8M 2022 - Día Internacional de la Mujer - Dossier

Tart Card
Imagen ilustrativa de Wikipedia. Descripción original: Tart cards in a telephone booth in Brazil, 2006
La venganza con la que estos materiales regresaron en Reino Unido fue tal que para el 2000 las famosas “tarjetas de negocios” de las trabajadoras sexuales ―conocidas en inglés como tart cards― empapelaban cada centímetro del interior de estos inmuebles públicos.

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Tart card

8M 2022 - Día Internacional de la mujer

I

Edward Miller regresó de Antigua y Barbuda, donde había pasado los últimos diez años, en 1981 cuando la isla se independizó del Imperio Británico. A su regreso a Londres, Edward adquirió la costumbre de ir a cenar a casa de su hermano menor los jueves de cada semana. Estaba determinado a recuperar el tiempo perdido durante su estadía en el Caribe, durante la cual no había tenido ningún contacto con su familia.  

Durante el transcurso de una de estas cenas, Edward no pudo contener un estornudo descomunal. Mientras buscaba con apremio un pañuelo dentro de sus bolsillos, derramó el contenido de estos sobre el piso: llaves, monedas, píldoras, una pequeña libreta y unos papelitos rosas, naranjas y amarillos, con sugestivas figuras femeninas, acompañadas de un breve texto y números escritos en profundos caracteres negros. Ocupado con sus mocos, Edward no pudo notar que su sobrina de diez años recogía y guardaba los papelitos neón en su blazer. Sola en su habitación, algunas horas después, Marina Miller desenfundó los papeles para observarlos detenidamente. Dominatrix maciza, P.V.C, Hule, piel, 937 5678 [Stern Dominatrix. P.V.C Rubber, leather, 937 5678]. Amarrar y tentar, Decidida a complacer, 370 6914 [Tie and tease, Round to please, 370 6914]. 388 5678 El deseo de todo hombre [388 5678 Every man’s desire]. Ese estornudo inició la que, hasta el día de hoy, se considera una de las colecciones más grandes de Inglaterra.   

II

En 1953, el Acta de la Oficina Postal (Post Office Act en inglés) prohibía en Reino Unido el uso de las casetas telefónicas y los buzones postales para fines promocionales. El artículo 61 de dicha Acta establecía que “Una persona no podrá, sin la debida autoridad, colocar o intentar colocar cualquier letrero, anuncio, aviso, lista, documento, tablero o cosa dentro o sobre, o pintar o dañar, cualquier oficina de correos, buzón de correo, [etc.]… que pertenezca o sea utilizada por, o en nombre de, el Director General de Correos… [so pena] de una multa de cuarenta chelines”. Lo que no decía explícitamente esta Acta era que estaba primordialmente direccionada a ocultar la industria sexual del país. Asustados de que la publicidad en estos espacios fuera contra la moral británica ―y que, además, provocara un boom sin antecedentes en la industria, al permitirle a las trabajadoras sexuales atraer clientes sin arriesgar su integridad física―, los lores británicos optaron por criminalizar a quien se le ocurriera profanar estos espacios. Aunque jamás lograron una erradicación completa de la colocación de estas tarjetas publicitarias, sí consiguieron disminuir su disponibilidad en las casetas.  

Kate Lister, en su magnánima obra Una historia curiosa del sexo (2020), documenta cómo, en 1983, al ser derogada la ley, el material promocional de la industria sexual regresó con furia a toda caseta telefónica y buzón postal del país, desde donde se extendería –como tiene la costumbre todo lo británico― a otros rincones del mundo. La venganza con la que estos materiales regresaron en Reino Unido fue tal que para el 2000 las famosas “tarjetas de negocios” de las trabajadoras sexuales ―conocidas en inglés como tart cards― empapelaban cada centímetro del interior de estos inmuebles públicos. Su distintivo y uniforme rojo carmín se transformó en collages de números negros y fondos neón. Pronto ciudades como Sao Paulo, Las Vegas y Macao estuvieron también envueltas en el mismo furor fluorescente que azotaba a Inglaterra.

En consecuencia, en 2001, el Estado británico hizo un nuevo intento por esconder y contraer a la industrial sexual del país. Una nueva Acta de Justicia Criminal y Policiaca fue publicada, la cual establecía una pena de seis meses de cárcel y cinco mil libras esterlinas ―un incremento exponencial a los cuarenta chelines antes establecidos, hoy equivalentes a dos libras esterlinas― a quien fuera hallado responsable de la colocación de estos papeles. La aprobación de esta Acta, y su coincidencia con el nacimiento del internet, eventualmente permitió que las casetas y buzones volvieran a verse en su previo color rojo para finales del 2010. Es una fortuna, sin embargo, que personas como Marina Miller se dedicaran a documentar y catalogar esas creaciones publicitarias antes de su desaparición[1].  

