“Para perdonarte necesito cargar tu cuenta a la mía. Para perdonar al prójimo necesito reconocer que carece de los fondos que a mí me sobran, asumir sus deudas y constituirme en aval único de sus desfalcos”
Tita Valencia.
“Las veo y me veo, nos veos. Lo que me pasó a mí te pasó a ti. Nos pasó a muchas. Nos sigue pasando. ¿Y ahora qué hacemos con esto? ¿Cómo se trasciende una experiencia racista, cómo se transforma?”
Voz en off de Negra.
Llevo un buen rato pensando en el tema de la empatía como eje central de un discurso compartido por una amplia colectividad con un rango de edad más o menos similar. Pero sólo puedo hacerlo desde una postura pesimista y crítica, hasta donde me es posible, pues inmerso en ese entorno he presenciado la contradicción entre el discurso y la praxis.
El discurso empatiza con otras formas de vida, otras perspectivas, otras situaciones y contextos, pero en la praxis sólo se ejecuta cuando es evidente la presencia de esa otredad subyacente en relaciones de poder, opresión, desigualdad, etc. El problema, creo, es que la alteridad es muchas veces notoria por el proceso de contraste cultural. Y no pienso que se reduzca a eso. Empatizar, considero, debería significar un ejercicio de reflexión que tome en cuenta un marco de elementos a los cuales no se les puede juzgar en principio, porque se trata de comprenderlos primero, situarnos en ese contexto.
A estas reflexiones me ha conducido Negra (2020), de la directora Medhin Tewolde.
Se trata de un documental enfocado en el testimonio de diferentes mujeres pertenecientes a las costas de Guerrero, Oaxaca y San Cristóbal de las Casas. Zonas con una fuerte presencia de comunidades afromexicanas derivada de los procesos de esclavitud y del arribo de personas negras a México hace ya algunos cientos de años.

El elemento implícito a lo largo de todo el filme es la presencia de comunidades afromexicanas en regiones costeras, lo cual nos lleva a su visibilización, a la conciencia de esas otras realidades que existen en nuestro país y a los mecanismos mediante los cuales se invisibiliza o ignora desde el discurso oficial y el día a día. Es complicado —y las participantes mismas lo dicen— generarse una identidad con su color de piel y su origen cuando en las propias familias persiste un rechazo, y por tanto una invalidación, de quienes son y de donde provienen.
Pero lo importante son los elementos que hermana a las mujeres que dan su testimonio y a quienes siguen la cámara en sus labores diarias. Todas ellas hablan de los actos racistas que han vivido desde siempre y cómo eso las ha marcado. Tewolde se preocupa por colectivizar un proceso que habitualmente es solitario: el de ser señalado por ser diferente. ¿Cómo se trasciende una experiencia racista y cómo se transforma?, se pregunta la propia directora.
Ella parte de sus propios sentires para construir este relato. Su acercamiento y conocimiento del tema es de primera mano y eso le ayuda en la formulación de las preguntas con sus entrevistadas: no hay un acercamiento desde la otredad, desde la compasión. Todo lo contrario: sus preguntas son directas y no intentan victimizar. No hay ningún tratamiento especial. La discriminación, el racismo, la aborda tal y como es, con la necesidad de enunciarla, así como el dolor, pero también el coraje, que eso implica.

Es habitual entender el documental como un intento casi antropológico por retratar un fragmento de la realidad, pero, además de ser generalmente un testimonio doloso, construye su propia narrativa mediante la confrontación, la investigación y el intento por desentrañar una problemática. Y esto está cada vez más interiorizado en el espectador que se acerca a este género.
Por eso creo que sorprenderá aún más un elemento no tan habitual en otras películas que responde a lo dicho párrafos arriba: Tewolde no pretende confrontar solamente al espectador, pretende hacerlo también con las mujeres (y con ella misma) que dan su testimonio. Los estigmas que posiblemente cargan desde su infancia son el punto de partida.
Como no lo aborda el problema desde la victimización, no quiere que el espectador sienta y vea el dolor de sentirse discriminado por ser diferente, sino que pretende mostrar las secuelas de haberlo vivido y cómo eso las marca todos los días, en todo momento. Por eso son graves los testimonios de quien dice que su papá la golpeó por llamarlo negro, por darle nombre al color de su piel. ¿Cómo afrontar este origen cuando en el seno familiar se rechaza? Arrojan mucha luz sobre el problema del autoconcepto que se tiene en las familias negras: yo no soy negro, soy mulato (y otras explicaciones). Es decir: un intento por establecer distancia entre tal persona de origen negro y la idea convencional (lo que sea que eso signifique) que se tiene de una persona negra.
Negra no es una búsqueda por desentrañar una realidad, porque es de sobra conocido el problema del racismo en México —y cada vez tiene más discusión este tema. Creo que Negra es más bien una búsqueda por sanar. Por eso nos encontramos frente a dos ejercicios. En uno, la entrevistadora le pide a una de las mujeres que llame a una persona de su pasado, un muchacho con el que salía y con el que terminó cuando escuchó que la mamá de éste le cuestionó por qué salía con alguien tan negra.
Y en otro, la directora se confronta a sí misma mediante un ejercicio donde hay dos sillas y ella debe ocupar ambas. En una está ella remontándose a cuando tenía 7 años; y en la otra intenta ponerse en los zapatos de su agresor, de la persona que entonces la discriminó por su color de piel. Escribe Tita Valencia en Minotauromaquia que “para perdonar al prójimo necesito reconocer que carece de los fondos que a mí me sobran, asumir sus deudas y constituirme en aval único de sus desfalcos”. ¿Y cómo se llega a eso? Es sumamente lógico lo que escribe, porque ese alguien que me lastimó en algún momento siguió con su vida y sin embargo yo no, yo cargo con el peso de sus heridas y eso hace que ahora sea mi responsabilidad sanarlas para crecer. ¿Cómo tomar a cuenta propia los actos de alguien más?

Ambos ejercicios intentan generar una expectativa en los espectadores que muy pronto se verá no satisfecha, porque una se enfrenta a una llamada más bien decepcionante, puesto que a quien llama minimiza lo ocurrido, o de plano lo niega; y en la otra persiste una cierta incapacidad por ponerse en los zapatos del victimario.
Mas no por ello, estimo, se constituyen como ejercicios fracasados. Creo que el objetivo radica en el hecho de la confrontación con ellas mismas. Y a su vez, al espectador le deja cierta sensación de algo no muy entendido, pero sí cada vez más visibilizado: quien sufre discriminación y otras formas de abuso físico y verbal no está solo o sola.
Es un hecho que México es un país discriminatorio y en su momento fue centro de discusión si este país es clasista o racista, o ambas. Es un hecho, también, que el proceso para quien sufre discriminación es solitario, no importa que haya más de una persona con un tono de piel diferente, generalmente las burlas recaen en sólo una persona y eso genera cierta soledad que empuja al aislamiento. Parece poco, pero entender que son muchas, muchísimas, las personas que han sufrido racismo debe ayudar en algo al proceso de sanación.

Hay otro ejercicio de colectividad presente en el documental: algunas tomas se enfocan en mostrarnos las proyecciones de cierta película en comunidades costeras, comunidades afromexicanas (donde asumimos que no hay cine). No pueden ser más acertadas tales tomas considerando que parte de este proyecto se realizó con el apoyo del programa “Ambulante más allá”, que imparte la enseñanza de la realización cinematográfica con un enfoque descentralizado.