Nota: si lees esto desde un teléfono gira tu pantalla para no perder la disposición de los versos.
Siempre quise ser una poeta beat
Mi madre me regaló una maleta azul para cuando decidiera salir de viaje, guardé ahí los diarios, tus lucky rojos, LSD y los pasaportes falsos. Sin licencia conduje el cadillac amarillo hasta Nueva York / 50 kilómetros por hora Lush Life de Coltrane en el estéreo, saqué el arma de la guantera y como escondida en la nota de ese saxofón disparé. Escuché tu voz en mi cabeza no estamos de cacería pero yo siempre quise ser una poeta beat y decirte: come on honey, let´s burn it. Después de incendiarlo todo aparecerán los espíritus de una manifestación que soñé durante los años sesenta, sostenía una cartulina mientras decía: equal pay for equal job, equal pay for equal job. Entonces tomabas mi mano, pero desperté desperté en el bajío de nuestro país, decías esto no es Nueva York y estamos perdidos pienso ojalá el espíritu de Cowen nos guiara decías hagamos una línea que nos lleve de vuelta pienso ojalá pudiera escribir un poema sin temer el regreso a casa. Quemé todas las palabras que construían la carretera y estoy ahí de nuevo, sin auto que conducir la carretera es cada vez más larga como la cola de un roedor aunque yo sea los incisivos de su hocico y los ojos negros que huyen de casa o mejor dicho, las cuatro patas que buscan la oscuridad. Un auto se detiene y me observa, de cerca me observa grito que mis piernas ya no son parte de mi cuerpo y me elevo por encima de los árboles incendiados un hombre baja del auto, pregunta: ¿por qué estás sola? respondo que no lo estoy y pienso en una canción vieja, alguna que haya memorizado pensando en mi funeral. Veo mi rostro en el espejo lateral derecho y me pregunto si mis párpados tienen la misma coloración que los de Elise Cowen antes de lanzarse por esa ventana. Me pregunto si tendré tiempo de arrepentirme y pensar que creo en Dios, que siempre creí en él, en el que existía bajo mis uñas y la bala del estéreo era en realidad una plegaria. Me pregunto si tendré tiempo de usar el arma, antes de que anochezca, o si elegiré los incisivos, el escape, conduciré el cadillac amarillo a otra parte una calle oscura donde me sienta más a salvo, no voy a despertar en casa y si lo hago, ellos dirán que no sé seguir órdenes o escribir luego del incendio.
Sobre la cocina
Estoy aquí sentada desde hace trecientos años, plena de la luz y enmudecida de la blancura Adentro de la cocina de barro, fresca y reluciente, más adentro, en una jícara donde hierve el agua, no, todavía más adentro, donde el sonido de la manzanilla parece gritar entre la presión de una flama, sobre ese hervor se deshace el espanto Tomo un cerillo de la caja, siempre resulta difícil encender el primero, pero es aún más difícil conservar su llama volátil, aunque yo envidie su nitidez, la velocidad con la que recorre los campos porque caminar en línea recta no es una de mis virtudes, camino más bien mirándome las formas, reconociendo su torpeza, las quemaduras breves que se me hacen son un recordatorio para recoger las flores durante la tarde, en días secos, carentes del entusiasmo que producen las mañanas con rocío En las manos se me nota el suave tacto de las hierbas, el piquete del mosquito y de otros insectos que aún no descubro en la amatoria relación que sostienen con mis flores, yo no sé si mis besos se parezcan en algo al sonido de los grillos cuando anochece si también son verduzcos e inmaduros.