17 de enero.
Desolador enterarme hace unos minutos del artero asesinato del colega Margarito Martínez Esquivel. Desde que yo daba mis primeros pasos como reportero en Tijuana en el ´99, Margarito ya estaba ahí y parecía haber estado siempre, con su cámara al hombro, la radiofrecuencia siempre encendida y ese don de la omnipresencia que le permitía multiplicarse y estar en varios sitios a la vez. Iba a todas y a toda hora. La oscurísima noche tijuanense era suya. Al célebre 4-4 lo recuerdo como el perfecto soldado de trinchera, un auténtico trabajador de la información.
Me atrevo a afirmar que nadie en esta ciudad fotografió tantos hechos delictivos como él. Lo recuerdo también apoyando a su madre, la veterana periodista Eglantina Esquivel o cubriendo el turno nocturno en Frontera.

A diferencia de lo que ocurrió recientemente con algunos oscuros y pestilentes personajes que se hacían llamar “periodistas” sin serlo, de Margarito me consta que era un verdadero obrero de la prensa cuya única labor era informar. Sin información oficial hasta el momento, parece ser que su muerte es producto de un pleito vecinal en la colonia Camino Verde, pero por supuesto que tengo demasiadas dudas y ninguna certeza. En realidad tengo una única certidumbre: que aquí en Baja California (y casi en cualquier lugar de México) morirás el día en que alguien decida matarte porque le resultas incómodo o le caes mal, pues no hay estado de derecho ni imperio de la ley que te proteja. En Tijuana se cometen un promedio de 2 mil asesinatos al año, un promedio de seis al día. Margarito retrató muchos de esos crímenes y ahora su homicidio se suma a esa vergonzosa estadística que su cámara tantas veces reflejó con crudeza.
Por cierto, la única constante de esos asesinatos es que en la mayoría triunfa la impunidad. ¿Quedará también impune la muerte de Margarito? Hay certidumbres que hieren y dan rabia.
Descanse en paz 4-4.

18 de enero.
Hay días que quedan marcados para siempre en la historia criminal de una ciudad y en la memoria de los reporteros. El 17 de enero es uno de ellos. Paradojas del vaivén de los ciclos. El asesinato del colega Margarito Martínez Esquivel fue cometido el día que se cumplieron catorce años del combate en la casa de la Cúpula[1], una tormenta de plomo que todos recordamos y que marcó un antes y después al “inaugurar” una de las eras más sangrientas en la historia de la ciudad y el que hasta entonces fue el año más violento.
En Baja California acababa de entrar en funciones un nuevo gobernador y en Tijuana un nuevo alcalde. Los recibía una entidad golpeada por el coletazo de una recesión económica mundial y la fuga de capitales por la epidemia de secuestros. Recién llegados debieron enfrentar un baño de sangre que se prolongó por un año. En enero de 2022 Marina de Pilar Ávila Olmeda acaba de asumir como gobernadora de Baja California y Monserrat Caballero como alcaldesa de Tijuana. Recibieron un estado y una ciudad golpeados y maniatados por ocho años de catastróficos gobiernos estatales y municipales y por los devastadores efectos de una pandemia mundial. En 2008 se cometieron 825 homicidios, todo un récord en ese entonces, pero menos de la mitad de los que se cometen actualmente. La racha sangrienta que arrastramos desde hace cuatro años no ha podido ser inhibida. Las cifras arrojan que en el último cuatrienio matan un promedio de seis personas al día en nuestra ciudad, más de 2 mil al año. El asesinato de Margarito fue el número 75 que se comete en tan sólo 17 días de enero. Ese es el escenario que reciben Marina y Monserrat, dos mujeres jóvenes y decididas, pero condicionadas y maniatadas por un pantano de pestilente politiquería morenista. Hace catorce años la casa de la cúpula marcó el inicio del año hasta entonces más violento. pero también de la estrategia de seguridad más exitosa en donde la clave, además de las acertadas acciones policiacas, fue que por una vez en la vida los bajacalifornianos dejamos atrás la politiquería, las grillas e intrigas y nos unimos en un solo frente. ¿Seremos capaces ahora? Muchas más dudas que certezas. Ojalá la sangre de Margarito no se haya derramado en vano.
PD. Jugarretas de la historia o la aleatoriedad: el 17 de enero de 2008, cuando estalló la balacera de la Cúpula, yo estaba cubriendo el sepelio de un valiente policía llamado Margarito Saldaña, masacrado en su casa junto con su esposa e hijos. Otros dos policías fueron asesinados en esa noche trágica. De Margarito Saldaña a Margarito Martínez hay catorce años y muchísima sangre derramada en una ciudad que no conoce la paz.

21 de enero.
