Esperé mucho en aquella larga fila. Mi juicio no comenzó sino hasta tiempo después de mi llegada. Tiene tanto de estos sucesos que no recuerdo los detalles. El enjuiciador (claro, tenía que ser un hombre) destacaba por su altivez y hermosura. Con un gesto de su mano, un dedo índice apuntando hacia abajo, dictó mi sentencia.
Me encuentro aquí, en la nada. Ya no puedo sentirme, mis manos no están, supongo que mis ojos tampoco porque mi vista se desvaneció cuando pisé este campo. No hay sonidos que me acompañen, no hay sabores ni olores. No hace frío, ni calor, no hay viento ni sol. Sólo estoy yo.
Al principio, pienso en mi casa. Si no regreso a tiempo, la renta se vencerá. Creo que ya no importa. Pero extraño mis cosas, mi mantita rosa y peluda, el peluche que me acompañaba todas las noches. Ya no puedo dormir, hace mucho tiempo que no lo hago. Mi taza de Hello Kitty se quedó sucia en el lavabo. Mi hermana seguro aprovechó mi ausencia para ir a mi casa y tomar toda mi ropa. Nunca hubiera permitido que se pusiera mi chamarra favorita.
Mi hermana. Mi padre. Mi madre. ¿Cómo estará mamá? La extraño cada segundo que paso aquí. De todos los rostros que sobreviven en mi memoria, el de ella está más claro, más vívido. Cuando vivía con ella, solía acariciarme para dormir.
¿Cómo se llora sin lágrimas? He aprendido a hacer muecas de dolor sin un rostro, sin que haya un dolor físico. Eso ya no existe.
Luego pienso en quien dependía de mí. Mi cachorrita blanca y peluda, pequeña e indefensa. ¿Me acordará?
Confundo los colores que aún recuerdo. Las formas han comenzado a perderse en las lagunas de mi memoria. No puedo tararear una sola canción. Nunca disfruté demasiado de la música, ahora daría lo que sea por escuchar unos segundos de una sola pieza. Todas las historias que alguna vez leí o vi en una pantalla parecen haber desaparecido. Quiero sentir una caricia, un beso, la suavidad de alguien. Disfrutar de las sensaciones en mi ausente piel.
No, quiero sentir dolor. La sensación de una gran herida, de una quemadura, de una soga, de una bala. En realidad, quiero sentir lo que sea.
Las veces en las que me preocupé por mi vida y mi futuro parecen ridículas ahora, cuestiones sin sentido que al final no valen nada. Me molesto porque no comí lo que quise, no me reí ni me relajé más, vivía en el estrés constante que se da bajo la lupa de la mirada ajena. Estoy enojada porque me oculté del exterior siempre, porque dejé mis escritos inconclusos, nunca publiqué el libro que llevaba en la mente. Mi meta era dejar una huella imborrable en el mundo, una aspiración de muchos escritores con miedo a la muerte. Ahora que me ha alcanzado, ese sueño se convirtió en una frustración que me punza constante.
¿De verdad esto es la muerte? Creí que sería una nada más completa, sin memoria, sin conciencia. Que lo que recordaba de antes de mi nacimiento sería lo que vería después de mi vida. En vida, tuve un temor inmenso a desaparecer, pero después de flotar por este abismo, no habría regalo más dulce. Estoy harta de mí misma, de pensar, de existir. Estoy sola conmigo.
Entonces aparece una voz, cercana, familiar. Tan próxima que parece que cabemos las dos en la misma conciencia.
Por supuesto que te mereces esto. No te victimices.
Si hubiera podido llorar de alegría, lo hubiera hecho. Después de un tiempo, reconozco aquella voz y el vacío se vuelve más insoportable. Entonces le pregunto:
—¿Qué haces aquí?
No me puedo ir a ningún lado si tú estás en este sitio. La parte fundamental de tu ser no puede despegarse de ti, a menos que logres la gloria.
—¿En dónde estamos?
Es muy evidente. Estás en el infierno.
De nuevo, como ya tenía mi propia concepción de la muerte antes de experimentarla, la idea chocaba con el referente previo.
—No hay llamas, no hay demonios, no hay torturas.
¿No te parece suficiente tortura?
Sí
Estás en el noveno círculo. El círculo de los más grandes pecadores. Tu condena será la eternidad.
—¿Qué hice para terminar aquí? —Y en verdad estoy confundida. Mi pregunta es un auténtico cuestionamiento, sin una pizca de compadecerme por mí misma—.
Te revelaste y cuestionaste la autoridad de los hijos del señor.
—¿Los hijos de Dios?
Los de aquel ser que te enjuició. Recuerda que estás en sus dominios.
Años de silencio.
—¿Cómo es el cielo?
Humm. Ya que volveré a guardar silencio en tu inmensa soledad, puedo responderte para que lo añores… El cielo también tiene nueve círculos, es pacífico. Ahí encontrarías a tu madre, a tu perrita. No encontrarás a nadie que se haya hecho famoso por sus actos de bondad. Serían en su mayoría personas que pasaron desapercibidas por la vida. En algunos círculos, hay comida y olores exquisitos, paisajes que Dios se reservó para él mismo. Dejó las mejores vistas para la gente del cielo. Si me preguntas, a mí me parece aburrido, tedioso…
—Estoy segura de que encontraría a mi abuelita también.
Ah, aquella viejecita. No, no la verías nunca. Seguro está en el noveno círculo celestial.
—Debe ser un lugar hermoso. Claro, yo no tendría ninguna probabilidad de ascender a tan alto lugar.
No estamos hablando de tus posibilidades, sólo estamos suponiendo. El noveno círculo del cielo es la nada total. Se les concede a aquellos que llegan a este punto la desaparición de la existencia.
—Eso no parece un premio justo.
No estoy de acuerdo. Existir me parece horrible.
Tienes razón.