El castigo de la Gorgona

La balsa de Medusa - Theodore Gericault.
Este texto nos lleva al lamento de Medusa desde la voz de sus hermanas, puesto que se les invoca, así como Homero convocaba a las musas en el exordio de sus poemas para que le contara la historia de los héroes, pero aquí no se narra ninguna hazaña heroica, todo lo contrario...

El castigo de la Gorgona

Cuéntame, Euriale, la historia de aquella mujer cuyos ojos perdieron el brillo de antaño, cuyo lamento puedo escuchar a lo lejos, cuyas cristalinas lágrimas empapan las venas sangrantes de la madre tierra que llora el dolor de su mancillada hija. Relátame, Esteno, la soledad de la que es presa, el olvido al que está atada, el desasosiego que cubre su alma, el dolor que apuñala su corazón y el lamento fúnebre de aquella inocente Gorgona.

Dime, Esteno, si es verdad, que sus cabellos eran rizos de oro y su mirar, podía compararse con las estrellas del nocturno firmamento; que su piel asemejaba a la porcelana y su voz lograba imitar a las hermosas ninfas del mar. Narra para mí, Euriale, el camino escabroso de tu maldecida hermana cuya historia distorsionada aún vive. Canten, oh fraternas amigas, la única verdad que el mundo anhela oír.

Fuimos diosas y de los templos protectoras, la puerta feroz que conducía a los mortales a escuchar de las pitonisas las predicciones; seres ctónicos del mundo arcaico, alabadas e invocadas por nuestras virtudes tantas. De nuestra sangre brotada de la vena diestra, cura, remedio y sanación, de hombres y dioses, bendición; más del zurdo lado, veneno, ponzoña y enfermedad, de hombres y de dioses, perdición.

De oro nuestras alas y de bronce nuestras garras, adornan colmillos nuestros seductores labios y el color del crepúsculo yace atrapado en nuestros ojos, por pies y soporte una larga extremidad, de ofidio áspero y extraño, el busto provisto de senos porcelanicos pues mujeres nunca dejamos de ser. Por mascotas y ayudantes, leonas y esfinges; y yo, Euriale, de la virtud universal representante; y yo, Esteno, la fuerte, de hombres el terror y del tiempo, centinela.   

De tres nosotras, de Forcis y Ceto hijas, fue Medusa una doncella hermosa; mortal desde la cabeza hasta los pies. De ébano eran sus risos serpenteantes y de ocaso su potente mirar, su piel de porcelana y su voz tan celestial; su andar tan atrayente y su seductora personalidad, llevaron a mi amada hermana a un destino cruel. Pero, has de entender su principio para comprender su final.

Protectora era del templo de una diosa, levantado en Atenas para su alabanza y gloria. Oh mi dulce hermana, en sacerdotisa se convirtió; imitando a la divinidad, virgen, pura e inmaculada prometió permanecer. Más la mirada de un dios no pudo evadir, y aquel que rige sobre las aguas del mar, prendado de su inefable belleza al templo decidió llegar, su intención era una, oscura como la noche y malvada como el veneno.

A mi muy amada semejante, en sus brazos atrapó, en un juego despiadado que su honor mancilló; aún a lo lejos puedo escuchar, la voz de Medusa al gritar. Ella era hermosa y orgullosa de su semblante, las voces difaman su figura y cuentan que sedujo al soberano del océano, ¡mentira!, bárbara blasfemia que hiere mi corazón, mi dulce niña apenas había dejado mi regazo cuando le arrebataron la pureza de su dignidad.

Medusa. Caravaggio.

Cómo sufro en su nombre y memoria, puedo asegurarte que en aquel amargo momento su débil voz elevaba a los cielos miles de plegarias que a su destino jamás han de llegar, pues su palabra muerta quedó. Dormida, adolorida y sin esperanza, yacía en aquel frio suelo de piedra caliza; nunca fue su error ni su deseo sufrir tal aberración, pero la historia y las narraciones te han hecho creer que así es como fue.

