“Se movieron los pies”: entrevista a Gerardo García León

Ekaterina Garza y Ángel Gabriel Gómez entrevistaron a Gerardo García León, director del corto documental Sentimiento Sonidero.

Durante cincuenta minutos tuvimos la oportunidad de sentir la emoción y la pasión de Gerardo García León Aguilar, gran persona y entrañable amigo, quien estrenó Sentimiento sonidero en el MIC Hueyo. Hablamos del documental, de su proceso, y casi invocamos, a través de la acción, lo que concluimos que podría ser esencia del cine: compartir.

Ekaterina Garza (EG). ¿Qué de Sentimiento sonidero?, qué ha sido lo difícil, lo fácil, en aspectos generales, ¿para ti qué fue y es Sentimiento sonidero?

Gerardo García (GG).  Ay, son muchas cosas. Nunca fue mi intención decir qué es un sonidero o qué hacen los sonideros, sino hablar acerca de un cierto sentir que yo percibía de cómo era esa comunidad. Que, si bien se tienen muchos prejuicios sociales sobre la comunidad sonidera y sobre esa cultura, yo quería demostrar lo contrario, y en esta búsqueda encontré muchas cosas de la vida y del amor que me enseñaron estas personas. Al final se quedó muy de lado la idea inicial que tenía, no solo en lo cultural si no en lo político. Quise compartir las emociones que encontré.

También era difícil porque me preocupaba mucho la apropiación cultural. Yo no soy sonidero, lo disfruto y me gusta mucho, pero yo era consciente de que yo no pertenecía ahí. Eso no significaba que yo no pudiera dialogar con ello, ¿no? Y a mí me daba mucho miedo terminar haciendo una película como Ya no estoy aquí, que creo que acaba siendo una apropiación cultural que deja de lado a la banda y habla solamente de su discurso; yo quería todo lo contrario. Quería que el documental fuera de los personajes porque ellos eran quienes me decían y mostraban cosas. Eso hizo que el crew y yo estuviéramos muy al pendiente de la realidad.

Para mí fue un parteaguas muy importante en cómo concibo el cine, y me gustaría, a partir de esta experiencia, empezar a trabajar así: escuchar y dejar de dar indicaciones. ¿Tú qué tienes que decirme?, y a raíz de lo que me estás diciendo qué puedo entender y ver a mi alrededor. Eso también fue un proceso muy bonito, y en teoría creo que eso engloba, Sentimiento sonidero.

Ángel Gabriel Gómez (AGG). ¿Cómo fue tu primer acercamiento a la cultura sonidera y cómo fue este proceso de ir conociendo a las personas que aparecen en el docu?

GG. Yo quería hacer un documental que hablara de la contracultura en México, que no nace de la nada, hay un contexto que las respalda. No sólo cultural, principalmente político. Pero no encontraba movimientos así en Puebla. Quería hablar de cholos, pizzeros, banda gótica, etcétera. Me escribió la maestra Tanit, me mandó una noticia de que iba a haber una marcha sonidera en el 2018 porque estaban hartos de que les cerraran los bailes, les aventaran las patrullas y todo, cuando ellos solo querían ser. Decidí ir a la marcha. La neta fui con miedo porque creía que me iba a ver como un alien, como un out sider, una persona externa con una cámara y pensé que me iban a abrir y a decir “¿qué haces acá?”

Y fui, le dije a dos compañeros para ver si me podían ayudar a levantar imagen, y también para que no anduviera ahí solo. Porque no sabía a qué me iba enfrentar, cómo era la banda, ni nada. Llegué con un telefoto, con mi cámara y un lente larguísimo para estar bien lejos. Pasó una señora con su playera sonidera y me preguntó “¿estás grabando?”, le dije que sí. Me dijo “¿me puedes entrevistar?, porque yo quiero decir algo”. Entonces la entrevisté, con lo poco que yo sabía de la cultura sonidera, con lo que sabemos en nuestro imaginario social de los sonideros. Justo me dijo que compartía esto de que “no nos dejan ser, ya estoy harta, yo nomás quiero bailar”. Llegó otro señor y me dijo, “¿me puedes entrevistar a mí también?”  Y así nomás. Posaban, después se acercaban, poco a poco me fui acercando, ya el telefoto me era inservible porque los tenía bien cerca, y me dejaban pasar y decían “que venga el de la cámara”.

