Porno para K // Primer lugar Eros de febrero

Ilustración de Max Rodríguez Aguilar

Presentamos el cuento ganador de nuestro concurso Eros de febrero.

Seudónimo: Margot Tenenbaum.



Ese día escuché hablar del yab yum. Habían estado hablando de un montón de cosas y hasta se habían burlado diciéndome “groupie, groupie, Romina, mira que eres tonta, pero sobre todo groupie”. Mientras, descansaba tirada en un sofá por el agotamiento final tras la euforia de uno de muchos conciertos y alguien me tocaba una teta, ya ni recuerdo quien, Seba, quizá… Otro me alcanzaba un cigarrito de yerba, nada más. Es que yo le llamo así, cigarrito, muchos ya se han burlado de mis eufemismos. No sé bien por qué, pero tengo la costumbre de mejorar la realidad y no me gusta, por ejemplo, la palabra marihuana.

Entonces, a mí me llamó la atención aquello del yab yum y no solo por ser una expresión rara, sino por lo que dijeron después, que era como una experiencia sexual de otro mundo, interplanetaria y tántrica. Había un tipo que era experto en aquello y su nombre comenzaba por la letra “K”, o algo. Si bien ya yo empezaba a estar un poco volada y todo me daba risa.

Aun así, pregunté, quise indagar y Pedro me dijo:

—Ven y te lo explico.

Pero antes de levantarse de una silla, se dio un trago de aguardiente. Y ya fue como si una ola me arrastrara o me barriera de la orilla. Porque eso mismo hizo él; me arrastró por los pies hasta dejarme en el suelo y después me arrancó la poca ropa que llevaba encima, la saya de cuero, la tanga mínima y el ajustador. Luego me abrió las piernas y acercó el rostro como si quisiera mirar a través de mi agujero las profundidades de este mundo, u otro paralelo, para olerme al instante en una aspiración profunda, como hacen los perros y pasarme la lengua, degustarme.

Abigail se me acercó en cuclillas para darme un beso en la boca. Ella tenía gusto a naranja, pues recién se había untado un brillo en los labios con ese sabor. Luego, siguió de largo. De rodillas pasó por encima de mí, rumbo al sofá y yo también pude verle un poco su agujero y pensé que era lindo, parecía cálido, aunque distinto al mío porque ella no se depila.

Pero no pude pensar en más nada pues sentí como Pedro me penetraba y casi estuve a punto de gritar de la sorpresa. Aunque luego, él me puso una mano en la cara, para ahogar mis gemidos, o someterme. Me obligó a enlazar su torso que es ancho y fibroso como el de un toro bravo con mis piernas y continuó embistiéndome sin parar hasta que nos vinimos los dos. Abigail, que no había dejado de mirarnos, me hizo esa foto en la cual parece que regresé de la muerte. Después, Carlos nos tiró una sábana encima y se burló de nuestro descaro, aunque me pareció notar que nos observaba con envidia. Ese día estábamos solo nosotros, Abigail, Carlos, Pedro, Sebastián, y yo. Aunque el Seba era como si ni estuviese, en tanto ya se había quedado dormido.

Pero aquello no era el yab yum, a fin de cuentas, yo lo sabía, sino lo de siempre: Pedro en su constante persecución de mi sexo como si fuera un animal en celo, sin darme tiempo apenas para compartir mi cuerpo con los otros, como si me hubiese puesto casi un sello de exclusividad, cuando algo así no se estila siquiera en nuestro grupo. Pedro montándome a cualquier hora. Pedro que no me deja dormir ni comer si está cerca. Pedro. Pedro. Pedro. Y no es que me queje, tampoco. Pedro me llena y me gustan sus modos salvajes, pero es que lo suyo no era ese yab yum misterioso, que a mí se me había metido entre ceja y ceja probar. Así, se lo dije a Abigail y me acurruqué junto a ella cuando él por fin me dejó tranquila y fue a bañarse un momento. Siempre se baña cuando lo hacemos y a veces es hasta tres o cuatro veces seguidas; dice que para reunir fuerzas otra vez: no le creo del todo.

Ya en ese punto Carlos tenía a Abigail abrazada por detrás y estaban los dos como acaramelados en el sofá, de modo que yo apenas tenía espacio.