III

Marina Miller se obsesionó, desde aquella visita mocosa de su tío Edward, con los papeles neón que encontró en el piso de su casa. Durante los cinco años que siguieron ese encuentro, Marina Miller comenzó a coleccionarlos con base en los bolsillos a su alcance: los de su tío Edward, su padre, los amigos de su padre, sus primos y otros hombres que frecuentaban su casa[2]. Cautivada por aquellos pedazos de celulosa, Marina buscaba en las chaquetas que se quedaban colgadas a la entrada en el perchero de la casa y, en el caso de su padre, también en los cajones de su escritorio. Incluso si algún familiar caía en una siesta vespertina, Marina se atrevía a hurgar en sus bolsillos con pinzas y guantes quirúrgicos. De hecho, ella misma ha contado en varias de sus entrevistas con la BBC de Londres que fue justamente con este método que logró su mayor acervo en aquellos años. Su padre había organizado una velada con sus colegas del trabajo, una cena seguida de una sesión de póker, brandy y cigarros. Altamente motivada por el incremento de tarjetas neón que había comenzado a notar hacía algunos meses en los bolsillos ajenos, y no pudiendo desperdiciar la conglomeración inusual de visitas en la casa, Marina tomó varias de las píldoras que su tío le había dicho que le ayudaban a conciliar el sueño ―cosa que no podía hacer desde su regreso al Reino Unido― y las escondió en las salchichas que se sirvieron de entrada durante la cena. Para la hora en la que el juego de póker comenzaba a organizarse, un sopor colectivo inmenso había invadido la sala. Marina cuenta cómo entonces tuvo el camino despejado a los bolsillos de todos los presentes, valiéndole 123 tarjetas nuevas para su colección.

IV

La segunda etapa de colección de Marina empezó a los quince años. Al salir un día de la escuela, notó que uno de sus compañeros, al reorganizar un par de libros en su mochila, dejó tras de él un par de papelitos de color verde limón. Chica india de 18 años ofrece masaje cuerpo a cuerpo, 789 432 [18 year old Indian model offers body 2 body massage, 789 432]. Entrenada ya para detectar estos papeles, Marina los recogió al instante y se le ocurrió que esta podía ser su oportunidad para descubrir la procedencia de las tarjetas y cortar a todo intermediario. Al llegar a casa, les inventó a sus padres una sesión de su club de ajedrez al día siguiente para librarse por unas horas del chofer responsable de sus traslados. Así, con un par de horas privadas, Marina se dio a la tarea de seguir a su compañero, al estilo Sherlock Holmes. Lo siguió por Walpole Street hacia Sloane Avenue, a la derecha sobre Brompton Road hasta llegar a Kinnerston Street, donde giraron nuevamente en Motcomb Street y finalmente en Wilton Cres. Ahí, su compañero entró a una caseta telefónica por unos instantes. Al salir, llevaba en las manos unos papeles que, después, introdujo a su mochila.

Habiendo descubierto que las tarjetas procedían de las casetas telefónicas, Marina volvió parte de su rutina semanal la sesión ficticia de ajedrez y las expediciones de recolección a estas instalaciones ―en las cuales ocasionalmente incluía también algunas paradas en buzones postales, ya que al poco tiempo había aprendido que los papelitos neón también se podían encontrar pegados en estos cilindros públicos. Como resultado del éxito de Marina en procurarse un acceso directo a las tarjetas, su segunda etapa de colección se caracteriza así por ser más voluminosa, diversa y de directa procedencia. Mientras los primeros cinco años de su colección se pueden entender como un reflejo de los gustos de los hombres a su alrededor, los siguientes diez años reflejan los propios gustos y curiosidades de Marina. Su colección de esta época incorpora así tarjetas con figuras en 3D, dibujos de anime, diferentes lenguajes y la rara tarjeta promocionando servicios masculinos: Caverna de Santa Claus, Caballeros Únicamente, 580 4133 [Santas Grotto Gentlemen Only, 580 4133]. Miss Whiplash, 724 1957, Castigo y Corrección [Miss Whiplash, 724 1957, Punishment and Correction, Baker Street]. Chica Madura Enseña Japonés [Mature Lady Gives Japanese Tuition, 499 5647]. Je veux à toi, 2242857. Vem cá, Garoto, 876 789. John Amador, Déjame sacar a la mujer en ti, 637 0035  [John Lover, Let me bring out the woman in you, 637 0035].