Fue muy grato, pero también muy bonito porque fue una marcha. Se juntaron los sonideros en el Gallo, y fueron a marchar con cumbia. Marcharon con sus bocinas y llegaron al Palacio, conectaron sus bafles en los postes y empezaron a bailar. Le dijeron a Claudia Rivera, que era la que estaba ahí entonces, “si no sabe bailar, baje y le enseñamos, no pasa nada”. Y hablaron, su manera de manifestarse era haciendo un baile sonidero abajo del Palacio Municipal, y para mí eso era ya una imagen hermosa. Lloré mucho, me llené de mucha emoción y dije ya, de aquí.

Había un señor que traía lentes y gafas oscuras, se veía muy intimidante: siempre la gente estaba detrás de él; como que era un jefe, no sé. Cuando ya estaban en el baile, ya había entrado en confianza con la banda, estaba muy conmovido. Me acerqué a él y le dije que quería hacer un proyecto documental de esto. Él se volteó, abrió su cartera, me dio su tarjeta y me dijo: “mañana háblame y armamos algo chido, wey”. Yo ahí exploté, al día siguiente le hablé. Él es la Gárgola sonidera, en ese entonces era el presidente de Sonidos, Danza y Cultura Puebla. Era una Asociación civil, chiquita, pero que topaba a toda la banda sonidera. Él me preguntaba “¿cuál quieres?, te la pongo”.

Tuve que esbozar personajes con lo poco que había visto, quería un sonidero joven que aspiraba a ser sonidero, él me dijo: “ah sí, topo acá al Guillo, que es hijo del Sonido fanático el Poblano”. Lo entrevisté, me llevé con el Guillo y quedó como personaje. Luego, en la marcha sonidera había unos carnales que estaban sin playera, tatuados, con la cara pintada de calavera, jugaban con fuego a lo largo de la marcha, y sí se veían así de que no mames, sí es banda pesada. Le dije al Gárgola eso y me dijo: “no, wey, ese wey vende paletas en Analco. Sí se ve malandrón, pero no, es bien chido”. Así tuve la oportunidad de conocer al Huesos. A él le pregunté: ¿qué es lo más loco que has visto en los sonideros? “no, pues hay una señora que ya es muy grande y sigue bailando, y se llama doña Rosy”. Doña Rosy era un personaje que, aunque nunca la había visto, ya la tenía esbozada en mi guion de documental. Yo no tenía contacto con ella, no era ni del círculo de la banda con la que yo estaba. Conseguí su número, le llamé y resulta que tiene un nieto que también estudia artes, y vive muy cerca, cuando nos conocimos fue muy mágico. Me convencí con esos tres personajes. Igual existe este otro personaje que es el Sonido lunático, que sale al principio; él también me abrió muchas puertas, a entender cómo funciona el mundo sonidero, me llevaba a los bailes y así.

EG. En el documental hay mucha discusión al respecto de la forma de entrometerse, de cómo retratar sin influir. Cómo fue la escritura del guion. En la ficción es muy loco, hay cosas muy personales también, concibiendo estos tres momentos en los que se escribe la peli: el guion, el rodaje y la parte del montaje. Sé que cada proyecto es muy diferente, las circunstancias son muy distintas y acaban por verse en la pantalla. Mi pregunta va en función de, en este proyecto, cómo fueron estos tres momentos de escritura.

