Paulina Zamora. Foto: Salvador Banda

Una mirada al trabajo de Paulina Zamora y un diálogo sobre Un retrato propio en el MACQ

#ConOjosDe Videotape // Lucía Di-Bella examina el trabajo de Paulina Zamora, el cual transita desde el diálogo interno hacia la reapropiación de obras y espacios.

Cuando Paulina me aterriza en la mente, pienso en todo lo que compartimos que me significa: el encanto por Francesca Goodman, las fotos de Lucia Berlin en Oaxaca, los libros de Verónica Gerber Bicecci y las fotografías de Graciela Iturbide. Pienso en la portada de Thank your Lucky Stars del vinilo de Beach House y en un par de posters de Stromboli que ambas conservamos en nuestras guaridas, con una foto de Karin (Ingrid Bergman) tramando huir, igual que ella y yo. 

Paulina Zamora, nació al noreste de México, en Ciudad Mante, Tamaulipas, y vive, por lo pronto, en la ciudad de Querétaro. Es escritora, fotógrafa análoga, retratista en 35 mm e historiadora íntima. Los afectos, el cuerpo, lo presente, el futuro, los recuerdos, la estética del siglo XX, la realidad íntima y como ella escribe “clasificar objetos y emociones” son temas que intrigan a Paulina que se vuelven elementos identitarios de su obra y nodos en el desarrollo de sus narrativas visuales y escritas. 

En 2018 fue ganadora del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) con el proyecto titulado “Cuando me muera quiero que me entierren en el siglo XX”, del cual se originó el video-registro titulado Proceso de autoficción proyectado en el Museo de la Ciudad de Querétaro en 2020. Su trabajo ha llamado la atención del Centro de la Imagen en la Ciudad de México, llevándola a ser parte de sus talleres y exposiciones. El pasado 15 de julio inauguró dos exposiciones colectivas, una en Ciudad de México y otra titulada Todas Somos Todas en el Museo de Arte Contemporáneo de Querétaro, de la que es parte “Un retrato propio”. 

Un retrato propio

Está bien claro que ni en el siglo diecinueve se alentaba a las mujeres a ser artistas. Al contrario, se las desairaba, insultaba, sermoneaba y exhortaba. La necesidad de hacer frente a esto, de probar la falsedad de lo otro, debe de haber puesto su mente en tensión y mermado su vitalidad.

El primer planteamiento de Todas Somos Todas, es justo aquel que hacía Virginia Woolf hace casi cien años: “¿Tenéis alguna noción de cuántos libros se escriben al año sobre las mujeres? ¿Tenéis alguna noción de cuántos están escritos por hombres? ¿Os dais cuenta de que sois quizás el animal más discutido del universo?” Pero no sólo discutidas, además, fotografiadas, pintadas, dibujadas, esculpidas y expuestas desde lo ajeno patriarcal. Hasta hace muy poco, el porcentaje de mujeres que tenían la posibilidad de reflexionar sobre sí mismas y el mundo a través del arte para tener un sitio en una sala de museo, era mínima y limitada a cierta clase social, color de piel y origen, y esto no ha cambiado demasiado. Por ello Todas somos todas pretende dar lugar a que sean las propias mujeres artistas quienes se posicionen dentro de estos espacios hegemónicos con otras propuestas y discursos. [1]

En palabras de Zamora, Un retrato propio toma las dos sentencias que trazó Woolf: “el espacio y la independencia económica, que son puestas en fotografía e imagen. Luego haciendo un desplazamiento hacia los objetos que pertenecen a las retratadas se conforma un retrato colectivo.” 

Para ello, Paulina fotografió a seis mujeres mexicanas e independientes, cuerpas leídas como femeninas, dueñas libres de su propia habitación, dedicadas al arte y a la escritura en distintos formatos como la poesía, el performance, la filosofía y la antropología. Con todo, el propósito de Zamora es discutir sobre las limitaciones que aún hoy frenan la creación artística y de escritura de las mujeres independientes. “¿Cuáles son los prejuicios o supuestos actuales para determinar quiénes son las personas que pueden y quienes no pueden escribir?” y con ese cuestionamiento dialoga en la sala con su texto “Cosas que me dijeron o me hicieron creer que no podía ser escritora.”

Paulina nos hace preguntarnos, entonces, ¿qué detiene a una mujer con la ecuación aparentemente resuelta, a tomar lugar en las salas de museo, en la escritura o en la creación artística independiente? Si ya no es la imposibilidad económica, ¿qué es? Tal vez a la ecuación de Woolf le habría faltado el malestar del tiempo: los tiempos de trabajo, los tiempos de cuidado para otros y personales, los trámites, los peldaños de la ambición académica, el contrarreloj de la reproducción, los proyectos paralelos, las dobles jornadas de casa y trabajo que requiere el espacio propio, el hastío de validarnos perpetuamente ante el mundo o el clasismo y racismo que todavía permea en todos los espacios.  Por otra parte, la noción de hostilidad que planteaba Woolf parece ser asunto de su siglo, pero permanece y Paulina lo percibe claramente. Existe aún un mecanismo patriarcal concientizado y profundamente internalizado, por el cual nosotras mismas reproducimos los discursos y voces de la insuficiencia que nos niegan los espacios que nos pertenecen. Y nos preguntamos: ¿será el tiempo?, ¿será el pensar que no se cuenta con el capital cultural de redes y de bagaje necesarios?, ¿será el miedo a la crítica que es peor que la indiferencia?, o pensar que lo que una percibe y siente no merece trascender en letra, ¿será la enajenación por correr al mismo ritmo que ellos?, o la obsesión de ser un canon o nada, ¿será la decisión entre escribir o lavar los trastes?, ¿o será que entre tanto bullicio de preguntas nos han condicionado a no poder ni hallar nuestra propia voz? o peor, a temerle.

