Tríptico de una tarde de marzo: Renata

Foto obtenida del portal institucional capital21.cdmx.gob.mx
Este texto forma parte de un proyecto de la autora llamado "Anticuentos de hadas para despertar Farfallas".

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Tríptico de una tarde de marzo: Renata

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DOSSIER

[AL TELÉFONO]

¿Qué onda, güey? Aquí apenas regresando de la marcha, ya estoy en casa. Todo bien, al final me fui sola. Gis tuvo una emergencia con su hija y a Jenny jamás la encontré, éramos tantas que nunca pude llegar al otro lado del monumento para alcanzar su contingente. No, todo tranqui, la neta es que el ambiente adentro se sentía bastante seguro y todas estábamos alerta. Antes de que comenzáramos a salir, rolaron plumones para que te anotaras nombre y número de contacto en el brazo por cualquier cosa que llegara a pasar. Igual estaba tranquila porque iba a poner el Facebook Live y La Mana me ofreció su casa por si algo pasaba, ya ves que está ahí cerca.

Fue alucinante, vieja… Bueno, para empezar, ya sabes, forever yo. Resulta que pido un Uber de mi casa al monumento y pues ya me ves con mis pelos morados y todo mi kit innegable de manifestante. Me tocó un señor ya grande, y como que no sabía si hablarme o no. De repente, me dice que me va a dejar lo más cerca que se pueda porque ya está todo cerrado, y pues de ahí se agarró para hacer conversación. Y ya sabes: “Oiga, bravo por las mujeres porque sí hay muchos hombres que se pasan de lanza… yo no” –¡típico!– “porque fíjese que a uno le tiene que caer el 20 de que viene de una mujer. Además, si son lo más chulo del mundo, nacieron para que las cuidáramos, bien dice la canción de ‘Mujeres Divinas’…” No mames, casi lo pateo. Y se siguió el don, inspiradazo con su discurso condescendiente disfrazado de “empatía” y remata con la vieja confiable: “Y además no todos somos iguales. Yo, por ejemplo, guiso, lavo los trastes y ayudo con las tareas del hogar”. “Ayudo”, güey, ¡te juro! El paradón fue en seco: “Ah, sí claro, no todos, pero tampoco es para que les den un premio por ser decentes y comportarse. Mis papás trabajaban, se encargaban de la casa y de sus hijas, y ni mi madre dependió de mi papá para tener un vestido, ni mi papá fue un hombre infantilizado que dependiera de mi madre para comerse un plato de comida caliente y andar presentable. Y eso no convierte a mi mamá en La Mujer Maravilla ni a mi papá en Superman, sino en dos adultos funcionales”. Silencio sepulcral. Hasta pensé que el don me iba a bajar del carro… Ya sé, ahorita me da risa, pero sí fue un momento incómodo. ¿Cómo ves a estos que por portarse como adulto responsable ya quieren su nominación a la Belisario Domínguez? Son como los que confunden “deconstrucción” con “emasculación”, no me jodas.

La salida del Monumento a la Revolución fue muy emotiva junto a una diversidad de mujeres: madres e hijas, solteras, cis, no binarias, casadas, divorciadas, trans, de la tercera edad, chicas de secundaria, compañeras de escuela, amigas o novias tomándose de la mano… miles en la calle cuidándonos y en la necesidad de manifestarnos para que dejen de matarnos.

Hubo momentos, neta, conmovedores. Tipo: estaba haciendo una pausa en la Alameda y una vendedora ambulante estaba llorando porque en algún punto, pasando El Caballito, su hijita se le zafó de la mano y, entre la gente, ya no la vio. Todas empezamos a gritar que había una niña perdida y a pedir que se movieran a buscarla ¡y todas nos movimos! Gritamos su nombre, corrimos la voz, twitteamos y avisamos por Facebook y WhatsApp a los demás contingentes, y como a los 15 minutos aparecieron unas chicas embozadas (bastante apantallantes, la neta) con la pequeñita de la mano. La mamá lloró y la abrazó, mientras el contingente alrededor coreaba: “Tranquila, hermana, ya estás con tu manada”. Los aplausos se oían por la Alameda.