GG. El guion documental es algo que aún no te puedo decir qué es. Creo que es una guía. No es lo que va a pasar a cuadro, para nada… nunca. Yo tenía que abrir y terminar, y tenía tres personajes. Lo que hice en la escritura del guion fue preguntarme cómo abro, cómo le muestro a la gente qué es un sonidero sin decir que es un sonidero. Entonces pensé en grabar un baile para el inicio, y uno para el final. Y cuál era mi punto de vista, que en ese entonces el que más movía era respecto a los prejuicios. Pensé que el baile debería tener primero una cámara mucho más prejuiciosa, lejana, y para el final, grabar un baile muy hermoso, más íntimo. Y lo que nos va a llevar de lo primero a lo segundo es conocer a la gente. Ese fue mi guion. De hecho, el docu está grabado al revés: lo primero que grabamos [José] Yulian [director de fotografía] y yo fue el baile del final. Para esto mi proceso de realización fue bonito, creo, porque yo nomás hablé y le dije a Yulian lo enamorado que estoy del sonidero, por qué me gusta y que me encanta. Llego a un baile y le digo “bueno, ya sabes, ahora encuéntralo tú. Busca lo que te intenté decir.” Ese día fuimos todo el crew, creo que fue el único día en donde estuvimos todos, y sacamos imágenes muy muy hermosas.

En el desarrollo de los personajes, algo que me gusta mucho contar es que, neta el mundo es muy bonito en el documental, porque te das cuenta de que casi todo está conectado y estructurado. La primera persona a la que grabé fue al Guillo, o sea el penúltimo bloque, yo estaba muy nervioso. Llegamos y había unas luces hermosas que también son muy importantes para la imagen del docu. Después fuimos a su casa, era amarilla. El amarillo de las paredes rompía mucho con la propuesta que habíamos encontrado Yulian y yo con las luces. Pero dijimos: “bueno, pero aquí está pasando lo que tiene que pasar”. Después grabamos la casa del Hueso, donde las paredes eran rojas. Dije: “qué cagado, ya nomás falta que doña Rosy tenga paredes azules”. Y efectivamente, tenía paredes azules. Entonces estaban los tres colores. Y pensé que es como un amanecer. Los colores también nos estaban contando.

Sus edades son variadas, pensé en cómo conectarlos. Doña Rosy es de la tercera edad, el Hueso tiene alrededor de 40 años, y el Guillo es un morro. Me di cuenta de que para doña Rosy, su personaje era la vida, las ganas de vivir; ella habla de la muerte en algún momento. Y el Hueso es una muerte, entonces decidí pasar con la muerte para entrar con el Hueso, y hablar de las calaveras y la violencia. Pero cuando llegué con él, me transmitió mucho lo que hay detrás de su maquillaje, en esa imagen hay un ser muy suave, muy bonito. Entonces había una idea de la paternidad. Luego el Guillo termina siendo el hijo del sonidero. Ahí conecta con eso. El guion es eso, inicia con un baile y termina con un baile muy hermoso; lo que nos va a llevar a que sea un trabajo muy bello es la gente que los compone.

El rodaje fue encontrar estas cosas, y estar muy al pendiente de ellas. En la post-producción fue muy difícil porque había muchas cosas que me hubiera encantado cerrar o grabar. Muchas, ya que grabamos todo, había como un hueco que podíamos como parchar con más escenas, pero hubo un paro estudiantil y una pandemia que impidieron que se siguiera grabando. Eso también hizo que tuviera que tomar una decisión sobre la estructura y sobre de qué iba. Si nos poníamos quisquillosos, nunca lo íbamos a acabar, porque la cultura sigue viva, y la gente sigue bailando. Entonces me aferré mucho a lo que ya teníamos del rodaje y del guion para tratar de hacerlo lo más redondo posible.

