antídotos para las emociones más incomprensibles, aquellas que nos hacen balbucear y le permite a la soledad invadir las debilidades.
De pronto pienso que tus letras son un camino para reencarnarte en las incertidumbres más universales, imagino que no existen lectores de tu prosa, sino que eres tú leyéndote a ti misma en distintas formas, en otras latitudes, siempre en movimiento. Eres tú, confrontando un aquí y ahora en una primavera donde el tiempo nos confunde, porque a ratos está congelado, y a ratos avanza estrepitosamente. A esta primavera le hace mucha falta tu silencio, ¿lo recuerdas, Clarice? Aquel que describías como «insomne, inmóvil y sin fantasmas», lo único que tenemos de ese silencio es la vigilia, las horas alborotadas y el cuerpo confundido, pues incluso las posibilidades de la huida están limitadas, ¿cómo huir del silencio que no terminamos de comprender? ¿cómo huir de algo que aún es tan difuso? Quizá por eso sigue tan repleto de fantasmas, pues no hemos sabido quitarle las asperezas de la melancolía y la añoranza.
En los últimos meses del año, parece inevitable no hacer un balance introspectivo, a veces para autoengañarnos y cumplir a cabalidad con nuestro instinto de autodestrucción paulatina. En el fondo, pareciera que el sentido de despedir un año con un recorrido de las decisiones que tomamos a lo largo de doce meses no es celebrar nuestras pulsiones de vida, sino aprehender esa recriminación que al cabo de 365 días no se ha esfumado, ni es efímera como la felicidad que recelosamente tratamos de atar a nuestras paredes, a nuestros neceseres, a nuestras letras o a donde se posible para evitar sus cenizas. Y ahí, Clarice, en ese ritual me encuentro con el lugar al que ibas, con el lugar donde estaban las palabras que evocaban la familia, y que indiscutiblemente te situaban a ti en un espacio, con la amabilidad de ser tú quien eligiera el tiempo. ¿Entiendes por qué digo que es la primavera de los miedos? Porque se parece al camuflaje de tus demonios anidados en las pupilas verdes. Aquí no sólo han florecido los pavores o la angustia, también han mudado de piel, han salido de cavernitas desconocidas, invisibles a nuestros ojos, nítidos al tacto onírico. De tu mano descubrí que la primavera, por muy duradera que parezca, no es redonda. Jamás empieza con el mismo equinoccio ni culmina con una lluvia, es poliédrica, con esquinas, con extremidades aún cerradas. Con resquicios donde estamos floreciendo…o marchitando
En la extremidad de mí estoy yo. Yo, implorante, yo, la que necesita, la que pide, la que llora, la que se lamenta. Pero la que canta. La que dice palabras. ¿Palabras al viento? Qué importa, los vientos las traen de nuevo y yo las poseo. Yo al lado del viento. La colina de los vientos aullantes me llama. Voy, bruja que soy. Y me transmuto. Oh, cachorro, ¿dónde está tu alma? ¿Está cerca de tu cuerpo? Yo estoy cerca de mi cuerpo. Y muero lentamente. ¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo amor. Y cerca del amor estamos nosotros
Clarice Lispector
¡Vaya, Clarice! En otro tiempo no habría titubeado en estremecerse con el lugar donde ubicas el amor, pero ahora ¿cómo entiendo la cercanía del “nosotros”? ¿Cómo decir que el amor está en el nosotros, cuando mi plural de pertenencia está a kilómetros de mí? Pero de eso vas, ¿no es así? de sembrar preguntas en nuestras manos mientras sostenemos las traducciones de tus escritos, mientras hojeamos tus libros, mientras contradigo a la crítica literaria que te ha descrito como “enigmática y solitaria”, eras apocalíptica, con tus propias contingencias, una vidente de las crisis que implosionan en lo hondo de la mente, ahí donde se fragmenta lo humanamente soportable y lo desgarrador.
¿Temer a la vida o a la muerte en tiempos de COVID? Hoy, en esta extremidad, el linaje de la nada nos hermana, Clarice. Una realidad fatídica y exhausta donde te nombro, donde te escribo, te pienso, te imagino sentada cazando palabras, hilando los miedos. Miro las distintas estaciones de la nada que me circunda: las hojas blancas, los huecos, la alcancía vacía…sí tengo un miedo, pero no es la vida ni a la muerte. Tengo miedo de quedarme sin palabras y por eso volví a ti.
Hoy tú eres mar, querida Clarice, y yo soy la mujer al pie de las olas.
Gracias, Lispector.
En lo más extenso de la palabra, Clarice Lispector fue una intelectual brasileña que aportó mucho al ámbito del universo literario surlatinoamericano. Su vasta producción abarca poesía, cuento, novela y prosa. Se consagró como periodista y es un referente obligado para el universo literario femenino latinoamericano. Falleció un 9 de diciembre de 1977.
*Ana Hurtado
Afromexicaribeña (1994) Egresada de Estudios Latinoamericanos, UNAM. Especialización en Estudios Socioculturales del Caribe Insular. Cronista, periodista y coleccionista de historias. En continúa reinvención.