V

Se estima que, para sus 25 años, Marina tenía ya a su disposición alrededor de 2,000 tart cards. Sin embargo, no fue sino hasta algunos años después que pensó en crear algo con lo que, hasta ese momento, había considerado su colección privada. En el 2011, ya en un contexto en el que desde años atrás empezaba a haber una sequía de tarjetas neón[3], Marina tuvo una epifanía. Al regresar un día de su visita rutinaria a las casetas telefónicas ubicadas en Marble Arch, Notting Hill y Shepherd’s Bush, vio en el metro a una pareja joven sentada enfrente de ella. La chica llevaba un labial intenso color lavanda y le acababa de dar un beso en la mejilla a su compañero, lo que dejó tras de ella, en piel ajena, un sello casi fluorescente. Marina pensó entonces que era una lástima que sus papeles neón, a pesar de sus colores intensos, no dejaran una marca en las personas que recurrían a ellos. Ni siquiera manchaban las manos, un dedo. Nada. En ese momento, se percató de que tal vez eso había estado coleccionado todos esos años: una contradicción, secretos vistosos, papeles diseñados para captar miradas sobre actos pensados para ser fácilmente escondidos o desapercibidos; papeles que hasta el gobierno había estado repetidamente interesado en esconder con sus varias actas promulgadas sobre el uso de casetas telefónicas y buzones postales.  

Esa epifanía fue la semilla para la exhibición comestible que Marina curó con el nombre de Tarts y que se encontró en el Tate Modern del 2015 al 2018. Como explicaba Marina en el panel de bienvenida a la exhibición, la obra artística fue conceptualizada alrededor del significado de la palabra tart que posee undoble y al mismo tiempo un único significado. Tart se puede referir a: 1) un pastel redondo compuesto de una base de masa y un relleno de frutas, nata o cualquier otro dulce; ó 2) una mujer que cobra una cuota por sus servicios sexuales[4]. Sin embargo, la palabra retiene en sus dos acepciones el mismo sentido teleológico: ser consumido para satisfacer. Tras leer esta breve introducción, la exhibición de Marina llevaba al público a varias salas repletas de tartas recién horneadas, las cuales sostenían, como si fuese una velita de cumpleaños, uno de los papeles neón que Marina había recolectado durante más de tres décadas. En varias de estas salas, los visitantes se encontraban con un par de asistentes que cortaban y ofrecían pedazos de las tartas en exhibición. Así la colección de Marina convertía a los visitantes en comensales y unos minutos más tarde en comensales fluorescentes.

VI

Del 2015 al 2018 se vio en Inglaterra a algunos transeúntes con la boca pintada de neón – bocas fluorescentes que caminaban a lo largo del Río Támesis sobre Bankside o que lo cruzaban por el Millennium Bridge, bocas que de ahí se extendían por la ciudad manchadas, marcadas, incapaces de guardar un secreto. 


[1] Hubo otras dos personas dedicadas a esta empresa, Patrick Jewell y Caroline Archer, quienes publicaron respectivamente Vice Art: An Anthology of London’s Prostitute Cards Paperback (1993) y Tart Cards: London’s Illicit Advertising Art Paperback (2007).

[2] Trató también de hurgar los bolsos de las mujeres que frecuentaban su casa –su madre, su hermana, sus tías y hasta las trabajadoras doméstica– pero no resultó una actividad tan lucrativa como hurgar los bolsillos de los hombres.

[3] Marina cuenta que como resultado del Acta de Justicia Criminal y Policiaca del 2001, para finales del 2006 ya había comenzado a notar una disminución en el número de tarjetas por caseta telefónica ya que, entre visita y visita semanal, ya no siempre encontraba material nuevo, y que para finales del 2010 ya no se vieron más tarjetas, nuevas ni viejas.

[4] Como explica también el panel, el uso de la palabra tart para una prostituta se remonta al siglo XIX en Inglaterra, con base en la convención de llamar a una mujer atractiva una jam tart ―es decir, una tarta de jalea― y se comenzó a convertir en una expresión exclusiva para referirse a prostitutas. Ya no cualquier mujer podía ser de consumo, solo algunas. 

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Diana Jiménez Thomas R.

Diana Jiménez Thomas R.

Ciudad de México, México, 1991. Ha publicado en la categoría de cuento previamente en Neotraba y está próxima a publicar un cuento en una edición digital de FARO Tlahuác al ganar la convocatoria XIII Encuentro de Creación Literaria "Amores sin fines de lucro". También ha publicado varias reseñas de libros en diversas revistas académicas y un artículo académico en Oxford Feminist E-Press.

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