EG. Quería preguntarte sobre tu perspectiva acerca de la forma de abordar el documental, con la ficción y la no ficción, y los grados de realidad que hay, digamos en el audiovisual. Al inicio hablabas de la otredad. Pienso que también el docu acaba siendo un ensayo, siento que decir que es antropológico no está tan chido, pero que parte de esa misma raíz de la otredad. En mi cabeza resonó mucho porque hablabas justo de cómo tú debías meterte a un lugar en el que ya te sentías ajeno o como un extraño. El simple hecho de meterte ahí, luego hacerlo con una cámara, lo vuelve más complicado, y todavía tratar de darle una mirada objetiva; si nada más la cámara ya predispone un chingo a un chingo de cosas. Dijiste palabras muy importantes, “yo lo vi y parecía intimidante, parecía un jefe”. Ese tipo de asociaciones e interpretaciones, me llaman la atención; pienso en cómo a ti como realizador no te excenta de ciertas situaciones. El docu aborda esa otredad, el prejuicio, el verlos como algo aparte. Tú como realizador vives algo “similar”. Mencionabas que te sucedió lo de las apariencias también. Entonces, juntando estas cosas, qué piensas de la discusión de la ficción vs no ficción, contra la ficción vs documental, además del tema de la otredad.

GG. Estoy muy metido en esto de la ficción y no ficción, pero creo que Sentimiento sonidero no es el caso. Hubo un ejercicio muy claro para mí, que fue la etnografía. Además del cine de Agnès Varda. Gracias a ella puedo ver la vida de una forma muy bonita, porque lo primero que me puse a pensar antes de todo, antes de saber que era específicamente sobre sonideros (bueno, sabía que iba a hablar de sonideros por lo que había pasado en la marcha) era que yo no era sonidero, y a lo mejor no era mi papel hablar de ellos. Sin embargo, en el ejercicio de autoetnografía, agarras el tema que vas a abordar y cómo, independientemente si eres parte de él o no, tú te ves reflejado ahí. Y lo que yo encontré, fue hablar de la relación con mi mamá; que no está para nada en el documental, pero es su motor principal. Mi mamá siempre intentó enseñarme que yo fuera una persona “bien”, entrecomillado, muy entrecomillado. O sea, lo bueno, las cosas que te hacen bien, sanas; y las cosas que no están ahí son satanizadas. Recuerdo que haciendo mi autoetnografía me pregunté mucho “¿quién me enseñó la palabra ‘naco’?”, ¿por qué existe esa palabra en mi imaginario? Mi respuesta era por mi mamá. Entonces yo le cuestionaba mucho el por qué de algunas cosas. Creo que ella terminó siendo una representación de la sociedad hegemónica, y yo intentaba convencerla de que no todo es blanco o negro. Esa fue mi forma de entrar al mundo de los sonideros sin ser sonidero, y poder hablar de ellos. Lo que realmente me movía era eso, y lo hace mucho Varda. Por ejemplo, con Los espigadores y la espigadora, ella ve a la banda que está recogiendo cosas de la basura; ella nunca lo ha hecho, pero se pregunta a sí misma “cómo yo entro ahí, y cómo esto me mueve y por qué”, eso era importante para mí, ¿por qué me mueve?, yo no soy sonidero, ¿por qué me mueve hablar de la cultura sonidera? Y llegué a esto, porque hay que quitarnos esta mirada hegemónica.

Creo que así pude llegar a la otredad y hablar del otro no desde una mirada prejuiciosa, sino de una manera más emocional. Esto es lo que realmente me hizo conectar con los sonideros: mis emociones, y al final creo que en el documental, insisto, no voy a decir qué es un sonidero, y cómo funciona un bafle o cuáles son los sonidos más sonados. Yo vengo a hablarte de emociones y de las cosas que yo sentí, y eso hace que no tenga miedo al mostrar el documental, porque sé que son reales, sé que las compartí; no solamente fue de mí, es lo que compartí con mis personajes: lo que sentimos, de lo bonito que es la vida, casi casi.

AGG. Y, por ejemplo, hablando post-documental, cómo fue verlo una vez terminado, qué sentiste o qué significó para ti. Y tus personajes, qué emociones o sentimientos tuvieron cuando se vieron en el docu.