En un templete al lado de la Antimonumental, había sobrevivientes de violencia sexual y física contando sus historias. Escuchaba sus testimonios mientras seguía caminando y cómo ves que, cruzando el Eje Central, sale un pinche changorrendo y les avienta una mochila a las chavas de adelante diciendo que había explosivos para las pinches “feminazis”. Obvio, nos abrimos en chinga y salieron las del Bloque Negro a patear la mochila y a enfrentar al imbécil este, antes de que llegaran los polis y se lo llevaran. Ya nada, güey, se lo llevaron y empezamos a gritar: “¡No violencia! ¡No violencia!” Nunca falta un animal.

Ya después, agarramos por Madero y ahí sí saqué mi playera para cubrirme cabeza y cara, y los lentes… No, sí hubo amenazas. Así como el burro que fue a aventar la mochila, en redes sociales hubo grupos amenazando con ir a aventar ácido a las mujeres que nos manifestáramos, por eso algunas, como mi sobrina, no fueron… Y bueno, sí había tipos observando, pero no más que en otras marchas a las que he ido. Podías notarlos porque traían chícharos y mandaban mensajes por celular, pero en cuanto te notaban o pasabas atrás de ellos, se iban. Más porque todas íbamos alerta.

Pero espérate, hubo una parte súper chida cuando íbamos pasando frente al Potzollcalli. El negocio —como muchos otros— tenía la cortina abajo y los empleados nos veían desde las ventanas. En una de las ventanas, había una cocinera de unos sesenta y tantos que nos veía pasar con una mezcla de alegría y un orgullo… la señora traía las manos entrelazadas y estaba llorando, su compañera de al lado la abrazaba y la señora sólo separaba las manos para aplaudirnos… y nosotras a ella. De todo lo que vi, incluyendo a los Marabunta tomando notas desde las banquetas, me quedo con eso, jamás olvidaré la expresión de esa mujer.

En fin, después de irme mezclando involuntariamente entre una variedad de contingentes, llegué al Zócalo. Era un clamor total. Había mujeres volteando una camioneta, subiendo una bandera de Ni Una Menos en la asta, bailando alrededor de una fogata, montando tumbas por las que nos arrancaron; mientras, otras estaban sentadas consolándose entre sí. Así era el ambiente: apoyo, acompañamiento, reclamo, tristeza y un exigente clamor de justicia. Todo eso que entiendes cuando vives a diario ser el grupo que está en riesgo y que los medios amarillos y las mentes sesgadas acortan a una vil caterva que no entiende de “modos”.

Vi el resto de las actividades de los colectivos, tomé las fotos que subí al Face y me fui a echar una tostada de masa azul. Ya sabes, la típica después de cada marcha.

Y pues ya, me salí del Zócalo y… Ah, no ma, ¿qué crees? Ya iba para afuera, ¿y a quién crees que me encontré? ¡A Liv! Ahí andaba “cuidando” Palacio Nacional para que no se fueran a volar la Puerta Mariana… otra vez. Caso real, güey, ella me lo dijo: “¿Cómo estás? ¡Qué gusto verte! Yo andaba acá cuidando el Palacio un rato. Ya sabes que soy AMLOver”. Te juro. Y pues ya, nos fuimos juntas al metro hablando de todo un poco.

En fin, ya estoy en casa, gracias por estar al pendiente. Te dejo, mi novio hizo pasta y muero de hambre. Estoy a salvo y salí a cantar precios para que todas lo estemos. Besos, mamona.

