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Sentado en la vereda de una posada colonial leo el capítulo ciento treinta y tres. La vida fecunda pasa por la calle: un chevrolito rojo con un cargamento de limones; un bulto de hojas de tabaco como un hipopótamo atado a la parrilla de una motocicleta, brinca va brinca, a la velocidad del empedrado; una guadaña de cuchillas brillantes lleva a la faena a su campesino de botas, de machete y de sombrero; el rio Chicamocha en el rumor del peñasco. Una zaranda, amplia como una puerta sobre el espinazo de un muchacho; una pareja con un niño de pasos tambaleantes pregunta por desayunos. Solo los ancianos llevan tapabocas. Por fin la línea de sombra y de luz se corrió de las ventanas a los zócalos, y el hombre sentado en la vereda de ladrillos de una posada colonial de Cepitá, Colombia ve aparecer a la ballena blanca.