GG. Fue muy mágico. He visto el documental como doscientas veces, ya me lo sé, Yulian y yo nos sabemos los diálogos, dónde está el corte, ya nos cansaba, jaja. Y ayer que fue la primera exhibición del documental a personas totalmente ajenas al mundo del cine…

EG. Perdón que te interrumpa, ¿antes no había habido ningún screening?

GG. Sí, no. Lo compartí con gente muy cercana a mí, como de “wey, qué opinas”, pero no, screening, nunca. Ayer fue el primero y la neta fue… nunca en mi vida había tenido una experiencia así. Fuimos, y, agradezco muchísimo… no hubo un mejor lugar para proyectarse, fue en el quiosco de Atempan. En la programación había cortos infantiles, y luego iban los documentales. Yo tenía la idea de que el Mic Hueyo es una muestra de cine que intenta traer contenidos a distintas comunidades de Tlaxcala porque hay muy pocos cines y lo que llega a esos cines es tipo Avengers, que no es que esté mal, es válido, pero que son películas comerciales, ya muy procesadas, de blockbusters

EG. Y las únicas.

GG. No hay otro espacio, y aquí la intención de la muestra de cine era atraer otro tipo de contenido, a la banda, que se vea cine y otro tipo de cine. Y que el documental llegara ahí, porque bueno, al principio Mic Hueyo sólo era ficción porque el documental no es algo que atraiga, no es llamativo para la banda. En la proyección había como diez personas. Pero que hubiera diez personas en una sala, interesados por ver el documental en una comunidad de Tlaxcala… fue un pasototote. De los diez, cuatro eran niños porque iban a ver los cortos infantiles. Llegamos al quiosco, al lado hay una iglesia, del pueblo yo creo; pasan los de niños, todos ellos muy felices y cotorreando. Pasan los primeros dos documentales, Bueno Bonito y Barato Hecho con las manos, o Matlachiuke, que es de Edson. Después iba Sentimiento sonidero. Y nunca, había tenido esta experiencia, porque por más que yo ya he visto el documental como cien veces, ayer sentí como si hubiera sido la primera vez que lo vi. Sentí que nunca lo había visto. Y lo más bonito para mí fue ver que la banda también lo vio y lo sintió. El docu es largo, dura como veinticinco minutos, y los niños son inquietos, además de que la gente no está acostumbrada a ver documental; pero cuando empezó el baile, cuando empezó la primera cumbia, la gente se quedó como de “¿qué?”. Se sentó, los niños se sentaron, y estaban viendo; cuando el Hueso decía “no, es que esos hijos de su madre”, los niños se comadreaban.

Cuando pasaban los bloques de música, yo veía los pies de la gente moverse. Cuando algún personaje decía como “no, es que dicen que nosotros somos esto y no”, la gente decía “sí, wey”, asintiendo con la cabeza. O “no, es que mi pareja esto, pero ahora sí voy a bailar”, la gente de “sí, a huevo”. Veía que, de estas diez personas, todas estaban como de “sí”.

Por primera vez en mi vida, pensé, “hice cine”. No puedo decir que es un buen docu o no, pero hice cine. La gente se sentó, lo vio; describí que alado del quiosco había una iglesia, porque justo a la mitad del docu empezó el Padre nuestro en campana, pero no sólo unos cinco o diez segundos, todo, los tres minutos en campanas a toda madre al lado del quiosco, y dije, no pues ya valió ¡y la gente se acercaba al proyector para ver qué decían los personajes, porque estaba bien metidos de qué estaba pasando! Porque les importaba qué sucedía. Eso fue algo muy… no tengo palabras.