Tríptico de una tarde de marzo: La Mana

Mana, te sigo por Facebook Live y tantas cosas vienen a mi mente, mana. Me preocupa que vayas sola, pero tampoco puedo acompañarte. Muy jotita, muy jotita, pero finalmente no soy mujer, y nadie en la marcha me va a preguntar si soy un macho patriarcal y opresor, o me gusta la palanca al piso, ¿verdad? Me queda claro que lo único que podía hacer era ofrecerte mi casa si las cosas se ponían feas y acompañarte en tus transmisiones.

Las veo en marea desde el Monumento a la Revolución y lo entiendo perfecto. Recuerdo la incertidumbre de ser niño y no hallar quién entendiera lo que yo sentía, de sentirme en desventaja, no sólo porque mi papá nos había dejado y mi madre me crio sola y como pudo, sino porque para los demás niños era el diferente y yo había tenido el buen tino y los huevos de jamás esconder quién era. Es cierto que muchos años estuve confundido y hasta un par de veces tuve “noviecitas” (pobres niñas), pero jamás me avergoncé de mis sentimientos ni de mis playeras rosas, ni de jugar a las muñecas con mis primas, ni de mis fotos cadereando en traje de baño.

Sin embargo, muchas veces sentí tristeza de saber que a mí no me iban a traer un hornito los Reyes Magos, que no iba a ir de vacaciones de Tres Palos —no pun intended, hija— a Acapulco y tener un amor de verano como mis primas y que jamás me iban a hacer un fiestón de XV años. No me iba a casar con el amor de mi vida, lo que, es más, era muy probable que siempre tuviera que esconderlo, y no íbamos a tener una niña.

También, sentí una profunda desprotección y un tremendo desamor cuando mi mamá decidió darse cuenta de que su único hijo y luz de sus ojos era, como ella lo dijo, “un pinche puto” y me corrió de su casa a los 16 años. Y digo “decidió darse cuenta” porque en mí es obvio. ¿Que no veía mis fotos de niño? ¿O no veía las caras de extrañeza que hacían sus hermanos? Porque eso sí, hija, dos cosas se ven desde el espacio: el Amazonas y mi jotería.

Todo eso sin mencionar la desilusión que sentí de no poder ser yo con todo mi potencial, sólo por crecer en un pueblo lleno de homofobia e ignorancia.

Las veo gritando consignas y puedo sentir su indignación, su rabia y su hartamadrazgo por el maltrato sistemático e histórico. Por el simple hecho de no dejarse y exigir sus derechos más básicos al respeto, a la dignidad y a que no las pinches maten. Tengo tantos recuerdos similares en donde no pude levantar la voz; algunas veces por mí, y otras, por proteger a los míos. Como la vez que muchos años después de haberme ido a vivir al DF regresé al pueblo de fin de semana y un naco le aventó una pedrada a mi novio, nada más porque íbamos de la mano. Ya en ese tiempo le había perdido el miedo a la gentuza así, pero mi novio me detuvo. “En tu pueblo capaz que hasta nos linchan” …también al otro cabrón me lo tuve que poner en su lugar. Uno, ¿pues qué cree que vengo de una tribu de bárbaros?, y dos… el número dos te lo contaré después.

Tampoco me es ajeno saber lo que es temer por mi vida. Como cuando era niño y me enteré de que habían matado al hijo “rarito” del zapatero porque lo vieron con su novio de Iguala y lo dejaron tirado al lado del putero del pueblo donde había viejos metiéndose con niñas. Porque una cosa es cierta, mana, en el pueblo de mi familia podía haber explotación de menores, pero un “pinche puto” jamás. Así la moral de mi gente.

¡Reforma está hasta su madre! Pues, ¿cuántas son? Hija, párate en uno de los postes de luz, aunque sea para tener una panorámica, estás muy enana. Me da gusto que sean tantas y ojalá lleguen más. Ojo con los güeyes que se ven por ahí, ¿te llevaste el bicarbonato y la leche? No es que te lo tenga que recordar, pero la amenaza de ataques con ácido sigue latente.