Paulina deja en el aire su cuestionamiento del que se desprenden miles más y lo acompaña con un texto/reflejo de las verdades que pasan por la mente de quienes dudamos si vale la pena atreverse a escribir todavía. De lo que nos han comentado, o tal vez no, pero que está tan naturalizado que parece que fue dicho. Sería interesante conocer la perspectiva de estas seis mujeres retratadas, pero por lo pronto en esta trinchera comparto la de Paulina y la mía, y a raíz de Un retrato propio, me planteo que, con todo, tal vez la pregunta que debería hacerme más a menudo cuando me detengo frente al cursor intermitente y el word en blanco es: Lucía,  ¿alcanzas a oír tu propia voz de entre el barullo? Creo que todavía no del todo.

La indiferencia del mundo, que Keats, Flaubert y otros han encontrado tan difícil de soportar, en el caso de la mujer no era indiferencia, sino hostilidad. El mundo no le decía a ella como les decía a ellos: ‘Escribe si quieres; a mí no me importa nada’. El mundo le decía con una risotada: ‘¿Escribir? ¿Para qué quieres tú escribir?’

Salvador Banda
Cosas que me dijeron o me hicieron creer que no podría ser escritora
porque no escribo de los grandes temas universales
porque en vez de ver hacia afuera miro hacia adentro
porque no fui a una universidad conocida
porque no estudié letras
ni bellas artes
porque no pasé por la academia
porque no leo suficiente
porque no he leído a los clásicos
ni a los rusos
ni el boom latinoamericano
ni de poesía
porque no soy interesante ni brillante
porque no he visto obras maestras del cine
porque hablo de mí y eso es irrelevante
porque no enfatizo sobre el contexto histórico
porque escribo de mis sentimientos
y de mis desayunos
y de mis amantes
y de las reflexiones mientras lavo los trastes
y de nimiedades
porque no tuve capital cultural
ni capital social
ni capital económico
porque no nací en una metrópoli
porque me gustan las cumbias
porque no sé de etiqueta
porque como con las manos
porque no saludo a las personas cuando llego a una reunión
por igualada
porque mi vocabulario es reducido
porque soy común y corriente
porque me emborracho y pierdo la cordura
porque no soy miembro de un club
o de una endogamia
o de un círculo intelectual
porque desconozco de filosofía y lo que dicen los filósofos
porque no escribo distinto a cualquier humana
porque soy mujer y de las mujeres que no son escritoras
porque soy repetitiva
porque lo que escribo ya se escribió antes
porque nadie cree que puedo producir conocimiento desde mí
porque mi cuerpo es bruto
porque no he viajado
porque no soy blanca ni bonita hegemónicamente
para ser aceptada sin requerimientos
sin credenciales y cartas de referencia,
porque no soy sofisticada
ni sé sostener una copa de vino
porque prefiero acostarme con lxs escritorxs en vez de aprenderles algo
porque no he tomado talleres de escritura
porque no siempre escribo con palabras
porque odio el sarcasmo
y el humor rebuscado
porque no le entiendo a los intelectuales
porque no tengo dinero
porque no temo a la muerte
porque me la paso triste
porque la tristeza es un cliché
porque no tengo experiencias estéticas
porque no me interesa lo bello
porque desconfío del arte universal
porque digo ‘en base a’ en lugar de ‘con base en’
porque no soy constante
ni persistente ni pertinente ni coyuntural
ni me tomo en serio
porque no he escrito más de 25 cuartillas corridas
porque no tengo epifanías ni revelaciones
porque no creo en la trascendencia
ni quiero dejar una huella en el mundo
porque no me importa y, a pesar de eso, escribo.
Salvador Banda

1] Y la intención es urgente, pero el debate ahora no es solo Las Mujeres en espacios hegemónicos, es ¿Qué mujeres? Pero este es asunto de otra reflexión.

También es parte de Todas Somos Todas:

 Diálogo con una habitación (clic) . 

 Conoce más sobre el trabajo de Paulina:

 IG: pavlinazamora

https://evaerendira.tumblr.com/

https://evaerendira.medium.com/

Lucía Di-Bella

Lucía Di-Bella

Soy antropóloga, mexicana, virgo ascendente virgo y señora de las plantas. Mis temas de investigación favoritos son la niñez femenina y la relación entre mujer y trabajo. Tengo una iniciativa de lectura y escritura para niñas llamado Proyecto Mandrágoras. Amo leer, viajar, caminar en el bosque, meterme en cascadas, prender palo santo y adoro a mi gatita Circe.

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