También, por ejemplo, como ya nos sabemos el documental, hubo dos errores técnicos en la proyección, pero a la gente no le importan esas cosas, me di cuenta de que el cine no es eso. La gente no va a ver dónde está el corte o si la corrección de color está preciosa, o si el encuadre es todo chido. Neta la gente estaba tan metida en el documental, que esos dos detalles no les importaron. Porque estamos muy acostumbrados también a que en las escuelas de cine… sí, se han proyectado ejercicios míos antes, pero los ven tus compañeros y los profes, y pues sí, lo ven y dicen, “está chido, el montaje aquí está loco” y así, pero el cine no es de eso.

A la salida, me habló un señor y me dijo “mira, yo no soy sonidero, yo escucho banda, pero entendí el documental. Lo que dijiste… yo no soy sonidero, pero yo creo en eso”. Salió otro señor, y nos dijo “no, no, antes de que se vayan, llévense un pan” y nos compró un pan de fiesta. Pensé “el Oscar qué, la Palma de oro qué.” Este es el premio más grande, que la banda… no sé, el cine es de compartir. Desde mi perspectiva el cine se trata de eso, y que haya podido compartir algo y la gente lo haya escuchado; a lo mejor hoy ya se les olvidó el docu, pero en ese momento yo vi que movieron los pies, que se comadreaban de lo que había pasado.

GG. Fue precioso. Para mis personajes fue similar. Yo ya les había enseñado el documental, pero como que estar sentados frente a una pantalla, en una sala oscura con gente, como que para ellos ya lo vuelve más cine, jaja.

Y estaban muy felices, muy nerviosos; el Hueso, en cuanto se vio, se dejó de mover

Doña Rosy se volteaba a verme como de “¿en serio pusiste eso?”, jaja, cosas por el estilo, pero al final me dijeron que les gustó mucho y que ellos creían que a la gente le gustó, y ya con eso. Para mí eso es todo. También nos acompañó el hijo de Hueso, el Chuchito, que sale en el documental como un bebé y ahora es un niño de casi dos años. Él también es muy inquieto, pero cuando escuchó que había cumbia, como está acostumbrado a escucharlas, se puso a bailar tranquilito. Cuando vio a su papá como que se quedó inmóvil. Eso me hizo pensar mucho en cómo el cine es muy poderoso.

AGG. Cuando lo vi, me dejó esa sensación de querer bailar o moverme, y hacer un paso sonidero, aunque no sepa cómo. Viví una sensación así y me dejó con el sabor de boca de querer mover los pies…

GG. Fue una experiencia colectiva porque el sonidero es una experiencia colectiva. Y tú lo dijiste, “me dieron muchas ganas de bailar, no sé pasos sonideros, pero quería hacerlos”, creo que de eso se trata. A mí me gusta mucho, pero yo tengo dos pies izquierdos

GG. Pero eso no significa que yo no tenga estas ganas de bailar, esta sensación, este sentimiento sonidero, de querer vivir. Dudo mucho que ellos piensen “no, este paso va así y así”, no, wey, es una sensación, una alegría, y poder transmitirla a banda es también muy importante para mí, transmitir esto que a mí me generó. 

AGG. ¿Podrías platicarnos si tienes pensadas otras cosas a realizar en el futuro?

GG. Creo que a partir de este documental aprendí mucho sobre cine, insisto, de hablar de emociones. Me di cuenta de que soy una persona muy emocional, muy de sentimientos, y el documental no por azar terminó hablando de sentimientos y emociones, es el tipo de cosas a las que quiero aspirar. Me interesa abordar ficción mezclada con documental. Pero creo que antes de eso debo tener una ficción al menos completita, sin ser tan experimental por así decirlo, ojalá pronto. Tengo ahí un guioncito, y a ver qué pasa.

Ekaterina Garza

Ekaterina Garza

Oaxaca de Juárez, 1997. A punto de terminar la carrera en Cinematografía por la BUAP tengo más dudas que nunca. Me dedico a la producción, el guión y diseño de producción en cine y otros audiovisuales como videoclips o comerciales. He realizado cortometrajes experimentales y me interesa esa rama, no sólo del cine; lo que cuestiona y rompe los supuestos.

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