Nada tan brutalmente honesto como la tristeza y la rabia. Imposible maquillarlas o fingirlas. Eso es lo que nos queda por herencia tras el cobarde asesinato de Margarito Martínez Esquivel. Si algo queda claro, es que lo del pleito vecinal y la muerte al calor de una discusión es una burda cortina. A Margarito lo ejecutaron. Sus asesinos salieron a cazarlo y lo hicieron por la espalda.
Hoy, después de muchísimos años, volví a ver a muchos colegas del gremio periodístico tijuanense cuando decenas de veladoras alumbraron el anochecer en recuerdo de Margarito. Hoy simplemente sentí el impulso de salir a la calle y ser parte de este sencillo homenaje. Aunque llevo algunos años fuera del trajín de la nota diaria, creo que uno se siente reportero hasta el último día de su vida.
Hay muchos colegas de la guardia vieja que se mantienen en pie después de tres décadas de patear calle y arar en el mar, pero también hay muchos jóvenes a los que no conozco. El oficio y las reglas del juego han cambiado muchísimo, pero hay una esencia que se mantiene terca como roca frente al mar. El universo de los reporteros es variopinto y heterogéneo, un mundo sui géneris surcado por improbables causas y azares en donde hay contrastantes vocaciones e historias de vida, pero aún dentro de nuestras diferencias, creo que hoy a todos nos hermana el coraje y la desolación que sentimos ante el asesinato de un colega leal y honesto. Margarito era la esencia de la trinchera y si en algo estamos todos de acuerdo, es en que siempre fue de una pieza, un cabrón trabajador y sacrificado como pocos.
Hay mucho de quijotesco en alguien que empeña las madrugadas de su vida en ir al corazón de las tinieblas a reportear la nota policiaca en una de las ciudades más violentas del mundo.
Sí, es fácil estereotipar y encasillar al reportero policiaco como un tipo oscuro sumergido en el humo de pantanos prostibularios y cantinas de mala muerte, pero Margarito hasta en eso rompía el molde y el cliché, pues era un hombre de familia, dedicado a su esposa e hija y, por si fuera poco, abstemio. En un entorno donde no faltan los egos y los celos, el 4-4 compartía, ayudaba y hacía labor de equipo.
Hoy volví a ver al gremio periodístico tijuanense y pude palpar su desolación y su rabia. Insisto: esto no se maquilla ni se finge y la Fiscalía tendrá que ofrecer algo más que la burda hipótesis del zipizape entre vecinos. En verdad espero que así lo entienda y lo dimensione el nuevo fiscal que esta semana debuta en el cargo. Para empezar, Iván Carpio y su equipo tendrán que afinar muy bien la lupa en torno a todas esas páginuchas que difunden hechos delictivos y que, por su lenguaje y manejo de la información, queda muy claro que no se trata ni se ha tratado nunca de proyectos periodísticos. El que quiera entender que entienda: detrás de toda la pestilente mierda de esos autoproclamados comunicadores hay intereses criminales. Hubo un tiempo, hace muchísimos años, en que la muerte de un periodista era noticia nacional. Hoy que tenemos el “honor” de ser el segundo país del mundo en donde más periodistas son asesinados, la muerte de un colega se vuelve polvo en el viento, ritual de lo habitual, noticia breve en la página ocho.
Ese no será el caso de Margarito. No lo permitiremos. Esta sangre no se derramó en vano. Muy oscuro está el cielo, pero hay velas aferradas a brillar en la tormenta.
23 de enero
Las puertas del infierno están abiertas y los demonios andan sueltos en Baja California. La noche del viernes volví a ver a Lourdes Maldonado después de muchísimos años. Fue durante la vigilia en honor del colega Margarito Martínez en la glorieta de las Tijeras. Ahí Lourdes tomó el micrófono y habló fuerte como es su costumbre. Menos de 48 horas después recibo la noticia de su muerte. Sin información oficial aún, lo que se sabe es que Lourdes Maldonado fue ejecutada de un disparo en la cabeza afuera de su domicilio en Santa Fe.
La misma cofradía de colegas que el viernes acudieron al entierro de Margarito está ahora en la puerta de la casa de Lourdes recabando los primeros datos sobre su asesinato. Mucho más no se sabe. Así es la vida de los reporteros tijuanenses.
Conocí a Lourdes en 1999, cuando era reportera de Televisa Tijuana. Brava, polémica, echada para adelante y muy de armas tomar. La recuerdo muy cercana a Jorge Hank durante el XVIII Ayuntamiento, que fue cuando más nos tocaba coincidir en Palacio Municipal. No éramos amigos, pero respetaba su trabajo.
¿Qué carajos está pasando? Dos periodistas tijuanenses asesinados en la puerta de sus respectivos domicilios en menos de una semana. Dos periodistas que ya habían manifestado públicamente temer por sus vidas. No voy a sacar conclusiones ni a arrojar hipótesis. Para eso hay una Fiscalía y un nuevo fiscal que tiene mucha tarea por delante. Ni en su peor pesadilla Iván Carpio se imaginó las brasas ardientes que ahora tiene en sus manos.