Y ella me dijo:

—Romi, me da pena tu caso, pero las cosas no son así como así.

Carlos le tocaba la entrepierna y sin quererlo, o queriendo, me rozaba la mía con el dorso de la mano. Pero yo le rehuía y estaba a punto de caerme, pues no era eso tampoco lo que estaba buscando, aunque me hacía cosquillas y de nuevo sentí ganas de reír.

—Te complicas por nada, Romi.

Yo quería ser consolada, anhelaba que ella vertiera sobre mí ese instinto materno tan suyo.

—Pero, Abigail, piénsalo, ¿qué puede ser eso? ¿No te motiva averiguarlo? Dime la verdad. Y conocer a ese tipo. Porque seguro es algo distinto a todo lo de nosotros. No sé qué sea, pero debe resultar diferente.

—¿Cómo esto, acaso, Romi?

Ahora era ella quien deslizaba sus dedos entre mis piernas.

—Sí, te gusta, loquita…

Yo aún estaba sucia de Pedro, no me había molestado en lavarme siquiera. También porque allá estaba él todavía, ocupando el baño. A lo mejor hasta se quedaba dormido en la bañera, como otras veces, con el miembro enhiesto entre las manos. Era mejor no encontrarlo para no recomenzar…

Apenas tenía ganas de esas caricias de Abigail, aunque tampoco me costaba mucho ceder. Ella estaba bien caliente, introdujo otra vez su lengua en mi boca y entrechocamos los dientes. Además, Carlos la tenía cogida desde atrás; yo sabía que él escondía su sexo entre las nalgas apretadas de ella. Y a la par deslizaba sus manos de modo indistinto entre las tetas de ella y las mías, como si quisiese ordeñarnos a las dos a la vez. A mí solo me daba miedo caer al suelo. Pues él había comenzado a moverse bruscamente, a movernos. Ella gemía en mi boca. Mientras, yo terminé por hacerme agua, con los pezones ardientes a razón de los pellizcos. Así estuvimos un buen rato hasta que Carlos acabó y supongo que Abi también, aunque yo me quedé todavía caliente y ella no alcanzó a completarme.

—Porque esto tampoco es lo que busco —le susurré al besarla en la frente y separarme de ambos. Ellos ya iban a volver a empezar…

Entonces decidí irme a dormir junto al Seba, a un rincón, entre unos cojines para esperar el amanecer y la vuelta a la vida cotidiana de la facultad, fea y gris lejos del mundo de la música y las luces, de esta gente que tantos desean tener cerca, aunque muchos no se atreven. Por eso ni me ofende que me llamen groupie, para mí es más como un elogio, porque soy la oficial de la banda y afuera, alrededor, a menudo, pululan otras, como simples aves de paso. Abigail, no. Ella posee otro rango, el de novia de Carlos, aunque a veces tenga sus zorrerías con los otros, pero eso aquí se permite porque no somos hipócritas. Y su carrera de bailarina está llena de glamour, con esas piernas tan largas que tiene… Pedro, un día casi se me propuso, pero yo lo rechacé antes de que pudiese hacerlo, aunque el insiste hasta hoy en sus derechos de exclusividad. Si me hago novia de alguno nada me garantizaría quedarme; de haber una ruptura, se crearía una tensión, por eso mejor, no. En ello estaba pensando cuando coloqué la cabeza en el hombro del Seba, en eso y en su hermano Daniel, que no pertenece al grupo porque está estudiando todavía, pero a cada rato toca en los conciertos y se queda con nosotros. Ambos llevan el pelo largo y tienen una expresión parecida, quizá a razón de sus narices, que son fuertes, expresivas, como me gustan a mí, y no esa de Pedro, hundida en una cara como de niño viejo… Daniel seguro sabe del yab…, imaginé, no sé por qué. Pero es que todavía estaba caliente, ardiendo tras el encuentro con Abi y Carlos, hubiese querido despertar al Seba. Sí que lo intenté, al tratar de frotar mi deseo con su pierna, mas él no me hizo caso; a veces cuando se “vuela” sale de la galaxia y ni una bomba lo traería de vuelta. Por eso me quedé dormida, creo, con la cabeza enterrada en el hombro de Seba, acurrucada a Seba.