Me acuerdo de todas las veces que hemos ido a marchar, como cuando fuimos a hacer nuestro desmadre por los 43 con toda la banda. O a todos los desfiles del Orgullo a los que hemos ido juntos… y ese es el número 2 que te quería contar de cuando a mi examantuco apedreado me lo tuve que poner en paz cuando me dijo: “En tu pueblo capaz que hasta nos linchan” …Tres Palos, Guerrero, no es “mi pueblo”. Mi pueblo es justo ese, el que se reúne cada junio a marchar, a acompañarse y a celebrar. El que me hizo sentir querido cuando todo lo que conocía me dio la espalda. Mi pueblo, mi gente, mis primeros amigos gays, los que me enseñaron a moverme en el medio aquí en la ciudad cuando yo no sabía cómo relacionarme con otro homosexual. Porque en el pueblo de mi madre, claro que los había, pero la usanza es que se casaban con mujeres. Por eso mis primeras relaciones fueron súper fallidas, porque yo no sabía que el mundo buga y el mundo gay manejaban distinto sus relaciones y yo quería replicar las mías como las de mis primas y mis tías, pero con otro hombre. Desastre. Y lo peor es que no entendía por qué hasta que mi amigo Arturo me dijo que yo era una jota liosa y que le bajara dos rayitas a mi drama. Ya después le agarré el modo a todo y, bueno, mis relaciones no fueron perfectas, pero mi modo de ver la vida sí. Ese es mi pueblo, donde nací, aprendí, me sentí amado, cobijado y crecí.

Ya te vi en el Homociclo a Juárez. ¿Te conté que le decimos así porque después de que se aprobó el matrimonio igualitario en el DF harta jotilla se fue a casar ahí? Pues sí, mana, esa es la historia. Y La Alameda, ahí donde la ves, era lugar “de encuentros” antes de que la arreglaran. Ya ves que la tenían hecha un desmadre. Qué años aquellos… Pero bueno, hija, si por ahí pasaba Diego Rivera y no hubo brote de clamidia, ¡mi pueblo no es nada!

Vi que ya apareció la niña que se le había perdido a la vendedora ambulante. ¿Las de las máscaras fueron las que la encontraron? Vi tu post en el Face y se lo reposteé a otra amiga que anda por allá, qué bueno que todas se pusieron las pilas para encontrarla. Pobre chiquita.

No importa la edad que uno tenga ni que seas hombre, mujer, palmera o quimera, la mamá siempre es una presencia poderosa. Es curioso cómo, a pesar de que mi padre se fue, su presencia nunca me hizo falta. Tal vez porque me daba cuenta de que el viejo era un horror y de que jamás iba a tener su aceptación. Mi papá era el epítome del macho maleducado. Quién sabe, tal vez si mi papá se hubiera quedado con nosotros a llovernos en nuestro desfile, yo no hubiera salido del clóset o no habría vivido para salir. La otra tenía sus cosas, no voy a decir que no, pero cuando en la primaria alguien se metía conmigo, lo lamentaba más por él o ella que por mí porque mi madre no dudaba en saltar a defenderme. Y era una cabrona. Cómo me dolió su rechazo cuando afrontó que su bebé era gay. Bajé de peso, me deprimí, hubo días en que nada me quitaba el frío, neta que no se lo deseo a nadie. Ni al Peje. Y ahí estaba yo, pagando el alto precio de ser yo mismo.

Tampoco ella la tuvo fácil, los primeros meses cargó con el estigma de su pueblo de “Pobrecita, el hijo le salió puto”. Pero ahora ya no tenía la misma fuerza para saltarle a la yugular a quien se metiera conmigo. De algún modo, fue como si una parte de ella se hubiera apagado. Y la entiendo, más que la realidad, duelen las expectativas y lo único que teníamos era el uno al otro en nuestra pequeña burbuja. Le costó mucho trabajo luchar con sus creencias, con sus prejuicios y lidiar con la pérdida de todo lo que había imaginado, y con la realidad que ahora tenía que afrontar. Por ejemplo, nunca se había siquiera molestado en tener una postura frente a los crímenes de odio de su pueblo y, de repente, su hijo ya era vulnerable a sufrirlo. Supongo que lo mismo pasará con los que critican a “la bola de viejas revoltosas que se manifiestan”, hasta que se den cuenta de que cualquier mujer de su familia puede desaparecer.