Doña Blanca anda de parranda en nuestra ciudad. Mil dudas y una sola certeza: hay algo podrido en Tijuana.

25 de enero.
- Lourdes Maldonado fue la última en tomar el micrófono durante la vigilia en homenaje a Margarito en la glorieta de las Tijeras. Ante las veladoras encendidas, su propuesta fue honrar al colega cada 17 de enero otorgando el premio “Margarito Martínez Esquivel” al fotoperiodista tijuanense que logre la mejor o más oportuna foto policiaca del año. Al momento de tomar la palabra a Lourdes le quedaban menos de 48 horas de vida. Sin saberlo, era el último acto público de su vida, su despedida ante el gremio. Los mismos reporteros que la escuchaban esa noche estarían dos días después cubriendo la noticia de su cobarde asesinato frente a las puertas de su casa. Una pregunta fatal impregna el aire: ¿quién sigue?
- A Margarito y a Lourdes los mataron afuera de sus hogares y a bordo de sus vehículos. Margarito estaba saliendo y Lourdes iba llegando. Sin duda fueron acechados como presas en cacería. Imagino a sus asesinos espiando sus movimientos, aguardando el instante oportuno para abrir fuego. Puedo apostar que en ambos casos se trató de sicarios con experiencia. Gente que sabe matar y, sobre todo, gente confiada en que por estos rumbos asesinar no tiene consecuencias, pues un manto de impunidad les cobija.
- El de Margarito fue el homicidio número 75 y el de Lourdes el número 99 en lo que va de enero tan solo en el municipio de Tijuana. El número 100 se cometió pocas horas después, la madrugada del 24 en el bar Camelia, donde una mujer de 21 años llamada Sayra (de la que nunca nadie volverá a hablar) fue baleada. Al momento en que escribo esto deben ir ya 105 asesinatos y la única certidumbre, atendiendo al fatal promedio, es que hoy van a matar a alguien en esta ciudad y mañana también. Aquí no hay día sin crimen. Alguien que en este momento está respirando pronto va a dejar de hacerlo. Alguien que ahora mismo duerme, desayuna, camina, maneja, coge o se droga, va a ser asesinado dentro de unas horas. Vivimos en una ciudad donde matan gente; una ciudad donde la vida vale poco, poquísimo. Me permito ampliar el concepto: vivimos en un país donde matan gente; un país donde la vida vale poco, poquísimo o en realidad, nada. Mucha razón tenías José Alfredo: la vida no vale nada por estos rumbos. Muerte sin fin, diría José Gorostiza. Sospecho que no es sencillo ejercer el periodismo en una ciudad y en un país como éste.
- Esta tarde, en muchas ciudades de este país donde la vida vale tan poco, varios miles de personas marcharemos. Lo haremos porque al parecer todavía nos corre un poco de sangre en las venas y aún no tenemos anestesiada la capacidad de indignarnos. Cuando la tristeza y la rabia muerden, el único camino posible es salir a la calle. Es duro ser reportero por estos rumbos. Durante más de década y media me gané la vida ejerciendo este oficio, pateando calle en la nota diaria y conozco las malquerencias de este camino de vida. El asesinato es lo que más indigna porque la vida no es recuperable, pero hay muchas formas de ir matando lentamente al periodista. Sé bien que la primera trinchera de hostilidad y censura para un reportero suele estar en la empresa para la que trabaja (si es que aún trabaja para alguna), que sin duda le paga un sueldo de hambre a menudo sin prestaciones y que lo mandará a la guerra sin protección alguna. Al reportero le quedará claro que hay ciertos personajes intocables, que el honorable empresario que le compra publicidad a su periódico exigirá su despido si alguna vez se atreve tocarlo. También entenderá que el poder (priista, panista o morenista) gasta millones en la autoalabanza y suele premiar al aplaudidor y linchar al que lo cuestione. Es imposible tener confianza en un gobierno que se rasga las vestiduras por el asesinato de periodistas cuando cada mañana el gran predicador nacional expone, calumnia e insulta a todo aquel comunicador que se atreve a cuestionarlo o a no aplaudirlo y adorarlo. No, no caigo en la tentación de idealizar al periodismo. No, no nos cubre un aura santidad y heroísmo, pero casi siempre nos cubre una de dignidad y valentía. De acuerdo, somos (o podemos ser) unos cabronazos, pero les juro que hace falta una dosis de quijotesca locura para ser reportero en un país como éste.
[1] Se refiere a un enfrentamiento armado en Tijuana entre grupos policiales y criminales pertenecientes al grupo Arellano Félix que comenzó con una persecución y derivó en el acorralamiento del grupo armado en la llamada “casa de la Cúpula”, donde lanzaron balas a los policías. Cerca había una estancia infantil. Este fue uno de los enfrentamientos criminales que acaparon la atención nacional en la antesala de la llamada guerra contra el narcotráfico (N. del E.).