Conseguí despertarme, no obstante, más temprano que los otros. Todavía me daba tiempo de ir a casa a cambiarme. Tengo un reloj interno bien fuerte y no importa lo poco que duerma, siempre logro despertar a la hora correcta, correcta al menos para que mis padres no me echen la bronca por faltar a clases un lunes. Broncas le suele soltar su madre al Seba por tener ese apartamento que da asco y lleno de putas, como ella nota, los días que se cuela sin permiso a limpiarlo, cuando encuentra ropa interior en cualquier parte. Y él se ríe, sin saber que responderle, según, nos ha contado, porque qué va a decirle a su madre…

Me desperté con dolor de cabeza entre Pedro y Sebastián. Y aunque llevábamos tres días de juerga, todavía no imaginaba que podía ser el yab yum, así que estaba dispuesta a volver lo antes posible y averiguarlo. Pero lo antes posible demoró casi una semana. Ellos se fueron de gira y ni siquiera conseguí acompañarlos, pues tenía exámenes. Sí, mis padres respetan mi libertad y me mantienen con holgura, siempre y cuando termine la carrera. De modo que yo aparento seguir la senda trazada y ellos fingen no saber nada de mi vida.

El jueves los chicos todavía no habían vuelto, pero yo decidí salir un rato a bailar. Ya para ese entonces se me había dormido ese interés por el yab yum, pero cuando vi a Daniel se me reactivó la memoria. Ni corta ni perezosa, le solté la pregunta al oído cuando fui a saludarlo.

—Oye, Dani, ¿acaso tú sabes qué es eso del yab yum?

Él no me respondió, pero se puso a mirarme como si quisiese devorarme, aunque no se atreviese, porque es un poco como un niño y siempre al final les cede el puesto a otros, como su hermano, o Pedro, pero en esa ocasión no estaban ellos. Yo le pedí:

—Sácame de aquí, ¿quieres? vámonos y a lo mejor nos volvemos locos, en otra parte…

Él comenzó a abrazarme y se puso un tanto empalagoso para mi gusto, por lo que decidí guiar yo la situación.

—Vámonos, ahora.

Nos montamos en la moto del Seba, sin cascos, yo le hice seña para que cogiera carretera abierta, lejos de la civilización o de las calles habitadas. Por el camino, le pedí que parara, fingí que tenía ganas de orinar y me agaché entre la hierba, pero solo lo hice para quitarme la tanga. Luego volví a montar, pero esta vez no a sus espaldas, sino de frente a él, aunque le advertí que no quitara los ojos de la carretera. El niño estaba excitado, pero a la vez iba muerto del susto. Dispuesto a seguir cada una de las órdenes que yo le dictara. Le bajé la cremallera del pantalón. Él gimió, pero sin perder de vista la calle. Tomé su sexo, y empecé a sobarlo, era hermoso, se veía rosa oscuro en la penumbra del alumbrado y al instante se hizo grande entre mis manos, más grande incluso que el de Pedro, quién lo diría… Él casi gritó:

— ¡Ro-mi-na! —alargando todas las vocales.

Yo me puse bien caliente, pero volví a advertirle entre gritos y señas que no quitase los ojos de la ruta. Me erguí un poco para montarme encima. Sentí que él enloquecía con el contacto y volví a levantarme, para provocarle más ganas, repetí la operación varias veces, hasta que luego me dejé caer y pensé “este no va a durarme casi nada”. En efecto, no sé cuantos segundos consiguió contenerse allí, pues yo también creí que era ya demasiado y a lo mejor esto sí se parecía al yab yum que yo iba buscando, tántrico y todo, pues podía sentir casi como me iba a otro mundo. O no era aquello, pero tampoco importaba. Daniel dio un frenazo y yo creí que íbamos a matarnos en el momento del clímax, bendita forma de morir, después de todo. Enseguida noté que se había corrido, y estuvimos un momento abrazados mientras buscábamos recobrarnos. La verdad es que yo sentía una ternura muy grande, un deseo de acunarlo como si fuese un chico, pero él acababa de graduarse de hombre y me miraba con una expresión que no le conocía. Estaba segura de que había tenido otras, pero esas eran noviecitas de internado, nada como esto. Sentí cierto orgullo por iniciarlo. Lo cierto es que no sé ni cómo llegamos al apartamento del Seba; Dani, vivía con su madre, pero tenía la llave de la guarida de su hermano y permiso para quedarse cuando quisiera. Esa noche lo hicimos en la carretera y también en el ascensor, mientras subía y bajaba,  volvía a subir y a bajar en medio de la madrugada. Luego, al llegar a la casa, en el sofá. Me montó como una perra en sacudidas rápidas y entrecortadas, hasta quedarnos dormidos, exhaustos, como viejos amantes, uno junto al otro.

