Enjaulada
Diseño de imagen: Alex Scott
Sí, ya todos nos cansamos de las reuniones por zoom, los eventos por Facebook live y ya nadie quiere escuchar el nombre del bicho ese porque… porque su sólo nombre puede traer recuerdos horribles, por ello quisimos hacer este dossier, llevamos más de 12 meses encerrados (y estamos por llegar a los 13), ¿cómo nos ha tratado el confinamiento?
Este dossier busca que cada texto explore en la intimidad más profunda y dolorosa de cada unx de quienes aceptaron realizar su propia crónica de su visión del mundo pandémico.
Nath Morita abre el especial con un texto sobre los cambios y la soledad que se encuentra en ellos.
Eran las dos de la mañana. Tenía puesta una pijama rosada con dibujos que parecían confeti, eso le daba la apariencia de una niña de 14 (y si se consideraba su estatura de 1.63). Sus rizos despeinados con frizz y sus rasgos delicados le daban una apariencia tierna a pesar de que, quien realmente la conoce sabe que tiene un carácter difícil.
Rebeca Lane rebotaba en sus audífonos del OXXO mientras leía en su laptop sobre una de las mafias más grandes y ricas del mundo: la pornografía. En un sólo día había leído sobre otro caso, entre miles, de feminicidio: una mujer hallada en una maleta hecha pedacitos. Redactó, además, una nota sobre otro periodista asesinado en Guerrero en manos del narcotráfico y una explosión volcánica en Europa, entre otros temas caóticos.
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Ella soy yo. Natalia, 20 años, estudiante de periodismo. Sí, parece suicidio estudiar periodismo en México, pero mi pasión por escribir y por experimentar me llevó a entrar en a un Instituto especializado en la materia donde únicamente tengo cinco compañeros locos que, al igual que yo, tomaron esta aventurada decisión, a sabiendas de que están en el tercer país donde matan a más periodistas en el mundo.
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Una semana antes de que la pandemia por el coronavirus le cambiara la vida a ella, como a la humanidad entera, se mudó a la casa de su abuela. Esa señora de temperamento que intimida a cualquiera pero que fue la única que logró entender sus necesidades.
Su vida era muy distinta unos meses atrás, la carrera universitaria la mantenía la mayor parte del tiempo afuera en eventos, en cursos, preguntando cosas a las personas de la calle. Llegaba exhausta a casa a escribir y ser reprendida por sus padres por no hacer los deberes del hogar o por querer ir a cubrir una manifestación.
Y ahora, un año después de haber hecho su vida al lado de su abuela, encerrada y saliendo contadas veces, es otra persona. Se cortó su larga melena que llegaba a la cintura, ya no se aguantaba ni a ella misma, altibajos emocionales que la llevaron a numerosas crisis de ansiedad, de nervios, de tristeza, de melancolía. Adaptarse. La comunicación con sus amigos y con su pareja ya no era igual. Aceptar que la realidad ha cambiado es una idea que todavía rechaza.
Perdió muchas cosas. El coronavirus se llevó a su abuelo. También le arrebató a sus viejos miedos junto con la otra Natalia. Ahora ella se arregla más, no sale, pero le agrada imaginar que su rostro y su cuerpo, con curvas, texturas y anomalías, es un lienzo que ella toca y cubre a su manera. El labial rojo es su sello personal, algunas veces los tacones. Decorarse con prendas, colores y adornos es ahora su momento favorito del día.
El departamento que le dio su abuela es su mundo, los últimos meses ha tenido que estar aislada de las únicas personas con las que mantenía contacto, de su propia abuela, sus padres y una tía. No sale, no porque no quiera, no la dejan. ¿Razones? La violencia a la que se arriesga al salir sola y por la cual sus familiares temen que sea marcada, sin mencionar que todos sus seres queridos se contagiaron del virus, menos ella.
Locura. Cada día es igual al anterior, con algunas variaciones como las prenda con las que cubre su cuerpo y el color en sus párpados, así como lo que escribe. Grita, llora, se desespera. Otra vez se siente en una jaula, pero sigue esperanzada en que pronto va pasará todo.
Viajes. Ha conocido lugares verdes, alejados del smog de la metrópolis. Ahí las únicas amenazas son las picaduras de los mosquitos y tropezarse con alguna raíz de árbol. Sentir aire fresco, oler a tierra mojada, ver las tonalidades de verdes y tomarles fotos a las flores han sido de las pocas experiencias gratas que ha tenido en este año de pandemia. Los lugares salvajes y rústicos siempre le hacen sonreír. Ixixtlán y Bacalar son lugares que tatuaron su alma, paraísos a los cuales piensa volver.
