Mafalda
Estatua de Mafalda en Oviedo, España.
Javier Moro Hernández escribe sobre su temprano descubrimiento de las tiras cómicas de Mafalda y lo rápidamente identificado que se sintió con la niña argentina que cuestionaba todo y a todos. Este sitio ha publicado algunos textos a manera de homenaje de la vida y obra de este autor argentino

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La voz de un maestro: Quino

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Conocí las tiras cómicas de Mafalda, del caricaturista argentino Quino, en la secundaria, allá a finales de la década de los noventas del siglo pasado. Algún compañero de la escuela de sacerdotes salesianos la llevó al salón y varios de nosotros nos maravillamos ante el fino sentido del humor de esa niña argentina, que criticaba el mundo capitalista contemporáneo. Una crítica social fina, sutil, que nos abría los ojos ante las injusticias y las desigualdades que nos rodeaban, pero lo hacían desde la inocencia, la perspicacia, de una mirada infantil.


Supongo que eso fue una de las cosas que más me atrapo: que las cosas que Mafalda se cuestionaba eran algunas dudas que yo también me hacía sobre lo que nos enseñaban en la escuela, en la familia, sobre lo supuestamente inmutable del mundo. “Así son las cosas y ha sido han sido siempre.” Nos decían los adultos que nos rodeaban.

Y Mafalda, esa niña de peinado particular, pequeñita, un poco regordeta, pero muy inteligente, nos venía a decir a nosotros, sus contemporáneos, sus iguales, que las cosas que nos decían los adultos tenían fallas, grietas. Que nuestras dudas eran legítimas, que las cosas que supuestamente eran inamovibles (familia, religión, industria, capitalismo) tenían sus fallas, que había que observarlas bien, que había que dudar mucho de lo que nos decían, nos recitaban a diario.

No voy a decir que para aquella época ya estaba convencido de “que otro mundo” era posible, como leería después. No voy a decir que estaba convencido de que el sistema capitalista (que en aquellos años mutaba hacia un sistema neoliberal, mucho más cruel, mucho más desigual) era pernicioso para el mundo. Pero las palabras de Mafalda (y por tanto de Quino, su creador) me hacían dudar, me hacían preguntarme si mis dudas también tenían sentido.

Creo que ese es uno de los máximos aprendizajes que pude tener de una tira cómica, de una caricatura. Después llegarían a mis manos las tiras de Rius y entendería un poco más el poder de la tira cómica, de las caricaturas, para cuestionar, para poder entender el mundo y sus grandes y graves desigualdades.

Pero sin duda Mafalda lo hacía de otra manera. No pretendía aleccionarnos, no pretendía regañarnos por no pensar igual que ella. Al contrario, nos hablaba desde lo cotidiano: Desde su casa, en alguna ciudad del sur del continente, desde su familia, desde su barrio, desde su escuela. Y nos ponía frente a situaciones que todos entendíamos (el odio a la sopa, el hermano menor que era consentido por los padres). Una cotidianidad aderezada por los medios de comunicación que tenían como eje central el fútbol y las noticias domésticas, de devaluación, de crisis económica, que golpeaban una y otra vez a nuestros países. Eso era algo que todos podíamos entender. Todos teníamos una amiga, una compañera que, como Susanita, también quería y creía que el centro de la vida era el matrimonio y los hijos. Que era algo, que al final, nos repetían todos los días las telenovelas de la tarde. Todos teníamos un amigo que, como Manolo, creía que el dinero lo era todo. Mafalda nos hablaba como si viviera en nuestra calle, en nuestro barrio. Y nos mostraba las contradicciones de esos mensajes que nos decían “cómo era el mundo y cómo debería ser.”

Contradicciones que nosotros también observábamos, contradicciones que también nos hacían pensar si nosotros estábamos mal, si lo que pensábamos no estaba bien.

Años después pude leer, pero, sobre todo, reírme de Mafalda completa y puedo decir que fue una lectura central para mí en la secundaria. Ahí me enteré que su creador, Quino, la había dejado de realizar durante los años setenta. Y me enteré que Quino seguía produciendo tiras cómicas con diferentes estilos, pero siempre con una preocupación social y un sentido del humor cínico, que me maravilló durante años, aunque no lo seguí de cerca.

Es cierto, que como muchos, me quede en mis años de Mafalda. Es cierto que, durante muchos años, siempre que me encontraba una tira de Mafalda la volvía a leer, como si fuera la primera vez, como si nunca la hubiera leído. Y me seguía maravillando. Y seguía encontrando que sus puntos de vista siempre eran acertados y filosos. Y me seguía encantando su preocupación social y política, en un mundo que por desgracia parecía haber cambiado tan poco en tantos años.

Sin duda Quino (nacido como Joaquín Salvador Lavado León), fallecido el 30 de septiembre pasado, fue un maestro, una voz que, sin proponérselo me enseño mucho sobre la humanidad y las contradicciones de los discursos hegemónicos. Y aquí sin duda estoy usando palabras que tal vez él detestaba para explicar sus obras. Solo basta decir, que gracias a él pensé que mis dudas eran válidas, que dudar era importante, que cuestionarse era algo que todos deberíamos hacer. Y más sí eres un niño o una niña, porque los adultos no siempre tienen la razón, y que tus preguntas pueden ayudar a construir un mejor mundo.


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