Quizá usted recuerde a Gregorio Samsa, el hombre que Kafka convirtió en una memorable cucaracha, digna de una novela. Eran tiempos en los que lo extraño todavía era sinónimo de monstruoso, en los que las cosas gigantes y diferentes eran aterradoras, una época en la que los insectos eran poco tolerados, sin que esto último haya cambiado mucho. Pese a ello, poco de aquel desconcierto – incluso todavía – escasea en esta civilización. No solo en la mexicana, donde estamos acostumbrados a vivir en medio de la fantasía y la desgracia, sino en general. A este mundo ya nada le sorprende pues, a decir verdad, pareciera que lo hemos visto todo, o casi todo.

La tecnología y la imaginación han llegado a un punto en el que, lo que piensa una la otra lo puede crear de manera instantánea. Sea en la realidad, en alguna pantalla o texto, el ser humano parece no tener límite imaginario. Tan es así que, apenas algunas cosas son capaces de generarnos maravilla. Idea que Luis Augusto Durango logra retratar en su corto animado, Calavera. En este, nos encontramos con un oficinista cansado de la rutina y que, un día, es reducido a huesos. En efecto, de él no queda más que un esqueleto. Una condición que parece limitarle la vida. No obstante, para sorpresa de este oficinista, la gente le mira como algo normal. Aunque puede ser que – en realidad – ni siquiera le estén mirando. Inmersos en sus celulares, con los sentidos bloqueados por el sinfín de aparatos modernos, esta calavera parece simplemente otro efecto especial.
En esta sociedad moderna, donde los bebés aprenden a teclear antes que a caminar, los adultos nos rendimos frente un monitor la mayor parte del día y, los múltiples medios a nuestro alrededor nos bombardean de una inmensa cantidad de productos para consumir. Siendo un mercado basto, donde hasta lo impensable es posible. Sí, hasta una cucaracha gigante podría abordar el metro sin que nos perturbara su presencia. Posiblemente en el lejano 1915, donde el CGI y las pantallas verdes todavía no existían, pensar en una monstruosidad así era abrumador. Pero ahora que los dinosauros vuelven a pisar la tierra y en cada cinta viajamos a las estrellas, difícilmente algo puede anonadar a las generaciones actuales. Nos hemos visto inmerso en un mundo donde la realidad se transforma con un solo clic, en la que, ¿Por qué no? Nosotros mismos ya nos hemos transformado en esqueletos, que deambulan como el de Durango, creyendo ser extraordinarios, cuando el sentido de sorpresa parece extinto.
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