No justifico a mi madre, porque mi dolor fue real, pero la entiendo, como la entendí cuando llegó al DF a casa de la tía que me daba posada y me pidió perdón. Ni siquiera lo dudé, porque más allá de su tranquilidad yo necesitaba la mía y quería a mi única figura parental de regreso para apoyarme porque, por momentos, el mundo se me caía. Mi mamá acordó pasar algunos meses aquí en el DF y otros en su pueblo para no estar tan separados y sé que tuvo que prepararse mucho cuando conoció a Marco… que, obvio, no le cayó bien porque nadie merece a su hijito. Así es ella.

Estoy oyendo los gritos de “¡No violencia! ¡No violencia!”, al menos El Bloque Negro y los Marabunta están al tanto. ¿Qué pedo con ese güey? ¿Qué aventó, una mochila? Mejor ni te acerques, mana.

En general, salvo por el simio de la mochila, se ve tranquilo para ustedes. Seguro salieron más, pero el pronóstico era peor. Chécate a la señora del Potzollcalli, está llorando… Aplausos bien merecidos a la ñora. ¿Te imaginas todo lo que ha visto antes de ver esto? Me imagino todo lo que pasó pensando por años que estaba sola y que no había salida, y de repente las ve a todas ustedes haciendo su desmadre: cantando, pintando, reclamando, rompiendo, incomodando. También hay hombres apoyando desde las ventanas con banderas moradas y verdes aplaudiendo. ¿Pero qué tal la jeta de los machirulos que están desde la ventana con cara de “me puede en mis privilegios”? No tiene desperdicio.

Mana, no pude estar contigo físicamente, pero me alegra estar contigo, aunque sea desde el celular. El buen atentado al status quo siempre me conmueve. Es emocionante contemplar el cambio, aunque haya quienes no lo acepten. Y un día, de tanto pelear, se hace real. ¿Recuerdas que te dije que me entristecía saber que no iba a poderme casar, tener hijos y que tal vez hasta debería esconder al amor de mi vida siempre? Cuando era adolescente, esa era la única opción porque no había otra realidad. Ahora es distinto. Podría tener todo eso si se me diera la gana.

¿Te acuerdas cuando me iba a casar con Jorge? Tú puestísima a ser mi dama si te dejaba usar un frac de Carrie Bradshaw. Pero ni modo, el plan se apestó y cada quien siguió su camino. Incluso, ahora que lo pienso, quién sabe si lo haría. O sea, si ya vimos que el matrimonio no le funciona ni a los bugas, no sé por qué mi pueblo querría copiar ese patrón de vida en pareja. Obvio, celebro nuestro bien merecido derecho, a lo que voy es que nada me puede garantizar que vaya a ser feliz, pero al menos ya nadie me lo puede impedir.

Por eso es que me da coraje cuando la comunidad da las cosas por hecho. Cuando salen los chavitos a quejarse en redes sociales de que “andan en calzones y quieren que los respeten” y “las vestiducas deberían tener su marcha aparte porque no me representan”. Como si tuviéramos cuartos oscuros a lo largo de toda la marcha. Es decir, no les tocó ni la mitad de las que pasaron los primeros colectivos que se manifestaban, pero sí les tocó el privilegio de tener esos derechos al grado de que se pueden dar el lujo de andar berreando en pro de las lindas formas. ¿Te suena? No distinguen a José Vasconcelos de Tito Vasconcelos, pero les encanta opinar. Hazme el C favor.