No supe cuando llegó Sebastián. Por suerte venía solo, porque Pedro quizá se hubiese puesto celoso o habría montado una escena, aunque sabía de sobra que no podía reclamarme nada.

Solo me desperté cuando Seba, junto a mí, comenzó a acariciarme, más como un antiguo amigo que como hombre, pasando una y otra vez la mano por mi pelo mientras susurraba mi nombre.

—Romina…

Y aquello, no sé porqué me provocó unas ganas terribles de llorar.

—Ay, Seba, ¿por qué? Creo que siempre voy a estar buscando algo que no podré encontrar…

—Romi, Romi…

—El otro día los escuché hablar del yab yum y desde entonces… — hipé sin querer y eso me obligó a dejar otra frase inconclusa.

Él me extendió un cigarrito que chupé con ansias de calmarme.

Groupie, tontilla.

—Había un hombre, ustedes lo mencionaron, que sabía practicarlo, o algo… Tienes que llevarme con él, Sebastián —le rogué.

—¿Llevarte con él?, no se puede, Romi…

—Pero, ¿por qué?

Hablábamos muy bajo para no despertar a Daniel.

Bebí un trago que él me ofreció, una de esas bebidas raras suyas que prepara con raíces y hierbas y tienen un gusto pésimo.

—Está muerto, Romina. Listo, su nombre era Kerouac y era escritor y vagabundo, uno de esos que buscan la verdad o un sentido.

Me costó entenderlo, más me costó recuperarme, pues de pronto veía desvanecerse todas mis ilusiones de la última semana, de mi vida entera. Pero todavía quise insistir.

—¿Y el yab yum, entonces?

Seba rió y me miró. En un instante se denudó frente a mí, no se veía excitado aún, pero su cuerpo siempre me provoca deseo. Se sentó con las piernas cruzadas y los tobillos encima de los muslos sobre un almohadón. Me dijo que aquello era la posición del loto, que se usaba en el yoga de la India y que también para meditar entre budistas. A veces era una práctica grupal y sagrada donde se recitaba el om mani padme hum, que significaalgo así como gloria al buda, a la preciosa joya sobre el lecho de loto. Me pidió que me sentara encima, pero sin moverme ni hacer nada. Yo le obedecí… Él era el lecho de flores y yo la joya… No voy a mentir, al principio no sentí nada. Luego pasaron varios segundos, o minutos y comencé a sentir como una electricidad, en todo el cuerpo, aquello era como un calambre o un espasmo que me impedía controlar mis músculos. Entonces me dio miedo tener la cara tiesa o verme fea. Pero Seba no me hablaba y tenía los ojos cerrados. Yo entonces lo supe… Esto, tan raro, era el yab yum. Cerré los ojos también. Fue entonces que vi una luz y empezaron a llegarme pensamientos que al instante reconocí como recuerdos de una vida pasada. Sí, debían ser recuerdos de una vida pasada o yo me encontraba muy fumada. Aquello era el yab yum, una puerta abierta… Ahí, frente a mí, viéndome tocar el cielo, loca de placer, estaba ese hombre, sí, el tal Kerouac.

Barbarella D´Acevedo

Barbarella D´Acevedo

Escritora. Profesora y redactora jefa de la Revista Cúpulas en el ISA, Cuba. Teatróloga y
graduada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Obtuvo los Premios La
Gaveta (2020), y Bustos Domecq (2020), la Beca de creación Caballo de Coral (2018), entre
otros. Publicó Alta definición, una antología de cuentos cubanos inspirados en los medios de
comunicación audiovisual con Editorial Primigenios (2020) disponible en Amazon. Textos suyos
han sido publicados en Cuba, México, Colombia, Guatemala, Bolivia, Argentina, Estados
Unidos, Canadá, y España.

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