Cuando el sol en lo alto descansa su calor, mi pequeña Gorgona despierta y a su destino se enfrenta, no tiene armas ni escudo, ni armadura ni palabra, pues su vocablo ha sido sellado por la salada agua del mar. Yace asustada y de sus orbes de atardecer emergen lágrimas de hiel; es testigo infalible de la furia divina que sobre su cabeza ha de caer, de los centellantes ojos de la gloriosa olímpica, cólera, ira y furor, por saberse ofendida no permite explicación.

Oh, Atenea, aquella ofensa ha herido a tu gloria y majestad; pero dime tú, excelsa diosa de sabiduría, ¿a la inocente victima castigarás?, la furia, mi señora, te ha cegado y ahora tus palabras en maleficio has transfigurado. A mi dócil pitusa en nuestro reflejo has transformado y con la cabeza baja como si fuese la única culpable, acepta su castigo, no te cuestiona ni reclama, pero dentro de ella, en ti ya no quiere creer.

Su belleza se ha ocultado detrás de cobras y pitones, de venenos y males que la historia ha de contar, por protección y arma mortífera, su dulce mirada de ocaso, a los mortales en piedra transforma; de las mismas alas doradas se ve provista y de bronce las garras en sus manos han crecido, a sus carnosos labios los colmillos se han adherido y de mí, Esteno, se le ha otorgado la fuerza, arrogancia y maldad, más mi dulce pequeña lo recibe altiva, sin preguntar.

Su par de largas y blancas piernas se han juntado y de crótalo esmeralda se ha remplazado su membrana dérmica, de porcelana solo conserva los redondos senos, que parecen opacados por la tristeza de su alma, y un puñal se ha clavado en su refulgente espíritu que de sombras se ha manchado y de furia se ha empapado y de mí, Euriale, se le ha concedido, veneno, espada y arco, más mi afable chiquilla lo acepta sin objeción alguna.

Y así, mancillada y castigada, a la infanta Medusa, aquella poderosa diosa, al exilio la mandó, oh destino que los hilos has movido y la hija ultima has expulsado de la vista de su madre y de sus hermanas dos, que no entienden lo que pasa más no deben cuestionar. Y al emperador causante de su dolor, ni castigo ni reproche, ni justicia ni condena; pues las voces del pasado dicen que el delito suyo no es, pues la mujer de las gorgonas hermana, culpable siempre fue.

Se ha condenado, a mi desventurada hermana, a que el silencio se convierta en su única compañía y como aliada certera, la funesta soledad en aquella cueva fría; y pasa las noches en vela preguntándose una y otra vez “¿Cuál fue mi pecado?”, y gime de dolor en la angustia que corrompe su bello corazón; y de su amarga pena, gotas de aspereza germinan en la tierra y dan ocultos frutos cuya apariencia nadie ha conocido ni conocerá.

Al otro lado del mar, has de reconocer a Serifos, una prospera tierra con un rey, quien, prendado de la belleza de una mujer, creyó al hijo estorbo y de misión le encomendó llevar como trofeo una parte de la doncella temida que llora sola en la oscuridad. A aquel hijo, Perseo has de nombrar, partió entonces a los agrios aposentos de la hechizada muchacha para a su madre librar, de un tirano hombre.

Medusa – Franz Von Stuck

Un nuevo héroe ha surgido de entre los hombres, algunos dicen que mortal y otros que medio divino, ayuda recibió de Hermes, Atenea y Hades; surcó cielos y mares, bosques y selvas, valles y montañas, cuevas y llanuras. Invisible como el viento al hogar de Medusa llegó, más rápido que el rayo del todopoderoso Zeus se adentró cual ladrón; a usurpar venía la vida inocente de la Gorgona más pequeña.

Oh, gran Perseo, escucha mi voz, yo Esteno vengo a implorar, deja a mi hermana en su soledad, que mucho ha sufrido y no soportaré, si tú, ídolo de los hombres, la hieres más, ¿o es qué acaso no la escuchas llorar? Una aflicción muy grande lleva a cuestas y para su pútrida ánima ha sido prohibida la paz del silencio y la tranquilidad de la vida, no blandas tu espada en su contra, niño de Dánae, baja tu arma antes de que te vea.