Estaba leyendo un preliminar de que son 40 000, pero me late que son muchas más. El Zócalo se ve impresionante. Qué bueno, porque los cambios sólo se logran así: peleando todos los días y lo mismo reventando paradigmas que Puertas Marianas. Porque con un tirano no se negocia, se le enfrenta, se le pintan las bardas, le avientas diamantina, le mientas su madre y le prendes fogatas frente a su casa para que se eduque. Y si puedes, le sueltas un madrazo.

Al mundo se le enfrenta con valor por lo que es justo, ya sea desde un escritorio legislando por lo correcto o como esa chica que está colgando en el asta bandera una manta que dice “México Feminicida”, porque llega un momento en que te quitan tanto, que te quitan hasta el miedo.

¿Hay consecuencias? Sí, pero las hay hasta por lo que no haces. Al final, hija, la gente como tú y como yo, que busca su lugar y defiende sus derechos, siempre tiene que pagar un alto precio. Uno que ya quisiera Slim poder contabilizar en dinero por el justo valor de atreverse a ser.

Ya lo dijo tu Alda Merini: “De estas profundas heridas, saldrán mariposas libres[1]”. Tú y yo seguiremos luchando y siempre lo haremos, a como venga. Porque una vida como la nuestra es para valientes. Rendirse… es de putos.

Tríptico de una tarde de marzo: Amanda

Ya vi que Renata está en la marcha… no me sorprende, mi abuela prácticamente la crio en marchas y sé sus motivos para venir a cantar precios. Me gusta lo que veo porque me da terror ser una de las 10 mujeres que desaparecen a diario o que algún infeliz me haga lo que le hicieron a Renata. Aun así, nos falta mucho camino y mucho trabajo para estar en lo justo y lo perseguido. Cuando era niña, papá me decía: “No todo es dogma, Amandita. Cuestiónalo todo, cuestiónalo siempre”.

Como cuestiono a mis compañeras de la uni que se la pasan criticando a las feministas: “Pinches simias pinta-monumentos, se comportan como animales. Esos no son los modos”, “Viejas pederas con daddy issues que odian a los hombres”, y varias joyas similares de la oligofrenia. Pero cuando el tema cobró fuerza en redes sociales, a todas les emocionó faltar el día del paro, juntar likes y hablar de feminismo. Claro, no delante de sus novios, por aquello de no querer parecer “feminazis”.

Ojalá mis cuestionamientos pararan ahí, pero para nuestra desgracia, también aquí me surgen otros. Como esas miradas ya conocidas de una mujer calificando el atuendo o físico de otra y una risita burlona que se congela en cuanto nota mi mirada. Esa agresión sister blister de mujeres compitiendo entre nosotras como si tuviéramos la secreta obsesión por seguir complaciendo a la bestia con la que queremos acabar y que tanto ha servido a la machiruliza para argumentar la estupidez de que nosotras somos nuestras principales agresoras. Claro, entre nosotras nos matamos, violamos y desaparecemos…

O como cuando llegó un contingente de una escuela bastante cara y el comentario de “¿y las fifís a qué vienen?” no se hizo esperar, como tampoco tardaron algunas “fifís” en ponerles jeta más adelante a un colectivo de radicales que salieron al paso. Tan decepcionante como fuera de lugar. Es obvio que los tipos de violencia o la exposición a ella no sean iguales porque la clase social circunscribe tu realidad, pero finalmente todas luchamos por la misma causa. En fin, mi país “buena onda” y su clasismo.

De repente, algo que no me esperaba: un pequeño contingente con un cartel que dice: “Las mujeres trans también somos mujeres”. Me cae un veintazo. Pues obvio que sí, pero ¿en qué momento me olvidé de pensarlas? ¿Qué ellas no sufren violencia, acoso y nos une el ataque patriarcal y machista? Los contingentes alrededor que las ven, hacen el esfuerzo de no verlas. Caigo en cuenta de que, en una lucha donde se habla de violencia de género, no podemos ponernos el pie defendiendo a una sola identidad. Pienso en las radicales que niegan el femenino a una mujer no menstruante y me enciende una alarma: separatismos como este pueden ser un caldo de cultivo de la transfobia y eso es preocupante. Es decir, es momento de comenzar a meternos el chip de que la lucha no sólo es feminista, sino de género. He ahí la importancia de la interseccionalidad: escuchar y dar voz a una multiplicidad de necesidades y vivencias.

