Es bien sabido que las adaptaciones más fieles nos siempre son las mejores, como igual de cierto es que el secreto de una adaptación es la virtud para mantener la esencia de la obra original. Después de todo, no existe mejor manera de honrar una historia que engrandecerla con sus propios elementos.

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Drive my car: diálogos de soledad

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DOSSIER

Puede que pocas personas conozcan el nombre de Haruki Murakami, escritor japonés reconocido como uno de los mejores de la literatura nipona contemporánea. El autor originario de Kioto publicó en 2014 una colección de relatos cortos, entre ellos, Drive My Car. Un breve pero profundo cuento sobre el amor, la fidelidad y la pérdida. Tres ejes sobre los cuales se establecerán una serie de diálogos entre sus protagonistas. Por un lado, Yusuke, un aclamado actor de teatro que, después de la infidelidad y pérdida de su esposa, se encuentra navegando entre la melancolía y el dolor. Dos emociones que comparte con Misaki, su chófer. De ese modo, incluso en el silencio, ambos comienzan a hilar un vínculo de complicidad poco ortodoxo.

Fotograma de la película

Catalogada como una historia de desamor por muchos críticos, quizá la obra sea una oda a la sinceridad. Sobre los conflictos y la madurez que provoca. Algo que, siete años después de la publicación de la obra literaria, el director Ryusue Hamaguchi decidió llevar a la pantalla grande. Una adaptación que sobrepasa los límites del cuento de Murakami, pero de ningún modo atenta contra su filosofía. En realidad, se trata de un ejercicio sumamente fructífero que permite ir más allá de los límites que engrandecen un género como el cuento.

Fotograma de la película

Está claro que en la obra escrita el autor encierra la historia en un tiempo y escenario específicos, honrando con suma gracia el arte del cuentista, que deja a la imaginación gran parte de la narración. Y es ese ejercicio de imaginación complementaria  —por referirse de algún modo a la tarea que debe llevar a cabo el lector de cuento— lo que se propone el director de la cinta homónima. Hamaguchi, a diferencia de lo visto en otras adaptaciones, no pretende mostrarnos una interpretación de la obra, sino llenar eso que el lector no puede leer en la pieza escrita por Murakami.

Fotograma de la película

A diferencia del cuento, donde se nos brinda un contexto breve y casi difuminado, la película se toma el tiempo de contarnos la historia de Yusuke (Hidetoshi Nishijima), su delirio y pesar. Del mismo modo en que ocurre en la obra original, nuestro protagonista ha pasado por el dolor de saberse engañado por su esposa y la tortura a causa de su pérdida. Es por esto que Yusuke emprende un nuevo proyecto en Hiroshima, donde es contratado para dirigir Tío Vania, obra teatral en la que alguna vez triunfó como actor principal.

De esa manera, Yusuke se integrará a una nueva dinámica. Y al tiempo que le permitirá obtener una nueva perspectiva, también le obligará a afrontar las constantes dudas y miedos coleccionados. Es entonces donde comienza a cobrar vida la lectura del director —jamás mejor dicho—, pues son esos vacíos y oportunidades creativas que el cuento deja las que Hamaguchi utiliza para desarrollar a sus personajes. Es bien sabido que las adaptaciones más fieles nos siempre son las mejores, como igual de cierto es que el secreto de una adaptación es la virtud para mantener la esencia de la obra original. Después de todo, no existe mejor manera de honrar una historia que engrandecerla con sus propios elementos.

Mientras en el libro es una sanción vial lo que obliga a Yusuke a contratar a Misaki (Toko Miura) como chofer, en la cinta ella le es asignada como parte de los servicios brindados por la compañía teatral. No obstante, en ambos casos, Yusuke parece escéptico de contar con un conductor, ya no sólo por el cuidado que le tiene a su auto, sino por la soledad a la que estaba acostumbrado. Una soledad que, eventualmente, se volverá el puente por el cual ambos protagonistas lograrán conectar emocionalmente. Después de todo, la cinta es un ejercicio de sinceridad. No como un acto de confesión, sino como uno de solidaridad.

Entre los actores de la obra que dirige, Yusuke reconocerá al último amante de su esposa, con quien revisitará memorias hasta romper con el romanticismo del pasado y empezar a confrontar la realidad antes cegada por el amor. Un proceso que abrirá la puerta a una peculiar amistad con Misaki, quien corresponderá al dolor de Yusuke con el suyo. Mientras el director es atormentado por el delirio, Misaki sufre la engañosa muerte de su madre, a quien jamás comprendió, pero de algún modo siempre admitió querer. Un sentimiento compartido, el de la pérdida, los llevará a emprender un viaje, tanto literal como metafórico, hasta que den con la tranquilidad que sirve como recompensa después de cualquier agobio.

Fotograma de la película

La película no deja de ser un drama sobre la traición. Sin embargo es, sobre todo, una reflexión sobre cómo la soledad no implica sólo el distanciamiento del resto, pues puede ser un acto, más todavía, un sentir compartido, que implica la negación del resto de emociones. Al final, las lágrimas de sus protagonistas, la pasión de Yusuke por el teatro, como la dicha de Misaki al manejar, son los pequeños momentos que nos recuerdan que, cuando se deja sentir, sea algo tan pesado como el dolor, o algo tan gozoso como la felicidad, cuando una persona realmente se permite sentir, no está solo, pues siempre habrá alguien que lo sienta también.

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Adriana C. Espinosa

Adriana C. Espinosa

De nacionalidad mexicana, nació en la ciudad de Puebla en 1999. Estudiante en Derecho en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Ha participado en talleres de minificción, cuento corto, acceso a las lengua maternas, entre otros. Colaboradora en el Seminario Internacional de la Red Internacional sobre Género, Migraciones y ODS de 2021. Coautora del libro cartonero Barquito de Papel en 2015, y de la antología académica Práctica de Vuelo en el Taller de Creación Literaria de la BUAP en 2019. En 2018, participó en el Festival Internacional de Poesía “Palabra en el Mundo”, y fue reconocida con el tercer lugar en el Premio Filosofía y Letras por su cuento A vuelta de rueda. Actualmente, se desempeña como becaria en el Centro de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.

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