¡Detente! Semidiós imprudente, y mira con atención, su lamento estremece a la madre tierra que diluvia sobre el monte Otris ríos de melancólica perdición; y yo Euriale, vengo a suplicar, que el filo de tu hoja de acero no acerques más, da la vuelta moreno paladín, regresa sobre tu andar y devuelve a los dioses los dones que te han otorgado, ¿o es que no ves su sufrimiento? Es presa del desasosiego y la humillación, aléjate joven insigne antes que sea tarde.

Más nuestras voces no logró escuchar, incorpóreo guerrero sigiloso, inteligente ha de ser, pues la refracción en su escudo ha decidido ver, elude de mi hermana la triste y petrificante mirada, y sus orbes crepusculares mirarle no podrán. Las sandalias aladas que a sus pies se calzan, velocidad y precisión le ofrecen, sin ser percibido ni atendido el filo de su arma al cuello de mí hermana ha guiado sin remordimiento alguno.

Un corte preciso en la vena aorta, huesos, arterias y carne se ven separados; no ha prestado atención y su verdugo no ha tenido compasión, desprovista queda de la cabeza y su sangre derramada se convierte en una cascada. Y Perseo, cual trofeo toma lo que nunca fue suyo, la oculta entre telas gruesas pues su vacía mirada anochecida conserva el poder que una vez le fue impuesto y del que nunca se libró.

Del flujo escarlata de la desventurada muchacha, el producto de la infamia ha salido victorioso, dos nuevos seres han abandonado el vientre que los albergó por largos nueve meses; Pegaso y Crisaor son sus nombres. Y el valiente hombre mitad divino, monta al lomo del hijo primero, abandona la cueva oscura, a su futura esposa libera de los brazos de la muerte y a su madre recupera de manos indulgentes.

A los dioses devuelve con gratitud su ayuda y cada una de las prendas que le vistieron en esta aventura, Oh Perseo ¿qué has hecho?, nos has arrebatado a la dulce chiquilla de risos color de sombra, sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne. Yo Esteno, me he hundido en la pena y el suplicio, pues a los brazos de las mortuorias profundidades la has mandado.

A la magnífica olímpica has regalado aquello que has robado, ahora su escudo adorna cual dije alrededor del cuello, sus centellantes ojos sin vida en emblema han convertido y como arma has usado para tu propio beneficio. Inoportuno semidiós, por tu causa, yo Euriale llorando estoy, diluvia en mis ojos y mi voz se alza hasta los cielos en un grito de dolor, he perdido a mi niña, mi esperanza e ilusión, he de elevar lamentos desconsolados por si alguien me puede oír.

Medusa – Franz Von Stuck 1908.

Así termina la desventurada vida de mi hermana la más pequeña, cuya sonrisa un día fue borrada y remplazada por ásperos recuerdos y agrios males, y nosotras de Delfos protectoras, rebajadas nos vimos a monstruos sin corazón. Las voces de los hombres nos quisieron castigar, olvidándonos entre los escombros de la verdad, afable mortal que lees las palabras de nuestras bocas, nuestros nombres e historia no has de olvidar.

Mujeres hemos sido desde nuestra concepción, mujeres seremos hasta el día de la universal devastación; bondadoso mortal que nos has pedido relatar, de nuestra hermana la tragedia y de nosotras el pesar; yo Esteno te ruego no nos difames más, cuenta lo que hoy has venido a escuchar; yo Euriale te imploro por favor, en memoria de Medusa, su rostro y semblante en aquel escudo has de mirar, entiende su tristeza y su nombre no mancilles más.

Medusa – Gian Lorezo Bernini.

Arcaicas doncellas, que sufren en la eternidad, inmortales hasta la medula me han hecho llorar, y a mi alma han otorgado la fortuna de sentir, de ustedes la pena y de aquella el terrible andar. La verdad anhelada a mi han hecho llegar y el mundo que indulgente con ustedes ha sido, condenado yace a contar las vivencias de Esteno y Euriale, y de Medusa la sentencia por mujer ser.

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