Y llego al término que me ha estado dando vueltas: el separatismo. Por una parte, el separatismo da un espacio de seguridad para curarnos, acompañarnos y reflexionar antes de manifestarnos colectivamente. El punto es revisar cómo y cuándo.  

Tipo: me parece muy poco estratégico que digan que un hombre no puede ser feminista. Claro que puede, es más: debe serlo. Porque lo personal es político y lo político es chamba de todos, sobre todo si el principal agresor de una mujer es un hombre, frenar la violencia por supuesto que es asunto masculino. La clave de un hombre aliado, acompañante y feminista tiene que ver con el hecho de que no usurpe nuestra voz ni que busque protagonismo para contar nuestras experiencias o que crea saber de ellas más que una. No es pelear la palabra, sino saber escuchar y acompañar. Y eso no sólo tendría que ver con ser feminista, sino con el simple uso del sentido común.

Es peligroso cometer los errores del patriarcado al excluir otras voces porque perdemos la objetividad, el criticismo y el análisis. Y si nos perdemos, ¿cómo vamos a saber cuando la contradicción nos alcance? Sobre todo si esas contradicciones afectan a miembros de nuestro colectivo. Esa es la importancia de cuestionar y de que nos cuestionen.

También me alarma la arrogancia y falta de coherencia de algunos colectivos. Como cuando en uno criticaron los privilegios de la “gerontofeminocracia” —que ya el terminito es jodido por edadista, presentista y como si el feminismo no viniera de una construcción académica— y en la discusión de un hilo interminable salió a la luz que era un colectivo jerárquico, donde había discriminación y que toda mujer que quisiera acceso a “educarse con ellas en feminismo” tenía que ir a su saloncito de clases de la universidad pública, “amica”. Es decir, eran todo lo que criticaban, ¿en dónde está la coherencia? Y sorry, decirlo no me hace una “adoctrinada del patriarcado”. No nos engañemos, no es que el patriarcado no esté en todos lados, tan lo está que podría contarles de conocidos LGBT+ bien machistas y misóginos. Pero no es algo que clame a los 4 vientos porque no faltaría alguien que me reclamara mi “homofobia”.

Y así, sigo haciéndome preguntas. Por ejemplo, si mi sensualidad es mía o por ejercerla debo aguantar señalamientos de que a huevo quiero gustarle a un cabrón. ¿Eso no sería lo mismo que mi sensualidad saliera de un colectivo para pertenecerle a otro? ¿Puedo decir abiertamente que una tipa es nefasta cuando lo es o por eso soy machista y poco sorora? Y hablando de sororidad, puedo mencionar varios casos donde brilla por su ausencia. Como cuando acusaron de abuso al hermano de otra de mis compañeras, y su respuesta fue difamar y hostigar a la chica que lo denunció hasta que acabó por cambiarse de escuela. ¿Cuál es el límite entre la sororidad, la coherencia y la responsabilidad individual que genera la consciencia colectiva?

Sin mencionar que cada vez que las discusiones entre feministas de diferentes corrientes, maternofóbicas, colectivos no cis, no binarios y radicales transfóbicas, acaban en insultos, me pregunto si de verdad estamos revisando nuestras violencias. Pareciera que la búsqueda de un cambio desató una guerra entre quienes estamos del mismo lado y perdimos de vista que la guerra es contra el discurso arbitrario construido contra nuestra naturaleza.

