A HUMAN POSITION: LA NATURALEZA DE LA INCONFORMIDAD
Aunque el cine se empeñe en crear realidades ficticias, es imposible concebir una idea totalmente alejada del mundo real. Una reflexión que, en esta entrega del director noruego Anders Emblem, se retrata además como un ejercicio de autocrítica. En la pasiva ciudad noruega de Alesund parece no ocurrir nada. Se trata del perfecto retrato de una pequeña aldea, donde incluso la protesta parece más una muestra de inacción que de rebeldía. No obstante, aquello está a punto de cambiar por Asta (Amelie Ibsen Jensen), una joven residente que opta por retomar su trabajo como periodista.
Ya desde un principio, el sistema laboral noruego nos demuestra lo idealista de esta localidad. Los puestos de contratación, incluso los temporales, parecen idóneos. Comodidad en las oficinas, eficiencia para los desplazados, recursos para la generación de material periodístico y un ambiente libre de estrés. El ideal de todo godín mexicano. Así, Asta lleva una sencilla, estable y apacible vida, tal vez, excesivamente calmada. Un balance tan fuera de lo común que, pronto, hará a la propia protagonista ser consciente de la realidad privilegiada en la que vive.
Paulatinamente, el título de la cinta comienza a cobrar sentido, recordando aquella postura expuesta por Albert Camus en los cincuenta, cuando nos anticipaba la rebeldía con la que el ser humano no puede dejar de existir. Se trata entonces de mirar en Asta la posición humana —una traducción literal del título de la película— de inconformidad. Esa casi necesidad de discrepar con la realidad. Un sentimiento que nace de los pequeños desacuerdos diarios, de la falta de apetito por el desayuno, de las cicatrices que atraviesan el cuerpo, de la encrucijada entre los pasatiempos y el trabajo, de la ya desgastada rutina. Una serie de detalles, en apariencia irrelevantes, pero que revelan el origen de nuestra inconformidad.
El trabajo del director
Anders Emblem no es ajeno a las realidades fuera de aquellas ciudades consideradas primermundistas. Muy por el contrario, el director gira el lente de su cámara a esas pequeñas grietas imposibles de ignorar en el mundo. Después de todo, no existe burbuja imposible de romper, ni cuento de hadas inmaculado. Lo que resulta ser el caso de Alesund. Esa aldea ideal, donde nada parece ocurrir, es en realidad una mirada limitada que disfraza la perfección con entusiasmo.
No pasa inadvertido que, lo poco —o mucho— de malo que llega a ocurrir, pronto se convierte en una excusa para recordar lo bueno. Si la gente protesta por conservar la historia de la ciudad, pronto se habla de los beneficios de la modernidad; si existe un accidente, no pasa por alto el seguro al que todos los ciudadanos tienen derecho. Aunque es ahí precisamente donde comienza a desdibujarse el paisaje perfecto, pues no todos ni todas tienen la misma posibilidad de felicidad.
Dentro de las variadas historias que Asta sigue como reportera, ninguna le llama tanto la atención como la de un migrante deportado que, después de ser descubierta su situación de ilegal, tuvo que ser despedido de la empresa donde laboraba. Una vida ajena que, no obstante, hace que Asta sea muy consciente de su privilegio y, sobre todo, de su incapacidad para protestar. Sin duda, nuestra protagonista siente una enorme empatía por la situación de las personas migrantes, desarrollada probablemente por la convivencia con su pareja, Live (Maria Agwumaro), con quien le vemos tener ciertas interacciones. Sin embargo, qué puede exigir que no tenga Asta, una mujer blanca, de clase media-alta, europea —porque las nacionalidades europeas también son un privilegio—.
De nada nos sirve a los sectores menos afortunados emprender revoluciones que las clases más privilegiadas no son capaces de entender
Pero esa es, quizá, precisamente la respuesta. No porque se trate de una pregunta retórica, sino porque a los grupos sociales con mayores ventajas frente a la vida les queda un solo modo de rebeldía. Cuando la vida parece darles todo, la cuestión se vuelve tan simple y compleja como preguntarse a uno mismo a qué se debe dicho privilegio. Es en ese juicio propio donde nace la inconformidad que todas las personas necesitamos. De nada nos sirve a los sectores menos afortunados emprender revoluciones que las clases más privilegiadas no son capaces de entender. Como si se tratase de una balanza donde el oprimido y el opresor deben alzarse y reducirse respectivamente para alcanzar el equilibrio.
Un ejercicio que Emblem no hace desde el egoísmo y la vanidad —luego hablamos de ti, Michel Franco—, en realidad, lo hace desde la conciencia. Desde este intento por abrirle los ojos a aquellos que sienten ajenos los problemas del mundo, cuando entre las muchas cosas que ha traído la globalización es hacernos partícipes a unos de las vidas de otros, sin importar la latitud. No porque seamos responsables directos de la pobreza, hambruna o desempleo de otros —con sus excepciones—, más bien, A Human Position se trata de probar que la suma de nuestra inacción evita que aquello que es injusto cambie. De ahí que Asta opte por seguir la historia del trabajador migrante, que comience a escuchar a consciencia a Live, que no sea sólo espectadora de su realidad, sino que la cuestione.
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