Metas. Le falta un año para terminar la carrera. A veces quiere hacer miles de cosas, otros días no quiere hacer absolutamente nada. Extraña demasiado a sus amigos, a quienes no ha visto en un año, y a su novio, con quien lleva cinco meses sin poder reunirse. Hace planes, pero nunca resultan como espera, pareciera que el destino quiere que se mantenga aislada. Quisiera tener un trabajo, pero su carrera exige tiempo completo, las tareas y su obsesión por investigar sobre los temas que le gusta la absorben por horas.
Pasatiempos. Sus amigas la apodaban la “seño” y vaya que lo es. Tener su casa limpia es una de las cosas que más ama, esa paz mental de ver todo en orden es una satisfacción indescriptible. Observar esa enredadera que decora media pared y ver cómo la luz del domo que está justo arriba de la maceta aviva el verde de las hojas es una de las cosas que más le gusta contemplar. De vez en cuando canta, baila, lee, aunque no tan seguido como antes… su estado anímico a veces le impide disfrutar las cosas.
Soledad. Vivir sola es uno de los placeres que recién descubrió con el confinamiento. El placer de andar en paños menores por la casa, dejar los trates sucios sin que nadie reclame, escuchar música sin que nadie se queje. Sin ruidos molestos, sin usar brasier o pantalones es una pequeña parte de la privacidad que todavía conserva. Sin embargo, aislarse de las personas que ama es algo a lo que nunca piensa acostumbrarse.
Risas. Sólo ríe cuando mira pantallas. La televisión cuando mira su novela turca, su computadora si quiere ver algo en Netflix, su celular si se mete a ver memes, TikToks o hacer videollamadas. Ver a sus amigos, aunque sea al otro lado de la pantalla, es una de las cosas que más le suben el ánimo.
Tiempo. A pesar de sufrir tantos cambios en un año, de llorar tanto, el tiempo parece que corre. No sabe en qué dirección, todo le parece tan incierto, y cada vez más hacer planes parece una idea obsoleta. Apenas empezó el 2021, apenas van tres recorridos y ya desea que acabe. Quiere sentir ese papel que diga que ya está graduada, salir, volver a experimentar, sí, con cubrebocas, con gel antibacterial en las manos, pero volver a vivir a su manera.
Periodismo. Ya no se vive en las calles, como a ella le hubiera gustado, ahora todo está en esa maraña de información llamada Internet. Base de datos, solicitudes de información, redes sociales, monitoreo de medios, diseño, videos. Hablar de noticias, de temas en boga, es un placer apenas descubierto, “Nath Noticias” fue un pequeño proyecto que le daba sentido a todas las notas que leía, amaba subir un vídeo todos los jueves de temas noticiosos que consideraba importantes. El Internet está direccionando la información, la opinión pública se encuentra en redes sociales, las denuncias al gobierno también están ahí. El mundo virtual es un desastre sin reglas al que Natalia le saca provecho.
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A pesar de todo no tengo miedo. No tengo miedo a no cumplir con las expectativas de mi familia, o a enfermarme de coronavirus, o a sufrir de algún tipo de violencia al salir a la calle, tampoco me da miedo decir lo que pienso o lo que quiero. ¿Voy a perder el tiempo sintiendo miedo cuando todo es tan incierto? No. Para mi desgracia, aún no trabajo y mi licenciatura exige mucho tiempo, considero que debo enfocarme en mi último año de universidad, esto me limita a poder salir con más libertad. Mi consciencia gana sobre mis instintos. Mi rebeldía, espera, como león enjaulado, rugiendo y vibrando conforme pasan los días. Yo sólo trato de apaciguarla con palabras dulces, porque aún no es el momento de salir. El amor es lo único que me queda, el amor a distancia que recibo de mis amigos, de mi novio, el amor que a veces recibo de mi tía o de mi abuela, y el amor propio; son los mejores analgésicos para calmar mi corazón. Estoy enjaulada, pero sigo gritando, grito con mis palabras que exigen justicia, que inspiran, con mis ojos curiosos que encuentran nuevas formas en las nubes y nuevos temas para investigar que beneficien a la sociedad. Grito, lloro, amo y escribo hasta que pueda volver a vibrar y el león interno se libere.

Nath Morita
Estudiante de Periodismo, freelance de Los Excluidos, amante de los gatos, el café y tomar fotos.
Redes sociales: https://linktr.ee/NathMoritaC
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