Luego, llega el remordimiento cuando me cuestiono a mí y a mi familia pensando en Renata. Su novio de toda la vida resultó un machito agresivo y ella lo dejó. Aun así, en la familia le seguimos hablando y ella dice que nos vale madres cómo la hacemos sentir teniendo una relación con su agresor. Incluso, la llenaron de temores y la hicieron responsable de lo que le pudiera pasar al “pobrecito”. Mi mamá se defiende diciendo que Renata lo presentó como un buen tipo y que entonces se joda. Aun, cuando nos mostró sus moretones en el brazo, la familia le dijo: “Tus problemas con él son tuyos, pero debes entender que nosotros lo apreciamos”. Fue peor cuando nos enteramos de que hace años abortó un hijo de él porque su situación ya era insostenible. Confía tan poco en nosotros ya, que apenas lo supimos. Así hasta que, merecidamente, nos sacó de su vida. Por eso insisto en cuestionarlo todo, porque también lo hago conmigo como feminista, como amiga y como familiar, y me enfrento todos los días a mis prejuicios.

Últimamente me he topado con 2 tipos de personas: las abiertamente machistas y asquerosas, y las que niegan su complicidad en la misoginia y el machismo sistemáticos en este país. Me pregunto qué tanto será cierto en sus acciones cotidianas, porque les tengo noticias: si crecieron en este país, lo somos. Lo mamamos en la casa, la escuela, el trabajo, en la misma lengua y nos lo eructan los medios en la jeta. El arraigo es tan íntimo que por eso no sólo los hombres deben deconstruirse.

Quisiera pensar románticamente que los jóvenes somos el cambio, el problema es que mientras a las generaciones nuevas se les sigan educando con las mismas ideas viejas, no hay mucho que hacer. Aunque, seguramente, no faltará quien se trepe al tren de la oportunidad. Como cuando denunciaron a un investigador de la UNAM que se ganaba la vida dando pláticas de perspectiva de género y el güey se madreaba a su esposa en la casa.

Dicen que el cambio está en uno, pero para que sea tangible tiene que estar en todos: en nosotras, en no perder el foco de lo que queremos y acompañarnos a la distancia como nos acompañamos hoy en la calle; en ellos, en que abran los ojos y se den cuenta cómo violentan y se violenta a las mujeres de su entorno.

El feminismo es una lucha con fallas y aciertos, en donde también hay integrantes queriendo imponer porque es lo que aprendieron. Todo movimiento tiene un tiempo de experimentación, prueba y error, madurez y evolución. Decir que el feminismo es perfecto, es tan absurdo como caer en el egocentrismo y la vanidad de deificar todo lo que tenga vulva, negándole su naturaleza errática y llena de los desatinos que nos hacen humanos. Por nuestro bien, empecemos a desromantizarlo. Así como no hay mujeres eternas, el feminismo debe seguir evolucionando y enriqueciéndose en estrategias porque, a pesar de nuestra carga milenaria, no somos más que un puñado de inmediatez que no deja de moverse hacia el futuro.

Mi búsqueda de la feminista que quiero ser sigue, pero me queda claro que busco ser sorora, con cuestionamientos, sin dogmas, separatismos, feministómetros ni ginocentrismos cegadores que delimitan dónde termina la opresión del patriarcado y comienza la responsabilidad personal. Hoy dimos un gran paso y nos queda seguirnos haciendo escuchar, pero el examen de conciencia y la responsabilidad de la deconstrucción nos toca a todos. El cambio será parejo o no será.


[1] Merini, Alda. Farfalle Libere, Antologia di poesie: Vuoto d’amore, 1991, Einaudi editore

Claudia Moreno

Claudia Moreno

Claudia Moreno Gómez es mexicana y nació en 1978 en CDMX, donde ha vivido desde entonces, a excepción de una estancia en Florencia, Italia. Se dedica a la traducción y sus lenguas de trabajo son inglés, francés, italiano y portugués. Su preparación literaria comenzó en la Escuela de escritores SOGEM. Actualmente, se encuentra creando su proyecto llamado Anticuentos de hadas para despertar Farfallas, una colección de cuentos con una mirada femenina actual.

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