Así como Helen Lovejoy se preocupa por los niños, alguien debería pensar en las madres. Aunque no precisamente en la maternidad romantizada y sacrificada que ha resultado extraordinariamente rentable. Hablemos de las otras maternidades, de las verdaderas, de las que nadie quiere mirar, pero están ahí, tan reales como los roles patriarcales de subordinación. Una mirada poco explorada, y no siempre bien representada. El mejor camino para traer el tema a la conversación, como siempre ha sido, aunque sea el más polémico y comercial, es el cine.
The Lost Daughter
Recientemente, ha sido la industria cinematográfica la que se ha encargado de explorar otras visiones alrededor de la maternidad. Si bien existen cintas como la de Darren Aronofsky (Mother!, 2017), que genera dudas y cuestionamientos, se requiere de la, ahora muy nombrada, female gaze (mirada femenina) para retratar con fidelidad la figura de la madre. De ahí que se agradezca el trabajo y debut de Maggie Gyllenhaal en la silla de directora.
La reconocida actriz tuvo la osadía de irrumpir en el cine con una película atípica sobre la maternidad. En su obra prima, The Lost Daughter (2021), Gyllenhaal otorga una visión honesta sobre el problema de ser madre. La maternidad, incluso la deseada, puede suponer un obstáculo para las mujeres. Tal es el caso de Leda Caruso, interpretada por Olivia Colman en su versión adulta, pero con Jessie Buckley cargando el peso del personaje en su versión más joven. Es en los flashbacks cuando entendemos el distanciamiento entre la protagonista y sus hijas. La ambición profesional, el éxito personal, e incluso su propia libertad, son lo que hacen a Leda alejarse de su rol materno.

¿Le podríamos agradar a nuestra madre teniendo la misma edad?
Sin embargo, la mayor declaración de esta película no es mostrar el desafío constante por equilibrar a la madre y a la mujer, sino que la felicidad de una a veces es la emancipación de la otra. En un momento de la película, Leda es cuestionada sobre el tiempo que permaneció alejada de sus hijas. Ella sólo se limita a responder, contundente y sinceramente, que se “sintió increíble”. Un diálogo impensable para Garry Marshall (Día de las Madres, 2016), pero no para Maggie, quien retomó la obra homónima de Elena Ferrante para mostrar la compleja verdad del ser humano.
Es aquí donde el/la espectador(a) debe asumir, o seguir ignorando, la realidad sobre la maternidad, y cómo ésta no es compatible, casi nunca, con la realización y dicha de una mujer. Ser madre puede generar muchas alegrías, pero no todas. Sin importar cuánto se crea en el poder de ser multitareas, muchas veces las mujeres deben separar sus roles para tener éxito en diferentes contextos.
Petite Maman
Quizá menos tajante y más reflexiva resulta Petite Maman (Céline Sciamma, 2021). Si existe una directora capaz de reflejar la mirada femenina a través de su filmografía, es la francesa ganadora en Cannes. En su última película, Sciamma se sirve de la ciencia ficción para abordar la relación entre madre e hija. Después del fallecimiento de su mamá, Marion (Nina Meurisse) atraviesa por una crisis emocional. En medio del dolor, el arrepentimiento y la tristeza, es incapaz de despedir el recuerdo de su madre. Por ello Marion decide encargar a su hija, Nelly (Joséphine Sanz), y a su esposo (Stéphan Varupenne), la tarea de empacar y limpiar la casa donde pasó su infancia. Es entonces cuando Nelly se aventura en el mismo bosque donde su madre pasaba las tardes. Ahí, en un pequeño lugar construido con ramas, Nelly conoce una versión infante de su propia madre, con quien ahora juega y se divierte.

Durante estos días, las niñas no sólo forjan una estrecha amistad, sino también un entendimiento muy personal. Además de lo curiosa que resulta la premisa (¿le podríamos agradar a nuestra madre teniendo la misma edad?), la cinta es una catarsis de emociones, en la que el plano de igualdad entre las protagonistas les permite mirarse, entenderse y empatizar en perfecta sincronía. De esa forma, Sciamma parece reconciliar la relación entre madre e hija, a través de mostrarlas como iguales.
La cinta es una catarsis de emociones, en la que el plano de igualdad entre las protagonistas les permite mirarse, entenderse y empatizar en perfecta sincronía
Aunque la estructura jerárquica, marcada por la sociedad, las muestre como algo superior, casi divino, Céline demuestra que las madres pasan por el mismo proceso que todas las personas recorremos: un viaje llamado vida. En ella habrá traumas, soledades, decisiones, errores que nos marcan y que la maternidad no borra. Pese al empeño de la mercadotecnia por inmolar a la madre en nombre de los valores moralistas, las madres no dejan de ser tan imperfectas como el resto.